Van las abuelas con sus canastos y reposeras, pibes a rapear, laburantes ambulantes a probar suerte para ganarse el pan, familias que tejen una gurisada gritona que corre en patas por la arena, enamorados para compartir su amor y los amigos salen del boliche para disfrutar el más bello amanecer.
Ahí está, como testigo silencioso, el puente naranja que corta hermosamente el verde que revela el parque Unzué. No hay mejor sitio para verlo que las sombras generosas que regalan los arbolitos (por suerte aún no arrancados) del balneario municipal. Vista privilegia que tiene cualquier persona que se acerque hasta allí, sin cánones, ni condicionamientos, ni ticket de ingreso. Nada más democrático y democratizante que el
espacio público, siempre en la mira del negocio, asediado por las manos “invisibles” del mercado (de nombres propios) que quieren arrancarlo de la comunidad, como quien se apropia de una vida que no le pertenece.
Con una caña y un tarrito de lombrices, el sueño del pescador reposa en el cause tranquilo del Yaguarí Guazú. Son los nietos de aquellos pescadores que hicieron del pez muerto un pan de agua. En las escamas plateadas del algún animalito está el premio de la espera. La grasa chispeante de la olla vieja fritará el sabor o lo humeará la brasa incandescente del espinillo ya muerto.
Que el agua del río venga buena, es el insumo primero. Ahí está, en constante pulseada, el cansado río, enfrentándose desigualmente contra los venenos que se lavan en los campos cuando las lluvias descargan y contra el paso citadino de nuestra vida que tantas veces lo daña con sus basuras y deshechos ¡Qué generoso es el río que, sin rencores, todavía nos permite sumergirnos y comer de sus frutos!
El chirrido de la bicicleta se confunde con el de las chicharras. La melodía de ese compás es la voz del vendedor ambulante y de la trabajadora de la economía familiar que relata las delicias que pueden acompañar a los mates amargos. Churros con dulce de leche, bolas de fraile, tortas fritas, algodón de azúcar, bebidas refrescantes y helados son las bondades que se ofrecen, son el mango en el bolsillo del laburante que se gana el sustento con el sudor, literal, de su frente. En esta ciudad-pueblo no somos tantos y nos conocemos mucho, también a esos vendedores. Esperamos que lleguen. Nos quedamos charlando del clima y de la vida.
En el mundo del revés, donde se criminaliza la pobreza y se responsabiliza al desempleado de su suerte, el espacio público se convierte en fábrica y oficina de quien reconoce, en el trabajo, la dignidad de ganarse el mango. Ojalá, algún día, el mundo se de vuelta y sea norma que el trabajo alcance para todos y que haya derecho a descansar tomando mates en el balneario.
El río no es traicionero, pero, a veces, cae en la tentación de mostrarnos sus profundidades. Almas descansan en su lecho, algunas por error, otras porque así quisieron hacerlo. “El río nos da y nos quita”, me dijo un día un pescador que había perdido a su hijo en una tormenta. Ellos y ellas, “guardavidas”, son los custodios del cauce. La piel curtida por el sol, las espaldas fuertes para sostener la vida en riesgo y la mirada atenta son las notas distintivas de su tarea. Una vocación inmensa, jamás proporcional al salario que lo retribuye.
Para quienes tenemos la dicha de nacer en el vientre litoral de esta tierra, el río es siempre nuestro primer amor. La existencia del balneario es la posibilidad de nuestra primera cita. Allí tengo mi más antiguo recuerdo del río. Mi viejo nos llevaba, junto a mi hermana, en cada mañana de enero. A la siesta se sumaba mi madre que salía de su trabajo (limpiaba una inmensa concesionaria de autos). El tupper con sanguchitos de salchichón primavera, la bolsa de galletas y el bidón de jugo eran nuestro manjar. Luisina y yo nos convertíamos en dos sirenas en el reino de las mojarritas, los sábalos y las bogas.
Mi más antiguo recuerdo es imborrable: tenía unos 3 o 4 años y fue la mañana en la que casi me ahogué. Me gustaba caminar con el agua al borde del cuello hasta “dejar de dar pie” para recuperar el control de la altura con un saltito acuático. Esa vez fallé. Papá me socorrió rápidamente y sentenció: “¡hoy aprendés a nadar!”. Ese día me enseñó la poco valorada técnica de “nadar como perrito”, la misma que empleo hasta el día de hoy porque nunca fui a natación.
La playa pública es de los pocos espacios que nos quedan para que la gurisada se encuentre y mezcle, más allá de su extracción social, en el juego y la risa.
No estaría en este mundo si no fuera por un “amor de verano”. Mis padres se conocieron en el balneario, cuando mi papá pasó remando en una canoa junto con mis primos y mi mamá lo vio. Ese día se conocieron y compartieron la vida por casi cuarenta años. Es el río el marco mágico de amores prometidos, los exitosos y los fracasados.
¿Cuántos versos se habrán escrito en las orillas del balneario? ¿Cuántas páginas de diarios y libros habrán pasado bajo sus sombras? ¿Cuántos pensares y pesares estarán enterrados en el fondo del lecho que le corresponde al balneario? Si pudiera reunirse todo ese mundo oculto, sería como una especie de biblioteca gigante. Allí se conserva gran parte de nuestra historia como pueblo, se guardan secretos y se ve la huella de nuestra identidad.
… y usted, fiel lector/a de La Mala ¿leerá nuestras palabras en ese balneario que tanto le pertenece? Sólo le pedimos, por favor, que lo cuide. No sólo no arrojando papeles en su arena, sino parándose de mano cuando quieran seguir recortándolo o ensuciándolo.
río salvaje (C. Hanson, 1994)
En una de sus pocas incursiones en el suspenso y la aventura, Meryl Streep demuestra su versatilidad: interpreta a una experta en rafting obligada a navegar un río peligroso tras ser secuestrada. Con un intenso Kevin Bacon como villano, la historia combina acción, naturaleza salvaje y buenas actuaciones en una travesía llena de tensión.
las aventuras de huckle berry fin (1980)
Basada en el clásico de Mark Twain, esta serie revive una de las fantasías de la niñez más hermosas: navegar en balsa por un río lleno de aventuras. Huck y Jim emprenden un viaje inolvidable en busca de libertad. Además, existe una adaptación cinematográfica de 1993 que vale la pena ver.
Por el paraná: la disputa por el río (di rizo-gonzalez, 2024)
Explora la relación entre las comunidades locales y uno de los ríos más icónicos de Argentina. A través de una travesía, el documental revela las tensiones entre el desarrollo industrial y la preservación de un vínculo ancestral con el agua. Una mirada profunda sobre identidad, sostenibilidad y resistencia.