CUANDO EL CAMINO ES LA EXCLUSIÓN
RECORRIDO AL OLVIDO
La crudeza del relato de Valentín Freri habla de lo que vemos cada vez más a diario en nuestra querida Gualeguaychú. De lo que vemos y empezamos a naturalizar. La angustia crece, el cartón se acumula en el carro y la esperanza ya no está.
El reloj biológico despierta a Martín desde hace ya mucho tiempo, entre las seis y seis y cuarto, abre los ojos despacio mientras se quita un acolchado verde pantano de encima, observa a su señora y a sus cinco hijxs por un instante con mucho amor, ese que permite ser resistencia a la exclusión.
Todos están descansando en el mismo lugar, en un cuadrado pequeño, allí solo caben dos colchones en el suelo, corroídos y sucios por la tierra. Martin, se abre paso, caminando en puntas de pie -para no despertar a su familia-, hacia la zona de al lado, no hay puerta, solo separa el espacio una cortina de Frida Khalo rescatada de alguna casa pituca en Barrio Parma.
A tan solo dos metros de donde reposan sus esencias por la noche, hay un anafe negro y oxidado, de seis mil calorías, que pretende algún día cocinar algo que no contenga harinas. También hay una radio sobre una mesita que se tambalea, confeccionada con un tablón marrón que se posa sobre cuatro cajones de cerveza Quilmes.
Todos los días, Martin escucha diez minutos de folklore, mientras sus lágrimas saladas caen, lentamente por sus mejillas y las siente en sus labios picados por las heladas. Lo del llanto lo hace siempre, es su rutina antes de marchar hacia el destino de los azotados.
Sale por la única puerta que tiene el rancho y mira al cielo mientras, apretando las manos, desea hoy poder combatir la inanición de su familia. Despunta el carro de dos ruedas un tanto despintado, se tuerce para un costado el carro, producto del trajín cotidiano, Martin lo agarra con una mano y con tres grados bajo cero a las seis y veinticinco de la mañana emprende camino hacia la calle 25 de Mayo, la calle principal de la ciudad, buscando algunos corazones cómplices que abracen la desdicha que no eligió.
Abre las cajas poco a poco y va acomodando unos cartones en una esquinita del carro, lleva una bolsa de arpillera despelechada, donde coloca también algunas latas de cerveza que se aplastan y se pagan un poco más, estas fortunas inesperadas, ese día, ayudarán a embestir el olvido de Dios.
Y ahí va Martin, es otro desarraigado, otro extraviado por elmundo, de esos que nadie busca y nadie se pregunta,junto a su familia son excluidos y van enfrentando la suerte adversa.
Hace ese trayecto, hace ocho años, Martin, con su Melbourne en la boca y la angustia amiga en el pecho, esa que lo acompaña y lo va resquebrajando poco a poco. Lo mutila de manera paulatina, no sólo físicamente, si no en el alma, pero sabe bien, en este momento, que es su única escolta en el recorrido al olvido.