A pesar de ser católica, no celebré la designación de Bergoglio como Papa y hasta discutí con algunos sacerdotes por eso en la red social Facebook, furor por entonces. Me sonaba raro eso de las banderas vaticanas en los balcones de Recoleta, mi ceguera ideológica de entonces hizo que esa demostración tapara la genuina alegría popular de gran parte del continente por tener un Sumo Pontífice nacido de las entrañas de esta tierra sufrida y creyente.
No bastó mucho tiempo para que Francisco comenzara a sorprender “para bien” a propios y ajenos. No fue difícil encontrar en los temas elegidos en sus encíclicas, sermones, declaraciones públicas, posicionamientos y entrevistas los rasgos más salientes de la Teología de la Liberación y la Doctrina Social de la Iglesia. Pero Francisco fue más complejo y universal que eso, razón por la que escogió la figura del poliedro para explicar el modo de construir comunidad, país y nación.
Si un concepto recorrió todo su inmenso legado teológico y político es el de la “cultura del descarte”, con el que criticó las bases de un capitalismo expoliador y explotador y, también, el egoísmo que habita en lo más profundo del alma del ser humano.
Se lo veía reír entre los suyos, cuando algún argentino se aparecía entre la multitud y le cantaba un chamamé o un tango, cuando un mexicano le prestaba su sombrero aludo, cuando la gente humilde le llevaba sus ofrendas o cuando un sufriente depositaba en un abrazo su esperanza vital. También se lo veía con gesto adusto frente a los poderosos.
Pero hoy debemos tener honestidad frente a la verdad: él recibió a todos y los escuchó, un ejercicio que no todas las personas estamos dispuestas a hacer, ya sea por nuestra estrechez mental, por falta de pragmatismo o por dolores que nos impiden estrecharle la mano a quien sentimos enemigo.
Lo interesante es que ese carácter adaptable hizo que su contundente mensaje sea más legítimo, más coherente y expandible. En su visita a Chile y a Perú, a inicios de 2018, Francisco se reunió con dirigentes y comunidades indígenas y se expresó con claridad sobre la defensa de los derechos de los pueblos originarios. El contexto que por entonces atravesaba la Argentina: los asesinatos, en medio de la represión estatal de las protestas indígenas, de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel.
No era la primera vez que se las ingeniaba para hablarle a la realidad de nuestro pueblo, siempre tan peleado, tan contrario a veces a la piedad. Corría el año 2014 y se habían hecho moneda corriente los linchamientos hasta la muerta a presuntos ladrones callejeros. En uno de esos episodios fue asesinado David Moreira, de 18 años, a manos de una turba de 50 personas que depositaron su ira hasta que dejó de respirar. Dijo entonces el Papa: “Me dolía todo, me dolía el cuerpo del pibe, me dolía el corazón de los que pateaban (…) pensé que a ese chico lo hicimos nosotros, creció entre nosotros, se educó entre nosotros. ¿Qué cosa falló? (…) me acordé de Jesús; ¿qué diría si estuviera de árbitro allí?: el que esté sin pecado que dé la primera patada”. Fue su intervención, simplemente humana, el elemento suficiente para aplacar un espiral de violencia social aporofóbica que no parecía tener límites.
“Francisco llamó repentinamente y sin muchos protocolos a los papás de Micaela García cuando supo del hallazgo de la joven víctima de femicidio, así como a los papás de Fernando Baez Sosa asesinado a manos de otros jóvenes”
Diez años más tarde, sin haber regresado a la Argentina, Francisco igualmente se las ingenió para hablar de la realidad del pueblo donde nació, donde elaboró su teología y donde aprendió a hacer política, no partidaria, sino de la otra, esa que se asume para hacer el bien o intentar persuadir sobre él. Tras una de las muchas represiones ordenadas por Patricia Bullrich, el Papa salió al cruce del protocolo antipiquetes y criticó las medidas que buscan reprimir manifestaciones en lugar de promover la justicia social.
Francisco tenía un pedazo de su alma acá, en esta tierra bendita de mate y abrazos. Por eso quiso estar presente en momentos de dolor. Francisco llamó repentinamente y sin muchos protocolos a los papás de Micaela García cuando se confirmó su femicidio y lo mismo hizo con los papás de Fernando Baez Sosa asesinado por un grupo de jóvenes. Otros cientos de llamados vaticanos golpearon los teléfonos de familias argentinas que estaban atravesando un momento crítico, para decirles con voz apacible “rezo por ustedes, recen por mí”.
Pero el otro pedazo de su alma, que no estaba en Sur del mundo, se multiplicaba allí donde había desesperanza. Estaba naufragando con los migrantes agonizantes en las costas europeas o en las madres que lloran a sus hijos descuartizados por los bombardeos en Gaza. Estaba allí, bendiciendo la paz, condenando la violencia, exhortando a hacer de este mundo algo más amable y digno de ser vivido.
CON UN OÍDO EN EL PUEBLO Y OTRO EN EL EVANGELIO
Si Francisco se animó a decir lo incómodo para los poderosos del mundo en materia de política internacional, aún más coraje tuvo para defender las verdades del mensaje de Cristo al interior de su propia iglesia. Comenzó con negarse a cambiar los zapatos, terminó con reformas impensadas dentro de la institución más vieja del planeta.
Habló de amor e integración y cuestionó a los sacerdotes y miembros de la iglesia que mal usan los textos bíblicos para amparar sus pasiones personales. Poco a poco, con palabras y gestos fue alimentando una pastoral cercana a la comunidad LGTBIQ+ que incluyó cenas en dependencias del Vaticano.
El Papa argento, además, promovió el acceso de mujeres y laicos en espacios de toma de decisiones dentro de la Iglesia Católica y flexibilizó cuestiones extremadamente rígidas como lo eran las tramitaciones de la nulidad matrimonial. Según el culto católico romano, el casamiento al ser un sacramento no puede ser disuelto, la única manera de que los cónyuges recuperen la gracia de comulgar e, incluso, volver a unirse en santo matrimonio es a través de la declaración de la nulidad de las nupcias.
Este procedimiento, antes inaccesible, costosísimo y sólo tramitable en la Santa Sede, por disposición de Francisco fue llevado a cada diócesis, agilizando el tratamiento de miles de casos en todo el mundo, como nunca antes en la historia. Recuerdo en los primeros tiempos de su instrumentación al obispo Mauricio Landra decir “el Papa nos ha pedido que demos respuesta a los hijos e hijas de nuestra iglesia”. Y así se hizo. Se trató de una de las reformas más audaces de su pontificado y más en riesgo con la llegada de un nuevo Papa.
Todas estas cuestiones quizás parezcan menores para quienes no se han formado o crecido dentro del catolicismo, pero quienes venimos de su riñón vimos, al menos por algunos momentos, un rostro eclesiástico un poquito más parecido al de ese Cristo bueno, misericordioso y amoroso que un día golpeó con fuego nuestras almas.
Entre las fijaciones de la prédica de Francisco estuvo la historia y la memoria. Es muy recordado ese video del mensaje a los jóvenes: “volvé a tus raíces, no renegués la historia de tu patria, no renegués la historia de tu familia”, y recomendó, en referencia a los que dicen que mirar ese pasado no es importante: “reíteles en la cara, son payasos de la historia”.
RECORDAR QUE DEJARON LA SANGRE EN EL LODO
En esa construcción de memoria de la iglesia, Francisco escogió cientos de testimonios de fe y coherencia evangélica a lo largo y ancho de todo el mundo. Aquí, en nuestro país, de entre los que eligió están los Mártires Riojanos (Monseñor Enrique Angelelli, los padres Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville, y el laico Wanceslao Pedernera) y los Mártires Palotinos (los sacerdotes Pedro Eduardo Dufau, Alfredo Leaden y Alfredo José Kelly, y los seminaristas Emilio José Barletti y Salvador Barbeito). Hombres de iglesia y de fe que dieron su vida por vivir de acuerdo al mensaje de Cristo de compromiso con los más pobres y lucha por la verdad y la justicia. Al convertirlos en dignos de los altares, Francisco los rescató de las rencillas que tensionaron sus memorias, incluso mal custodiadas por una iglesia argentina que poco colaboró con el esclarecimiento de sus asesinatos y con el reclamo de la condena a los perpetradores de esos crímenes, miembros del sistema de represión ilegal y clandestina de la última dictadura.
“En medio de un mundo cada vez más espantoso, sombrío, egoísta, explotador, conflictivo, violento, irascible y odiante, la voz de Francisco siempre aparecía para darnos un poco de tranquilidad y esperanza”
Muchos de estos gestos nos hacen pensar que Bergoglio fue lo más “Papa Francisco” que nuestra iglesia local le permitió, una iglesia que fue, por lo menos, remolona para encarnar la radicalidad de su mensaje pastoral.
GRACIAS POR EL FUEGO, PAPA FRANCISCO
Para quienes creemos, Francisco retornó a la casa del Eterno Padre y desde allí gozará de su gloria eterna. Aunque para los cristianos la muerte no tiene la última palabra e, incluso, ella es un puente para conocer al buen Tata Dios, sabemos que extrañamos a quienes hemos querido, admirado o respetado.
En medio de un mundo cada vez más espantoso, sombrío, egoísta, explotador, conflictivo, violento, irascible y odiante, la voz de Francisco siempre aparecía para darnos un poco de tranquilidad y esperanza. Con sus metáforas o reflexiones abiertas, cada uno llevábamos sus enseñanzas como agua para el propio molino, pero, aun así, nos hacía sentir más cercanos.
Para quienes no creen Francisco fue la demostración que la gente de fe puede ser buena gente. Para quienes rezamos en el silencio de nuestra soledad, Francisco fue un sacudón a nuestros propios prejuicios y conveniencias.
Qué lástima que se tuvo que morir para que le expresemos tanto cariño. Ojalá que ese Jesús de la historia, que inspira a quienes luchan por la dignidad humana, le haya dado un buen abrazo de bienvenida y lo reciba con unos mates, una casaca de San Lorenzo, una picada con vino patero y una linda juntada con sus mejores amigos. Con seguridad el cielo de los justos debe tener olor a torta frita, guiso inventado, tierra mojada y naranjo en flor.
captura de pantalla
por Tati Peralta
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