MEMORIA, LUCHA Y DERECHOS HUMANOS

LAS QUE SIEMPRE ESTÁN

En Gualeguaychú, el acto por el Día de los Derechos Humanos volvió a reunir a quienes nunca soltaron la memoria: familiares, organismos y nuevas generaciones que cargan el legado de Madres y Abuelas. En un tiempo en el que muchos dirigentes callan, los pañuelos siguen girando, sostenidos por manos que no se rinden.

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En nuestra historia democrática reciente hubo un período en el que la reivindicación de las víctimas de los crímenes de Estado y la defensa de los DDHH estaba bien vista por la mayoría. Fue entonces cuando la mayor parte de los dirigentes políticos, incluso los que no tenían ninguna formación en el tema ni se habían comprometido durante los años anteriores, se mostraban cercanos y aparecían en las primeras líneas de los actos públicos, abrazándose con familiares.

Pero antes de ese período de “gracia” para la memoria sobre los delitos de lesa humanidad que se desenvolvieron de manera horrorosa en Argentina durante las décadas de 1970 y 1980, hablar de esas cosas no garpaba mucho en una sociedad que había reelegido a los indultos y la vigencia de las leyes de impunidad.

Defender la justicia, llevar sobre las espaldas las fotos de los seres queridos detenidos desaparecidos y remover las fosas comunes para buscar sus restos, como quien busca una aguja en un pajar plantado por macabros y siniestros, no era cosa de muchos ni era bien visto.

Cuando los fusiladores, violadores, torturadores, ladrones y secuestradores de niños circulaban a las anchas por las calles, allí estaban los familiares, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, con una terca paciencia, “molestando” a quienes preferían olvidar.

Tras la breve primavera democrática alfonsinista, que terminó como uno de los más crudos inviernos, las condiciones de vida de los sectores populares estaban detonadas, la inflación galopaba salvajemente y los logros del Juicio a las Juntas se desmoronaban por las presiones de los militares golpistas que todavía querían marcar las reglas de juego del sistema político, como lo había podido hacer Pinochet en Chile.

“Cuando los fusiladores, violadores, torturadores, ladrones y secuestradores de niños circulaban a las anchas por las calles, allí estaban los familiares, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo”

Después vino el menemismo con su modernización atrasadora, con el desguace del Estado y del sistema productivo argentino, con su intención de dar vuelta la página, con las indemnizaciones económicas a los/as hijos/as de las víctimas del Terrorismo de Estado que rompieron internamente a algunos de los organismos de Derechos Humanos que se debatieron si aceptar o no un resarcimiento monetario en medio de la impunidad. Las Fuerzas Armadas fueron debilitadas en lo que era más importante de conservar para los intereses de nuestra patria: tráfico de armas, la destrucción de las fabricaciones militares y el desfinanciamiento fueron la otra cara de la moneda de la continuidad dentro de las armas de genocidas y cómplices.

El sistema de endeudamiento externo explotó por los aires una década después y se llevó puesto más de lo que podemos imaginar, aunque aún veamos sus consecuencias. En el 2001, en promedio, el 70% de los niños/as menores de 3 años tenían insuficiencia nutricional en la Argentina. Prácticamente una generación de nuestro país no recibió lo mínimo para desarrollarse correctamente.  

Fueron tiempos de piquetes, de consolidación de las organizaciones sociales y de la emergencia de aquello que nos parecía inadmisible en la tierra tan bendecida de pan: miles de personas salieron a revolver nuestra basura para comer. Así nacían los “cartoneros”, que para el 2025 ya han parido varias generaciones de recuperadores.

En aquellas jornadas sangrientas de diciembre de 2001, junto con un pueblo castigado, harto y derrotado andaban las “viejas locas” de las Madres de Plaza de Mayo, puteando a los que reprimían a los pibes que salieron a rogar por un futuro de dignidad en este pedazo de mundo que amamos y se llama Argentina.

Dos años después de aquellas jornadas que dejaron un saldo de más de treinta muertos, un ignoto gobernador patagónico alcanzó la presidencia con no muchos votos. Al poco tiempo, sin que ninguna encuesta de opinión se lo pida ni por sugerencia de ningún asesor de imagen y prensa, como Comandante en Jefe de las FFAA pidió perdón por los crímenes de Estado de la última dictadura en la Escuela Mecánica de la Armada, el más grande de los Centros Clandestinos de Detención del aparato represivo ilegal.

A partir de allí los actos de recordación y reparación que venían haciendo en soledad los familiares y organismos de Derechos Humanos se convirtieron en actos oficiales y miles de adolescentes y jóvenes por aquellos años nos acercamos al fuego de la memoria que nos dio un sentido y una pertenencia. También se poblaron aquellos actos de dirigentes que habían sido reacios antes a la temática y no dudaron de posar con caras compungidas por aquello que de repente los conmovía. Son los mismos dirigentes que hoy guardan silencio, callan, pasan por alto fechas y ni se asoman a las plazas que aún resisten como pueden.

Este 10 de diciembre estuvieron los y las de siempre, esas personas irremplazables que, no obstante, de a poco se nos están yendo como parte de las reglas de juego de la vida. Hoy están los hermanos/as, primos/as, amigos/as, compañeros y compañeras de militancia de las víctimas, aquellas personas que no aflojan y recuerdan a los suyos, a los que siguen sin aparecer, a los que siguen teniendo una silla vacía en cada cumpleaños o navidad.

“Este 10 de diciembre estuvieron los y las de siempre, esas personas irremplazables que, no obstante, de a poco se nos están yendo como parte de las reglas de juego de la vida”

Los pañuelos en Gualeguaychú ya no están en las cabezas blancas de ninguna mujer, porque nos ha tocado despedir a las once Madres de Plaza de Mayo de nuestra ciudad que partieron con la certeza de haber cumplido con su tarea histórica y su amor de madre.

Pero también hay algunas almas nuevas, inmensas, en pequeños cuerpos que crecen. Esa gurisada que va a la plaza a jugar y recordar con sus familias, que levantan la foto en blanco y negro de algún abuelo o abuela que no pudieron abrazar ni abrazarán pero que conocerán a través de los relatos tejidos con lanas invisibles de resiliencia y convicción.

Es difícil saber si fuimos muchos o pocos en la plaza, en las plazas, el 10 de diciembre de 2025. Pero fuimos los suficientes y tendremos que serlo cuando, por última vez, el pañuelo blanco posado sobre la cabeza de una mujer dé vueltas en la Plaza de Mayo. Porque ese día llegará para que vengan otros días. Porque como dijo alguien alguna vez “sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.  Qué así sea.