Carmela de Gaudencio, tiene 42 años y nació en esta ciudad de la República Argentina llamada con el nombre que le da vida: Gualeguaychú. Como mucha gurisada, se fue al terminar el colegio secundario con la intención de realizar una carrera de grado. Eligió La Plata, donde se recibió de médica y se especializó en ginecología y obstetricia. Agotada por la desmedida exigencia que agota rápidamente la energía de los jóvenes profesionales de la salud, se fue a vivir transitoriamente a Escobar donde cambió de rumbo para dedicarse a la formación en biodanza. Ese viraje en su vida la llevó a elegir la Patagonia como destino de sus nuevos anhelos de vida, más vinculados con la naturaleza. El medio de la pandemia, San Martín de los Andes la acogió, como a tantas otras personas, para convertirse en su nuevo lugar en el mundo.
Sin embargo, el fuego rápidamente irrumpió en su vida, un temor antes desconocido, más frecuente de lo que creemos, más siniestro de lo que sabemos. “Llegamos y en ese verano del 2021 hubo un incendio muy grande acá cerca en Golondrinas, un paraje que ya pertenece a Chubut, pero está acá pegado. Así que lo vivimos súper de cerca, de entrada… La sensación de que el bosque se prende, de que al bosque lo prenden, la necesidad imperiosa de que la población ponga el cuerpo para ir a apagar los focos porque los gobiernos no gestionan lo necesario, no ponen recursos. Y en el 2021, en plena pandemia, lo que ocurrió fue mucho menos conocido, caí en cuentas de que estamos tan lejos, tan en el fondo de la Argentina, que pareciera que a nadie le importa”, nos cuenta Carmela, con la voz conmovida y un acento entrerriano que perdura.
Después de esa primera experiencia con la belleza y generosidad de la naturaleza y el impacto devastador del fuego que no persona nada, Carmela fue al Bolsón y se radicó allí. Desde ese sitio tan emblemático, le ha tocado protagonizar ahora estos nuevos incendios, de los mayores registrados en años. “Tengo la suerte en este momento de estar viviendo en el Bolsón, hace ya dos años. Pero ahora me ha tocado ver, desde la ventana de mi casa, como el fuego arrasa con la montaña. El día que llovió, el domingo a la noche, teníamos alerta de vientos y de un frente frío durante la tarde, nos esperanzó el aviso de que esto iba a controlar todo. Ese mismo día se pidió la evacuación de una inmensa zona de Bolsón como resguardo por si el viento traía el fuego para acá y, de hecho, volaron cenizas que prendieron techos en el pueblo. El miedo fue máximo, aterrador. Por suerte vecinos, pendientes de los grupos de WhatsApp, estaban ahí para alertar y ayudar, algunos son brigadistas y tienen experiencia”, describe Carmela como quien cuenta una pesadilla.
La mano invisible.
Si bien la indómita potencia de la tierra en ocasiones acarrea desastres considerados “naturales”, bien sabemos que la mayoría de las grandes tragedias vinculadas a los incendios forestales son hechos humanos, sociales, intencionales, por acción o por omisión.
En la misma sociedad donde nos conmueven personas corajudas, altruistas, sensibles, heroicas, capaces de exponerse al fuego y arriesgar su vida para salvar a otros seres humanos, al bosque, a los animales; también existen personas que inician el fuego, por negligencia e ignorancia o, lo que es peor, con la intencionalidad de reducir todo a cenizas para abrir el juego a los grandes mercados inmobiliarios. En los pueblos chicos, donde todos se conocen bastante, la gente sabe quiénes son los brigadistas, las personas que cada año asisten a los afectados en medio de la emergencia, quienes custodian los bosques y previenen desastres. Pero también saben quiénes operan en favor de los grandes terratenientes (muchos extranjeros) y de los demás poderes de turno. “Lo que está sucediendo ha generado muchísimo miedo, mucho miedo, mucho miedo de los mismos compas de población y eso está siendo muy difícil”.
Es esa desconfianza y el dolor por reconocer la “mano humana” detrás del fuego que consume la vida lo que ha golpeado emocional y psicológicamente a los pobladores y las pobladoras de esos territorios sureños que tanto han enamorado a propios y ajenos, que han acogido los sueños de una vida mejor y más amable, como Carmela. “Lo más doloroso es la sensación interna que todos tenemos de que quiénes están atrás de semejante daño a los seres humanos, a los animales, a la naturaleza, a nuestro bosque nativo que es puro, que es la tierra que nos da esta misma fuerza. Tener la certeza como población de que quienes están atrás de esto son otros seres humanos nos provoca el dolor más profundo y es lo que no termina acomodarse a nuestras cabezas”.
Hay plata (pero para otras cosas).
La mayoría de los especialistas previeron que estos críticos hechos ocurrirían en medio de las discusiones que inmediatamente rondaron la llegada al poder de la Libertad Avanza, con su discurso de “¡No hay plata!”, el abrupto recorte en la inversión pública y las modificaciones normativas que implicó la Ley Bases.
Entre los muchos organismos sensibles impactados por el modelo anarco-liberal mileista se encuentra el Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SNMF), el programa más importante para el combate del fuego a nivel nacional, ahora dependiente de la cartera que dirige Bulrich. Entre las funciones del SNMF se encuentran capacitar al personal para combatir incendios forestales, desplegar recursos para asistir y fortalecer la contención de los incendios en las provincias, brindar rápida respuesta con medios adecuados según la magnitud de los focos, establecer lineamientos y estrategias de prevención y realizar acciones de rehabilitación ecológica tras los desastres.
Según datos de la Oficina Nacional de Presupuesto, el gobierno de Milei solamente ejecutó un 22% del presupuesto anual para el SNMF. Si a esto se le descuenta la inflación – en términos reales – en el primer año de Milei se ejecutó un 81% menos de fondos que en 2023. Es decir, el fuego destruyendo todo a su paso era la crónica de una muerta anunciada o, en otras palabras, la consecuencia necesaria de una sociedad desfinanciada.
“Cuando asumió Milei y empezamos a enterarnos de todos los cambios que quería hacer en todo lo que tenía que ver con el manejo de fuego, con parques nacionales, la disminución de los presupuestos, sabíamos que esto sucedería. Para este verano, al menos internamente, me esperaba que hubiese incendios, no esperaba semejante desastre en una zona tan poblada, pero sí que iban a prender los territorios que de otra manera no pueden vender”.
La libertad y el fuego avanzan.
Los incendios intencionales motivados por el lucro son una constante, al menos, durante las últimas dos décadas. Aún en provincias con un porcentaje de monte nativo casi nulo, el fuego es utilizado para quemar lo poco que queda y así poder ampliar “la frontera productiva”. Sean los pastizales de las islas del delta, los humedales correntinos, los montes de espinales entrerrianos o los bosques patagónicos, no hay pedazo de suelo virgen vestido de verde que no corra el riesgo de ser destruido. Y las cenizas suspendidas que hacen el aire irrespirable son los restos de árboles ancestrales, aves, reptiles, coipos, carpinchos, nutrias, vizcachas, cuises, gatos monteses y tantas otras especies acorraladas por un sistema agroexportador y una expansión urbana que nunca aflojó su presión.
Bien sabemos que nunca se hizo lo suficiente, que nunca se destinaron los recursos necesarios y que el sistema judicial nunca hizo nada por castigar a los responsables de tales daños. Sin embargo, en el contexto de defensa incondicional de los intereses del mercado, de destrucción de áreas estratégicas del Estado, de negacionismo del cambio climático y de acusación de “wokismo” o “zurdismo” a cualquier voz que denuncie los conflictos ambientales, el escenario es desolador. Sólo alimenta un halo de esperanza, el compromiso sincero de quienes están dispuestos a cuidar lo poco que nos queda, como Carmela. “La angustia y el dolor de todo lo que está pasando recién está empezando a aparecer, la situación no da lugar tanto al sentir, es un momento todavía para estar alertas porque el fuego todavía está prendido y porque sentimos la amenaza. Es un dolor inmenso, pero nos vamos a tener que levantar con mucho amor”.