Perón fue el emergente, la resultante, el catalizador y la forma de expresión de un país que ya latía por lo bajo desde hacía un tiempo. Condensó como nunca antes casi toda la historia política argentina, desde los albores de la independencia hasta la fiebre industrial de la sustitución de importaciones. Fue así como supo cosechar amores entre los sectores postergados que veían materializados sus sueños de vidas más dignas, pero, también, fuertes odios en los privilegiados que no querían cambiar el statu quo de la Argentina agroexportadora.
El teniente coronel había hecho una carrera propicia dentro de las armas y dentro de la política que pareció llegar tempranamente a su fin cuando fue encarcelado por la decisión política del presidente de facto Edelmiro Farrell, quien lo destituyó de los cargos que previamente le había asignado: vicepresidente de la Nación, secretario de Trabajo y Previsión y ministro de Guerra. Pero la historia le tenida preparada otra cosa. Su detención provocó lo que las elites gobernantes nunca habían querido: que el pueblo salga a la calle, con sus consignas, rostros y brazos alzados. Fueron los obreros los que salvaron a Perón y por eso el líder les dio voz.
¿Qué obreros eran aquellos de octubre de 1945? A fines del siglo XIX y principio de siglo XX el movimiento obrero estaba conformado, mayoritariamente, por inmigrantes europeos que llegaban a estas tierras o aquí conocían las ideas socialistas o anarquistas. Pero, la clase trabajadora de la década de 1940 tenía una identidad y una ascendencia distinta. Eran nativos, criollos, descendientes de los indígenas sobrevivientes de los genocidios que ejecutó el Estado nacional décadas antes y que habían abandonado sus territorios para urbanizarse.
Eran provincianos, que tuvieron que huir de sus pueblos y de sus paisajes en búsqueda de una posibilidad mejor. Trabajadores desplazados a las zonas bajas y pobres del conurbano. Las alpargatas, bombachas de campo, los pañuelos, los delantales y las boinas tendidas al sol se mezclaban en los patios de las casitas junto con los mamelucos y los uniformes. Los chamamés eran tan frecuentes en los barrios obreros como el tango, porque los antiguos inmigrantes extranjeros y los migrantes internos se mezclaban en esa clase baja (porque era mirada por otros desde arriba) que no tenía quien los representara, quisiera y reivindicara.
“Que los ‘cabecitas negras’ tomaran sol en las mismas playas que sus esposas y que los peones rurales los miraran a los ojos les parecían abominables e inadmisibles actos”
Las ideas de Perón para mejorar la vida de la clase obrera no gustaron en parte de los círculos militares y en sectores de una elite que consideraba que cualquier tipo de beneficio a los trabajadores era alterar el orden “natural” de las cosas, en el que algunos pocos tenían mucho y otros muchos no tenían nada. Que los “cabecitas negras” tomaran sol en las mismas playas que sus esposas y que los peones rurales los miraran a los ojos les parecían abominables e inadmisibles actos.
Aquel Perón dispuesto a romper lo necesario y a dialogar lo suficiente fue acompañado por Eva Duarte, esa mujer en cuyo cuerpo se expresaron todas las discriminaciones y violencias posibles de un país donde la violencia contra los pobres y las mujeres siempre fue moneda corriente. Su sola presencia le dio al pensamiento justicialista de Perón un sentido más radical, profundo, sensible y, por eso, orgulloso.
En la permanente auto reivindicación de Evita aparecía la necesidad de terminar con la vergüenza a la que había sido sometida por su procedencia e historia. Quizás, por eso, sus palabras siempre resultaron una analogía perfecta para denunciar las vergüenzas a las que había sido expuesta la Argentina.
El pueblo que despierta con la detención de Perón es aquel que quiso terminar con el maltrato, el vasallaje y la dependencia. Después del derrocamiento del gobierno de Hipólito Yrigoyen, durante la década infame, la política exterior se había vuelto un fiasco y un insulto. El Pacto Roca-Runciman había sido el mayor ejemplo del entreguismo y el poco amor propio de la elite dominante. Los negocios con las potencias europeas y sus grandes empresas habían expuesto aún más las profundas vulnerabilidades de la economía nacional. Era difícil sentirse un orgulloso de un país donde su dirigencia política estaba dispuesta a venderlo todo barato con tal de mantener sus privilegios.
LOS AÑOS PERONISTAS
El 17 de octubre inauguró una década de derechos expansivos para la clase trabajadora y los sectores populares. Fueron años de industria, de pleno empleo, de salarios altos, de consumo, de vacaciones pagas, de gratuidad de la universidad pública, de desarrollo industrial, fortalecimiento del estado nacional y solidaridad. También fueron diez años en los que las tensiones políticas aumentaron mientras más se alcanzaba el sueño concreto de la distribución equitativa de los ingresos entre el capital y el trabajo.
Muchos dicen que no son peronistas por el mismo Perón, sino que son peronistas por los enemigos que cosechó. Es historia conocida: tras el bombardeo a Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1945, se desataron casi tres décadas de violencia política que tuvieron por corolario la última dictadura cívico militar con su trágico saldo de desaparecidos, exiliados, deuda externa y guerra.
A pesar del mucho tiempo que ha pasado de aquel 17 de octubre y del largo tiempo que pasó desde la muerte del general Perón, el justicialismo siguió siendo una identidad política que ha marcado el rumbo de la República Argentina, o ha incidido en ese rumbo a través de sus reactualizaciones.
En el 2001, tras la explosión del modelo neoliberal de endeudamiento externo y liberalización de la economía, la llegada de Néstor Kirchner abrió una nueva etapa peronista en la Argentina. “Kirchnerismo” es la denominación que se utiliza para describir el período en el que gobiernos populares justicialistas nuevamente se dieron a la tarea de discutir la distribución del ingreso y comenzar a proyectar un futuro argentino más equitativo.
“Como en tiempos de pactos leoninos por la cuota de carne para un puñado de frigoríficos y productores ganaderos, la situación de avasallamiento de la soberanía nacional a través de la política exterior del gobierno de La Libertad Avanza (LLA) es vergonzante”
La Argentina tiene esa extraña particularidad de la circularidad. No sabemos exactamente qué es lo que va a pasar en una semana, pero sabemos que en algunos años vamos a estar en una situación semejante a la que transitamos ahora. La circularidad de la historia argentina, de sus problemas, de sus odios, de sus amores, sus rencores, sus tradiciones, es realmente increíble. Por eso es válida la pregunta, en función de esos dos elementos que signaron la experiencia del 17 de octubre: ¿qué es lo que asemeja el contexto de emergencia de Perón a la Argentina actual?
Por un lado, como entonces, una enorme masa de laburantes no está identificada con ningún espacio político y necesitan una nueva representación. Así como eran una novedad aquellos trabajadores migrantes de las provincias, hoy lo son los/as laburantes informales que nunca estuvieron dentro del circuito del mercado de trabajo registrado, los pibes de las aplicaciones, el ejército de monotributistas, las emprendedoras y los gestores de microemprendimientos. Esa nueva masa de trabajadores que sintió que cuando en las elecciones se les hablaba de custodiar “los derechos conquistados” nadie le estaba hablando a ellos ya que jamás han disfrutado de esos derechos.
Por otro lado, como en tiempos de pactos leoninos por la cuota de carne para un puñado de frigoríficos y productores ganaderos, la situación de avasallamiento de la soberanía nacional a través de la política exterior del gobierno de La Libertad Avanza (LLA) es vergonzante. La genuflexión de,l presidente Javier Milei frente al gobierno norteamericano, que incluye twitters impresos y un cartelito de Trump que le dice “sos mi amigo”, y la política de endeudamiento serial con el ministro de Economía Luis “Toto” Caputto otra vez como protagonista, son las dagas que dañan un orgullo nacional que parece adormecido, pero que late en el pecho de país que supo amasar triunfos y conquistas.
Sin lugar a duda, Cristina Fernández de Kirchner es la última gran referencia del peronismo, capaz de ordenar propuestas electorales, gobernar, mantener la identidad, la militancia, la épica y reactualizar la doctrina, a pesar de los desgastes propios de tantos años de liderazgo. Fue necesario condenarla y apresarla para correrla del juego electoral donde siempre se ha mostrado fuerte y competitiva.
Hoy, con Cristina excluida de la participación política, se abre la gran incógnita sobre quien será la persona capaz de abrir las puertas de la historia para que el subsuelo de la patria sublevada vuelva a cantar la más maravillosa música. Todo, como aquella histórica jornada de 1945, está por verse.
