¿QUÉ PASA EN EL PAÍS MÁS “EUROPEO” DE AMÉRICA?
EDU FEINMANN LO HIZO DE NUEVO: INSUMOS PARA PENSAR EL RACISMO EN ARGENTINA
El 8 de noviembre se conmemora el Día Nacional de los/as afroargentinos/as y la cultura afroargentina en recuerdo de María Remedios del Valle, capitana de los ejércitos de Belgrano, recordada como la Madre de la Patria. Días previos a la fecha, el periodista Eduardo Feinmann se mandó una de las suyas, lo que nos vino como anillo al dedo para pensar en esa Argentina racista vigente que tenemos que algún día desactivar.
Edu, haciendo de las suyas.
Como tiene acostumbrada a su fiel audiencia, Eduardo Feinmann mostró su indignación en su programa televisivo. En este caso, la despertó la declaración de una estudiante que, en el marco de la visita de Cristina Fernández de Kirchner a la Universidad Nacional de las Artes, tomó el micrófono para decirle emocionada “yo soy villera, mis padres son putos y se casaron por los derechos adquiridos”. Lo hizo con una visible sensibilidad, como quien reivindica con orgullo lo que alguna vez tuvo que ocultar por vergüenza.
Con la bajada “el kirchnerismo ama tanto a los pobres que los multiplica”, Edu Feinmann, tras algunos comentarios irónicos, lanzó un poema de estigmatización, homofobia y racismo: “La sociedad no quiere ser villera ni tener papás putos. No quiere eso y me parece bárbaro que la sociedad no aspire a eso. por eso el cambio cultural creo que parte de ahí, de cambiarle el chip a la gente”.
Como en otras oportunidades, le agradecemos a Edu por darnos un valioso insumo para pensar la sociedad que somos o, mejor dicho, que queremos ser… ¡Comencemos!
ARGENTINA ¿TAMBIÉN ES AFRO E INDÍGENA?
Hay percepciones o sentidos comunes que ven a la Argentina como un país tolerante, conformado por un “crisol de razas” en el que conviven religiones y ascendencias migratorias sin mayores problemas. Sobre todo, esta percepción se alimenta de análisis comparativos con otros países de la región y del mundo, donde formas de discriminación, xenobofia o racismo devienen en muertes violentas, conflictos armados o guerras.
Es objetivamente cierto que en nuestras tierras hay menos registros, al menos por ahora, de estas formas extremas de discriminación, pero esto no significa que no hayan existido y que no hayan calado hondo en la forma en la que analizamos a nuestros entornos y nos vinculamos. Repasemos muy brevemente algunos hechos históricos que nos ayudan a ilustrar esta cuestión.
El Virreinato del Río de la Plata fue creado tardíamente por la administración colonial española en América. En estas tierras, a diferencia de otras regiones del continente, la mano de obra intensiva no había sido necesaria para plantaciones o minería y la población era significativamente menor. El tráfico de esclavizados africanos existió, en una escala distinta, pero ciertamente existió. Hombres y mujeres eran vendidos como animales en remates, donde se les observaban sus dentaduras, talla y se hablaba de sus cualidades para el trabajo como quien describe cuánta carga puede soportar una mula.
Aquí, en Gualeguaychú, la esclavización fue una realidad extendida en las familias patricias, donde el estatus no sólo lo otorgaba la posesión de tierras, también la de negros.
Libro “Conferencias. Aporte a la historia de Gualeguaychú”, de Elisa B. Bachini
Tras la Revolución de Mayo, la promesa de la libertad de los esclavizados y de la igualdad de todos los hombres contribuyó a que se alistaran a los ejércitos rebeldes un importante número de afrodescendientes, con el sueño de algún día ser iguales a los demás, a pesar del color de su piel. En 1913, la Asamblea del año XIII declaró, por fin, la “libertad de vientres”, lo que significaba que el vientre de las esclavas era libre, por lo que todo el nacido luego de la declaración de la Asamblea como hijo de una mujer esclava no era esclavo sino libre.
Sin embargo, innumerables crónicas de la época, registros patrimoniales y recortes periodísticos reflejan que la esclavización siguió ocurriendo hasta fines del siglo XIX y que el desprecio de las personas de rasgos afrodescendientes fue en ascenso.
Las presidencias de Mitre y Sarmiento fueron las más duras en el tratamiento de la población afroargentina. Existen líneas de investigación historiográfica que insisten en el tratamiento despreciativo hacia los soldados afrodescendientes en la Guerra contra el Paraguay, quienes eran ubicados en las primeras filas de combate, casi desarmados, provocando numerosas bajas.
También se ha estudiado la aparente falta de consideración y medidas de protección a las barriadas donde estas poblaciones se ubicaban en momentos de pestes, como la fiebre amarilla, por lo que, por omisión estatal, la mortandad fue diametralmente más alta en estos grupos. Pero las y los afroargentinos no se extinguieron, aunque así se haya querido simular, sino que se invisibilizaron de los relatos nacionales, blanqueados en sus próceres, en sus cuentos épicos, en sus símbolos. La Argentina blanca era un orgullo mostrable, según la élite, a los países a los que se admiraba. Ser el país más “europeo” de América era un título para ostentar frente a los países que, justamente, habían amasado sus fortunas y desarrollo a fuerza de colonialismo y tráfico de personas.
“Las y los afroargentinos no se extinguieron, aunque así se haya querido simular, sino que se invisibilizaron de los relatos nacionales, blanqueados en sus próceres, en sus cuentos épicos, en sus símbolos”
Para las últimas décadas del siglo XIX, la elite dominante decidió dar una “solución final” a la cuestión indígena, alejándose de los preceptos de la Constitución Nacional de 1853, que establecía en su Artículo 75: “Proveer a la seguridad de las fronteras; conservar el trato pacífico con los indios y promover la conversión de ellos al catolicismo”. La campaña militar hacia la Patagonia, comandada por Julio A. Roca, culminó con un saldo de asesinatos sumarios, confinamientos, traslados forzosos para trabajos forzados, separación de los miembros de los grupos étnicos, prohibición de sus lenguas y culturas, en suma, la consumación de un genocidio.
Años más tarde, comenzó la Conquista del Gran Chaco, hacia las provincias que hoy conocemos como Chaco y Formosa. Allí fueron asesinados los principales líderes políticos, militares y religiosos indígenas; le continuó una larga etapa de institucionalización de Reducciones Indígenas, donde las comunidades ancestrales fueran obligadas a permanecer en pequeños territorios y servir como mano de obra esclava en las producciones algodoneras y forestales. Fueron en estas Reducciones, dependientes del Ministerio del Interior de la Nación hasta la década de 1950, donde ocurrieron las peores masacres indígenas del siglo XX. Todas impunes.
Los indígenas de todas las latitudes se integraron a la lógica del Estado argentino capitalista moderno en una posición de subordinación absoluta. Mano de obra esclava o barata que cargó con los prejuicios y estereotipos racializadores que los señalaban como salvajes, gentes pobres e incompetentes, haraganas, poco productivas, vulgares, sucias, feas, antiguas y deficientes. Como piezas arqueológicas.
Todos esos rostros se convirtieron en la fotografía que ha ilustrado a los barrios y pueblos humildes de la Argentina profunda. Esos rostros que desde la década de 1930 migraron para conseguir mejores condiciones de vida en los terrenos que hoy constituyen las villas miseria de la Capital Federal o del conurbano bonaerense. Fueron esos rostros, negros y marrones, los que despertaron el asco del conservadurismo porteño el 17 de octubre de 1945, cuando arremetieron en el espacio público para proclamar por un dirigente político que, por primera vez, los había convocado a los asuntos públicos: Juan Domingo Perón.
Los “cabecitas negras”, los “negros villeros”, los “negros de mierda” fueron (y son) aquellos argentinos y argentinas que conservan en sus rostros la marca indeleble de identidades que quisieron ser suprimidas, esas identidades que en los suburbios se mezclaron con las otras identidades que también nos explican, como fueron las de la migración suramericana de las últimas décadas.
ARGENTINA ES RACISTA
No es necesario que existan organizaciones como el KuKluxKlan o partidos como el Nacional Socialismo alemán en un sistema electoral para que comprobemos que estamos frente a pueblos, instituciones y culturas racistas.
En la Argentina el racismo y la discriminación están presentes en todos los ámbitos de desarrollo social, con efectos más o menos graves. En un estudio realizado en 2022 por el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenobofia y el Racismo (disuelto por el gobierno de Javier Milei), las personas encuestadas afirmaron haberse sentido discriminadas, ya sea a través de segregación o maltrato directo (41%), negación de derechos (36%) o diversas formas de estigmatización (23%). La mayoría de estas discriminaciones se viven o perciben en el ámbito educativo, laboral y en la vía pública.
Todos y todas podremos recordar a qué personajes de los actos patrios podíamos aspirar según nuestra morochés: Los cabellos más claros y los ojos más azules serían damas antiguas, los próceres que dieran las proclamas patrióticas o los militares que mostraran arrojo en la batalla; los cabellos y pieles más oscuritas serían las pasteleras que vendieran las empanadas calientes para las viejas sin dientes o los aguateros y vendedores de velas que hacían negocios bailando candombe.
En el ámbito escolar, la vía pública y los ingresos a bares y boliche serán el color de la piel y la situación de pobreza los motivos de discriminación que encabezaban las encuestas. En algunos casos, esto se traducía en palabras hirientes o insultos, en otros más graves, en abuso institucional, persecución policial, malos tratos y detenciones arbitrarias. En el caso de las comunidades indígenas, señalan que la discriminación racista aumenta cuando eligen vestirse con ropas y atributos tradicionales.
EL RACISMO MATA, TAMBIÉN ACÁ
Es cierto, en Argentina al día de hoy no tenemos un KuKuxKlan, pero el racismo se ha llevado puesta la vida, libertad e integridad de muchísimas personas a lo largo de la historia y hasta la actualidad.
La inaccesibilidad a los derechos humanos fundamentales es una realidad en muchísimas comunidades indígenas, a raíz del racismo gubernamental estructural que no incorpora perspectivas interculturales en la aplicación de políticas públicas. Las tasas de muerte perinatal y muerte materna en las mujeres indígenas son muchísimo más altas que la del resto de la población argentina. Lo mismo ocurre con la desnutrición infantil, las muertes por enfermedades curables, etcétera. Pero el racismo no sólo se lleva vidas por una cruel y degradante omisión de inversión pública a lo largo de tantos años de democracia, también se ha llevado vidas de manera directa, a raíz de la violencia institucional nunca erradicada de las fuerzas de seguridad.
Por mencionar algunos casos conocidos, podemos citar el de Luciano Arruga, torturado en un destacamento policial en 2008 mientras le decían «negro rastrero». Un año más tarde fue desaparecido, asesinado y enterrado clandestinamente en un cementerio bajo la denominación de NN. Aún la Justicia no señaló responsables, aunque la familia y organismos de Derechos Humanos, en base a testimonios y evidencias, señalan que fue la fuerza de seguridad. Más recientemente, Lucas González fue asesinado por un grupo de policías de la ciudad de Buenos Aires, cuando salía de una práctica futbolística en el club Barracas Central. Los policías lo atacaron por su aspecto (un chico morocho, humilde, que iba en un auto) y tras asesinarlo quisieron implantar pruebas para inculpar al joven, como si se tratara de un delincuente armado. La justicia dictó la prisión perpetua a tres de los policías responsables del homicidio, utilizando el Artículo 80 del Código Penal argentino, que establece como agravante de pena al “odio racial”. La primera condena de este tipo en Argentina en sus doscientos años de historia.
“Las expresiones negro de mierda, negro villero y negro de alma deben ser de los insultos más extendidos en el lenguaje cotidiano argentino”
NO SÓLO ES EL ESTADO
En el mediatizado caso del asesinato de Fernando Báez Sosa por un grupo de jóvenes rugbiers, el racismo volvió a discutirse en la argentina. En el juicio se pudieron recabar testimonios que afirmaban que cuando Fernando estaba en el suelo siendo atacado, Lucas Pertossi, uno de los agresores, exclamó “a este negro me lo llevo de trofeo». Pero Pertossi y los rugbiers no son demonios salidos del mismísimo infierno, son personas culturizadas en una sociedad que avala y reproduce el racismo cotidianamente.
Las expresiones negro de mierda, negro villero y negro de alma deben ser de los insultos más extendidos en el lenguaje cotidiano argentino. Esos términos, presentes en la calle, las redes sociales y los medios de comunicación, son utilizados para insultar a un inmenso colectivo de personas, ya sea por ser pobres, por los barrios donde viven, por los productos culturales que consumen (cumbia, RKT, por ejemplo), por su participación en movimientos sociales, por ser indígenas, migrantes de países limítrofes y muchísimas otras condiciones más.
Edu Feinmann no es una excepción, es una expresión más, de una sociedad argentina con una tradición de racismo largo y continuado, que nos invita a poner en tensión nuestros sentidos comunes. Sobre todo en estos momentos, en los que el discurso oficial habilita y justifica nuevas formas de discriminación y violencia.