LOS LÍMITES DEL HUMOR
EL PESEBRE: PARODIA, ESCÁNDALO, INSUMO PARA LA REFLEXIÓN
Entre las ofensas a la fe y los límites de la libertad de expresión, Agustina Díaz nos invita a pensar el verdadero significado del pesebre cristiano.
En pleno tiempo de adviento (fechas que preparan espiritualmente a la comunidad cristiana para conmemorar el nacimiento de Jesús), desde el canal de stream OLGA realizaron un sketch parodiando un “pesebre viviente”, una tradición que convoca a la feligresía en miles de capillas y parroquias de todo el mundo, donde recrea el hecho bíblico donde María dio a luz al Hijo de Dios. El sketch suscitó controversias referidas a los límites del humor, de la libertad de expresión, el respeto a los diversos credos y la intolerancia religiosa.
El pesebre como parodia.
Cierto es que la parodia del programa “Mi primo es así” se mofaba de cuestiones que son medulares para la fe cristiana y que la performance, con pretensiones humorísticas, tenía elementos ofensivos. Por esa razón, al correr las horas y despertarse críticas hacia lo sucedido, desde el programa decidieron emitir un comunicado para pronunciarse al respecto. “En relación con el sketch realizado el jueves pasado, queríamos pedir sinceras disculpas. No fue nuestra intención generar una burla a una religión o a sus fieles. Corresponde reconocer cuando nos equivocamos y eso fue lo que pasó. Por eso este equipo, antes de empezar el programa de hoy, considera oportuno pedir perdón. Nos acercamos a las Fiestas y estas fechas deben ser de unión y de paz”, fueron las palabras expresadas por Martín Rechimuzzi, en representación del equipo. Sin lugar a duda se trató de un bienintencionado y respetuoso pedido de disculpas que abrió el espacio para un sano y constructivo debate acerca de los límites de las humoradas en torno a las creencias que son fundamentales para la vida de las personas y de las comunidades.
En muchos hogares, las imágenes del pesebre reúnen deseos y esperanzas de trabajo y paz. Son las imágenes de la Virgen las que acompañan las jornadas de oración y rezos ante la enfermedad y el sufrimiento humano. Son los rosarios los que han entrelazado las manos de nuestros seres queridos difuntos, al momento de despedirlos. Son las medallitas, el agua bendita y las crucecitas los regalos que reciben los niños y niñas como amuleto de protección de sus almas y sueños. Y, como están esos símbolos cristianos, hay muchísimos símbolos que acompañan e identifican a personas de múltiples culturas y credos, para expresar su fe y sus valores en un Dios que les ayuda a sobrellevar los dolores y a despertar sentimientos de altruismo y solidaridad.
Los actos de banalización o, aún peor, de intolerancia religiosa (creo que este último no es lo que ocurrió el caso del sketch de OLGA) alimentan el desencuentro, son un modo de discurso de odio, lesionan la convivencia democrática y pueden ser el insumo (o la pólvora) para que enciendan episodios de violencia con terribles consecuencias. Por eso la importancia de promover el respeto a todas esas múltiples formas de espiritualidad que hacen a la identidad de las personas con las que coexistimos en sociedad y, en el caso de herir ese respeto, pedir disculpas para enmendar la ofensa.
La escandalización incoherente.
En las antípodas de la revisión crítica y del análisis constructivo para consolidar puntos de encuentro sobre los límites deseables en el ejercicio de la libertad de expresión, están aquellos que se escandalizan pomposamente y terminan profiriendo insultos a destajo para aleccionar. Estos escandalizadores están, también, presentes en todos los credos y suelen abonar a una lógica punitoria, cancelatoria y moralista que se parece bastante a la intolerancia que pretenden denunciar. No hay mayor incoherencia con la fe que utilizar el nombre de dios para condenar al prójimo y lesionarlo, especialmente en un mundo tan violento e injusto donde la dignidad humana, creada a imagen y semejanza de dios, se ve tantas veces pisoteada.
Cualquier fundamentalismo religioso se vincula estrechamente con formas de discurso de odio y prácticas discriminatorias en tanto deposita en los “infieles” o “incrédulos” el origen de todos los males de una sociedad. Estas ideas extremas, que jerarquizan a algunos seres humanos por encima de otros, preceden todo tipo de acciones violentas, imposibilitan el diálogo interreligioso y obstruyen la consolidación de una sociedad plural. Por esa razón, esos fundamentalismos y tradicionalismos conservadores suelen justificar, minimizar o negar graves hechos y crímenes contra la dignidad humana cometidos por las instituciones religiosas que los nuclean.
«No hay mayor incoherencia con la fe que utilizar el nombre de dios para condenar al prójimo y lesionarlo, especialmente en un mundo tan violento e injusto donde la dignidad humana, creada a imagen y semejanza de dios, se ve tantas veces pisoteada.”
El pesebre que interpela.
Más allá que se crea en él como relato verdadero, el nacimiento de Jesús es un cuento bello, dramático y cruel. Cargado de símbolos hermosos, que interpelan por el contraste entre el desprecio y el amor, la historia aporta muchísimos elementos para la reflexión.
A un matrimonio en tránsito, el de María y José, mientras migra de una ciudad a otra, le llega el tiempo de parir su hijo primogénito. Un carpintero y su humilde mujer, que venían peregrinando desde lejos, ella con sus dolores de parto y seguramente asustada. Nadie quiso recibirlos esa noche, nadie sintió compasión por el estado de indefensión en el que estaban por lo que se vieron obligados a refugiarse en un pesebre, en un establo. En medio del hedor y de los animales, que fueron su único calor y protección, María pujó hasta que nació el niño, recibido por José. De ese modo, sin higiene, ni instrumentos, ni asistencia, esa pareja excluida de un techo, cortó el cordón umbilical como pudo y envolvió en pañales al bebé.
Extrañamente, según el credo cristiano, le verdadero Hijo de Dios, capaz de redimir a todo el género humano, nació pobre entre los pobres, en un pequeño pueblo de la periferia de aquel mundo gobernado por el imperio romano. Los únicos que se acercaron a compartir la alegría del nacimiento fueron pastores, es decir, el pueblo bajo y anónimo que, quizás por no tener nada más que su fe, creyeron en un ángel que se les apareció de la nada para darles la noticia “hoy les ha nacido un salvador, el mesías, el Señor y esto les servirá como señal: hallarán un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre”. Sólo aquellos que vivían entre los animales, en medio del olor de los establos y la soledad de aquel sitio, sólo aquellos ignorados por los poderosos serían capaces de creer que allí, en medio de la pobreza y la exclusión, algo hermoso y profundo podría ocurrir.
«Extrañamente, según el credo cristiano, le verdadero Hijo de Dios, capaz de redimir a todo el género humano, nació pobre entre los pobres»
¿Cómo no pensar en todas esas familias que migran sin sitio alguno para morar? ¿Cómo no asociar la experiencia de María a la vida de millones de mujeres que luchan por sobrevivir de la marginación junto a sus hijos? ¿Cómo no dejarse interpelar por la indiferencia que cerró las puertas a personas en tal estado de vulnerabilidad? Todos los días, en todas partes, hay marías, josés y jesuses viviendo, sufriendo y luchando frente a nuestras narices, muchas veces egoístas o arrogantes. ¿Somos capaces de creer que algo maravilloso puede ocurrir allí, donde viven los olvidados del sistema y del poder?
Más allá de la fe o del ateísmo que elijamos para profesar, ojalá que el relato del pesebre (como tantos otros relatos que regalan otros credos, culturas y religiones) nos ayude a sacudirnos un poco. Es más útil conmovernos frente a cualquier historia de injusticia para que nos de fuerzas para la transformación, que escandalizarnos por chistes mal hechos.
El deseo para esta navidad es que no haya ninguna familia sin hogar, sin pan, sin respeto o sin dignidad. Sabemos que eso no ocurrirá. Ese es el verdadero escándalo social al que nos hemos acostumbrado.