LA CASTA EXISTE ¿Y VENCERÁ?

CRISIS DE REPRESENTACIÓN

LA CASTA EXISTE ¿Y VENCERÁ?

El discurso libertario de la casta es un bleff. Lo era antes de que Milei llegue a la presidencia y lo es ahora. Pero en las filas del gobierno se exhiben funcionarios reciclados de épocas remotas (como Daniel Scioli, Patricia Bullrich, Luis Caputo, Guillermo Francos, Federico Sturzenegger, entre otros) que son exactamente los exponentes de ese sector dirigencial que, se supone, tanto enoja al presidente león.

Texto: Agustina Díaz

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Fotografía: Luciano Peralta

El concepto de casta fue constituido como la síntesis de todos los males, como el enemigo único y universal de la “gente de bien” y como aquel sector social de privilegios que, neutralizado o eliminado, permitiría alcanzar todos los propósitos nacionales postergados. Ya lo sabemos, porque la historia de la Argentina lo ha enseñado, que detrás de las fuertes retóricas antipolíticas y antiestatistas siempre hubo proyectos sociales y económicos excluyentes y regresivos, que se sirven de la política y del Estado para hacer negocios privados que quedan en las manos de unos pocos.

Sin embargo, en la mayoría del electorado argentino, el discurso anti-casta caló hondo, tanto que llevó a la presidencia a un candidato como Javier Milei y a la gestión del Estado a la Libertad Avanza. Por eso cabe preguntarnos:¿Por qué el lema anti-casta fue, y es, tan representativo del humor social argentino? ¿Es sólo un “discurso” electoralista bien vendido?¿Es un diagnóstico correcto?

LA CASTA EXISTE

Casta hace referencia a un grupo social estático, al que generalmente se pertenece por nacimiento, con características endogámicas, que se diferencia del resto de los demás grupos por su rango alto. Su existencia implica clasificación, estratificación y jerarquización social y, por tanto, goce de privilegios por parte de sus miembros.

Contrariando a las características de un sistema de castas, los Estados liberales modernos con regímenes de gobierno democráticos han consagrado, formalmente, el principio de igualdad jurídica de las personas, aboliendo los privilegios que antes se heredaban por sangre, apellido o pertenencia a grupos de la realeza. Sin embargo, bien lo sabemos que la igualdad y los derechos consagrados en los textos constitucionales y las leyes no siempre se encarnan en la realidad.

“El capitalismo ingresó en una nueva fase de concentración de la riqueza sin precedentes, llevando a que el 1% de los más ricos posea más riqueza que el 95% de la población mundial”

A escala global y pandemia de por medio, el capitalismo ingresó en una nueva fase de concentración de la riqueza sin precedentes, llevando a que el 1% de los más ricos posea más riqueza que el 95% de la población mundial, lo que se traduce en la convivencia de un puñado de vidas inimaginablemente suntuosas con miles de millones de muertes evitables por desnutrición o enfermedades curables.

Dicho todo esto, ¿por qué, entonces, prendió tan fuerte la consigna libertaria “la casta tiene miedo” en el electorado argentino? ¿Por qué cuesta más identificar la injusticia de un sistema abiertamente inequitativo que en un grupo de malos dirigentes políticos? ¿Qué es lo que ha resonado en el corazón, la consciencia o el enojo de nuestro pueblo? ¿Existe una casta o lógicas de casta en la dirigencia política argentina?

LA CRISIS DE REPRESENTACIÓN EN VERSIÓN NEW AGE

No es la primera vez que asistimos a una crisis de representación política. Esto ya era un tópico a fines de la década de 1980, cuando la efervescencia de la recuperación democrática había pasado y las mayorías no habían podido atestiguar que con la “democracia se come, se cura y se educa”. Años más tarde, la crisis de 2001 parió el lema “que se vayan todos, que no quede ni uno solo” y, ahora, promediando el primer cuarto del siglo XXI emergió la idea de “la casta” a combatir.

En nuestro país, después de una caída vertical del índice de pobreza en el período 2002-2011, la cuestión se empezó a estancar para volver a dispararse sin frenos desde el 2018. Mauricio Macri entregó un país muchísimo más pobre (y endeudado) que el que había recibido y lo mismo hizo Alberto Fernández, por lo que llevamos aproximadamente una década de empeoramiento de las condiciones generales de vida de la población.

A esto se suma que la última gestión nacional estuvo atravesada por una dura interna política que parecía tener ocupados a las altas esferas dirigentes más en sus peleas que en utilizar las herramientas del Estado para mejorar la crítica situación social. Cada nuevo episodio de las discusiones públicas parecía demostrar que el Frente de Todos había sido sólo una buena estrategia electoral, pero un pésimo proyecto político. No se veía muy distinto el escenario en las estructuras sindicales, provinciales y locales, donde las internas mal resueltas incluso llevaron a pérdidas electorales en distritos impensados.

Y, por supuesto, si tenemos que pensar por qué el discurso de la casta llegó tan lejos, no podemos ignorar la escisión profunda entre las condiciones de vida de muchos dirigentes que buscaban representar a un pueblo al que no se le parecen en absolutamente nada. Más vale que ni Macri, ni Caputo, ni Sturzenegger viven como un vecino promedio, pero ellos no buscan representar esa cultura, ni esa identidad popular, por el contrario, se muestran como los privados exitosos que casi por altruismo dejan sus vidas cómodas para ocuparse de asuntos públicos a partir de su saber técnico, desprovisto de las pasiones propias de las viejas ideologías.

En ese crecimiento constante del malestar de las bases con las dirigencias, el “Yate Gate” que protagonizó Insaurralde en plena campaña electoral de 2023, constituyó un corolario y una obscena ilustración del modo en el que vive una dirigencia divorciada de la realidad de las grandes mayorías que pretende representar y cuyos derechos se supone que quiere garantizar compitiendo electoralmente o en la disputa por el acceso a cargos públicos.

¿QUIÉN DIJO QUE TODO ESTÁ PERDIDO? VIENEN A ENTREGAR SU CORAZÓN

Sin embargo, en medio del espeluznante escenario que plantea La Libertad Avanza (con sus aliados del Pro, la Unión Cívica Radical y el peronismo, donde ubicamos a personajes como el senador nacional por Entre Ríos Edgardo Kuaider) y la continuidad de la interna peronista, hay una silenciosa y conmovedora marea de gente que todos los días apuesta a la construcción de una sociedad un poco menos injusta (y dolorosa).

“Cada nuevo episodio de las discusiones públicas parecía demostrar que el Frente de Todos había sido sólo una buena estrategia electoral, pero un pésimo proyecto político”

Militantes de organizaciones políticas que abandonan las discusiones dirigenciales que poco entienden y menos les interesan, para abrir las puertas de las básicas y dar una mano a quien se puede o, al menos, para prestar un oído al que necesita. Mujeres que, siempre en red, contienen a las mujeres golpeadas, abusadas o violadas porque ya no hay una línea 144, ni políticas públicas para garantizar el cuidado de la vida. Artistas y gestores culturales que siguen proponiendo jornadas, recitales, obras teatrales, intervenciones callejeras para que haya donde encontrarse, donde expresarse. Grupos de madres, padres y socios de clubes deportivos que se organizan para vender tortas fritas y porciones de buseca para que la gurisada pueda cumplir el sueño de jugar con una linda camiseta. Gente de fe, que, además de rezar, visita en el hospital a quienes no tienen a ningún familiar para despedir antes de su muerte o hace ferias de ropa usada para comprar sillas de rueda para prestar a quien no puede caminar. Estudiantes que rompen la individualidad propuesta por una cultura hegemónica antigregaria para defender la universidad pública y alzar su voz. Ambientalistas que denuncian la ignominia de la destrucción de lo poco que nos queda y en un ave que rescatan ven brillar una pequeña esperanza.

Allí están, son miles. Son nuestros amigos, familiares, compañeras. Son esas personas que nos rescatan de la pesadumbre de este contexto agobiante. Son quienes queremos que nos representen.

Quizás esas personas y esas micromilitancias sean las que construyan por lo bajo la más eficaz respuesta a este embate neoliberal recargado que amenaza con llevarse puesto todo. Ojalá esas micromilitancias inspiren un poco a los de arriba, para apostar a nuevas formas de construcción política, donde la ética sea una exigencia bien entendida, donde nadie justifique un “roba, pero hace”, donde primero esté la patria, después el movimiento y por último los hombres, donde no haya traidores a la básica consigna de la justicia social.

De algo estoy segura, o quisiera estarlo, que son esas micromilitancias las únicas que podrán torcerle el brazo a cualquier lógica de casta, a pura fuerza de coherencia.