ARGENTINA 2025

42 AÑOS DE DEMOCRACIA ¿EN QUÉ NOS HEMOS CONVERTIDO?

En 2023 la Argentina cumplió cuatro décadas de vida democrática ininterrumpida, un hecho inédito en la historia nacional. Las elecciones presidenciales de ese año trastocaron todos los posibles escenarios pensados y llevaron a una fuerza de ultraderecha, prácticamente ignota, al manejo de los destinos nacionales. Dos años después, un nuevo proceso electoral expone las preferencias electorales de la ciudadanía.

Texto: Agustina Díaz | Fotografía: Archivo General de la Nación
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Desde la conformación del Estado argentino, el país adoptó para su gobierno la forma representativa, republicana y federal, sostenida sobre la división y el equilibrio de poderes del Estado, como medio para garantizar el régimen democrático y las libertades individuales. Paulatinamente, diversas reformas ampliaron y transparentaron el sistema electoral a la vez que se fueron consagrando algunos derechos sociales y económicos.

Con la reforma constitucional en 1949, las garantías democráticas y libertades individuales se ampliaron bajo la concepción del constitucionalismo social, incorporando una serie de principios, derechos y garantías para las grandes mayorías. Sin embargo, tras un golpe de Estado contra el gobierno de Juan Domingo Perón en 1955, dicha reforma fue ilegítimamente derogada, lo que implicó un retroceso en materia de derechos y conquistas sociales.

Ese quiebre institucional no fue novedoso, sino que se estuvo inscripto en un período de la historia argentina comenzado en 1930 y caracterizado por la insubordinación militar a los gobiernos civiles, el cercenamiento de derechos políticos y libertades individuales, la proscripción política, la violencia institucional y la interrupción de las garantías constitucionales.

Como corolario de este proceso, se dio el más atroz golpe de Estado civico-militar, que a partir del 24 de marzo de 1976 dio paso a la dictadura más cruel de nuestra historia, en la que el terrorismo de Estado fue un instrumento para el disciplinamiento social en pos de instaurar un modelo económico neoliberal, que se cobró un saldo de treinta mil personas detenidas-desaparecidas y cometió actos atroces contra los Derechos Humanos.

Gracias a la organización de los partidos políticos nucleados en la Multipartidaria, los organismos de derechos humanos y el movimiento obrero el país logró recuperar su democracia y salir del terror. A las resistencias organizadas se sumó el hartazgo social generalizado, producto del desastre del plan económico de la dictadura y las dramáticas secuelas de la Guerra de Malvinas.

Sin embargo, aquella joven democracia sufrió embates signados por alzamientos militares, crisis financieras, condicionamientos a su economía por parte de organismos internacionales y una enorme deuda externa heredada de la dictadura. En esas circunstancias, el pueblo argentino no dejó de aferrarse a su democracia, defendiéndola con la convicción de que es la única forma de gobierno capaz de garantizar los derechos fundamentales.

“Argentina no escapó a la tendencia global y, sobre todo, latinoamericana, de sociedades quebradas por asimetrías profundas entre las clases más privilegiadas y las amplias mayorías empobrecidas”

En ese sentido, la reforma constitucional de 1994 amplió los derechos civiles y políticos del sistema democrático, el sufragio universal, mecanismos de democracia semidirecta y el rango constitucional para tratados internacionales de Derechos Humanos (DDHH). Dichos avances se ampliaron años más tarde, en el período 2003-2015, cuando las políticas de DDHH se consolidaron e impulsaron la lucha contra la impunidad de los delitos de lesa humanidad, políticas de memoria, reparación y juicio a los responsables de violaciones a los DDHH durante la última dictadura.

Ahora bien, la estabilidad y consolidación del sistema institucional democrático no tuvo correlación con la democratización de otros derechos sociales y económicos. Argentina no escapó a la tendencia global y, sobre todo, latinoamericana, de sociedades quebradas por asimetrías profundas entre las clases más privilegiadas y las amplias mayorías empobrecidas. La idea de que con “la democracia se come, se cura y se educa” pasó de ser certeza a buena intención para, finalmente, transformarse en un imposible.

La década neoliberal de 1990 terminó de la peor forma posible. Con un país detonado, desempleo de dos dígitos, tasas de desnutrición infantil propias de los países en guerra y una deuda externa que a penas nos dejaba respirar. El Estado confiscó los ahorros de las clases medias y la represión de diciembre de 2001 terminó con la dimisión de un gobierno espantoso que dejó un saldo de decenas de muertos.

Entre los años 2002 y 2015, la Argentina vivió un proceso de reconstrucción que parecía imposible. La normalidad se reconstruyó, el PBI creció, la pobreza disminuyó, el consumo se acrecentó y se dio por finalizado el proceso de endeudamiento con el FMI. Sin embargo, el electorado argentino eligió un cambio de signo después de diez años de hegemonía peronista y votó al empresario Mauricio Macri como presidente. Fueron cuatro años malos de gestión, razón por la que Macri no fue reelecto en una elección más que clara (donde ni siquiera fue necesario acudir a la cláusula electoral del ballotage). Vino después el gobierno de Alberto Fernández, marcado por las internas políticas y la impotencia en la resolución de los problemas económicos. La gente vivió igual o peor que con el macrismo y esa fue la tierra fértil donde creció la figura de Javier Milei.

NADIE NACE DE UN REPOLLO

La Libertad Avanza (LLA) era un espacio político totalmente disruptivo, con dirigentes desconocidos que no se parecían en nada a los políticos tradicionales que tan mal se habían desempeñado en sus funciones: “la casta”. Y así fue haciendo mella en sectores despolitizados y hartos que preferían “loco por conocer que loco conocido”.

El problema no fue la llegada de los outsiders al sistema político, sino las ideas que introdujeron, las cuales atentan contra los principios más elementales de la democracia: la destrucción del Estado, el aniquilamiento de los que pensaran distinto, las lecturas políticas anacrónicas sustentadas en los clivajes propios de la Guerra Fría, la reivindicación de la violencia política y de la última dictadura militar, la promoción de discursos de odio.

Javier Milei y Victoria Villarruel se impusieron frente a la fórmula encabezada por Sergio Massa, el ministro de economía en cuya gestión la inflación alcanzaría un récord mundial y cuya carrera política osciló entre el amor y odio con el kirchnerismo (de prometer en 2015 de barrer “contra los ñoquis de la Cámpora” a hablar de Máximo Kirchner como su principal aliado). Y, al llegar a la presidencia, la LLA cumplió con lo prometido.

“Las leyes votadas por el Congreso son vetadas y tras los rechazos legislativos a los vetos, son obstruidas con el lema del ‘no hay plata”

Los horrores de gestión que han condenado a miles de familias argentinas fueron las promesas de campaña que, por alguna razón, la gente subestimó. Pero no todo es coherencia entre lo dicho y lo hecho, el gobierno libertario ha caído en fuertes contradicciones también: a) más allá de sus pretensiones de distinguirse, la corrupción anida en el corazón de la LLA, alcanzando al propio presidente y su hermana; b) el odio a “la casta” proclamado tan vivazmente se transformó en convivencia y coexistencia como lo demuestra la presencia en el gabinete de Menem, Scioli, Francos, Luis Caputto y tantos otros y c) el especialista en crecimiento con y sin dinero no dio pie con bola y el débil sistema económico argentino sobrevive con el respirador artificial de la deuda norteamericana, tal como lo ha explicado el mismísimo presidente yanki Donal Trump.

Como si todo eso fuera poco, la calidad institucional ha caído estrepitosamente. Las leyes votadas por el Congreso son vetadas y tras los rechazos legislativos a los vetos, son obstruidas con el lema del “no hay plata”. Así es como el sistema universitario nacional y hospitales como el Garrahan están en rojo y el sector de la discapacidad (pacientes, familias y prestadores) al borde del colapso.

Es cierto, los cuarenta años de democracia nos encontró con la ñata contra el vidrio y todo ha estado peor desde entonces.

¿Puede la democracia mejorar en su calidad institucional y sustantiva con fuerzas a su interior que han expuesto odiarla? ¿Puede la democracia encontrar nuevos adeptos dispuestos a defenderla cuando ha sido tan reacia a mejorar la vida de tantos y tantas?

¿Puede la democracia transformarse en un deseo y en un horizonte querible sin tener como antecedente inmediato el horror de la dictadura? ¿Pueden hacer un mea culpa sincera las dirigencias que comandaron sus destinos en estas cuatro décadas y volver a conquistar a los electorados mayoritarios?

Algunas pistas las tendremos este domingo por la noche.