ESPADAS

CUENTO

ESPADAS

¿Hasta dónde puede llegar el esfuerzo humano por lo que ama? Valentín Freri nos regala este relato corto para la edición N°41 de La Mala.

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Nada lo detiene, agarra su bolsito y se va, encara para Uruguay, el país que lo vio nacer y lo crió: país hermano, claro.

Se va a dedo el tipo. La odisea carga con felicidad de retorno a su tierra natal y tristeza en el corazón por el hambre familia que lo espera en Gualeguaychú.

Lleva su bolsito negro, Nike, con el cierre partido por la mitad, este pide ya por favor no lo carguen con más kilos de Yerba, no aguanta un julepe más el pobrecito.

Alpargatas negras y agujereadas lo llevan al hombre, de esas que tienen cordones. Además, va con un pantalón de vestir marrón oscuro y una boina tejida a mano, amarilla, que adorna su pelo gris largo y canoso. También pinta una camisa blanca con líneas celestes -los colores de sus dos amores, amores que están separados por dos ríos-. Uruguay y Argentina.

Sale temprano, antes que fecunde el sol, el loco va caminando hasta la ruta, esperando que la bondad humana lo levante y le permita su ingreso al vecino país, y luego, en el regreso, de traer unas yerbas (muy cotizadas en estos pagos), para brindarle una ofrenda a su familia: una familia de costillas que son como espadas bajo las remeras.

Cuando la desolación golpea la puerta no hay más remedio que emprender un viaje, un viaje único. Y no hablo de un viaje-aventura a una isla paradisiaca, claro que no. Un periplo que deja marcas en el cuerpo y el alma, es sobrevivir, y es difícil hacerlo en un universo donde muchos corazones son de piedra.

Es que atravesar este periplo es saberse, siempre, un poco quebrado para toda la eternidad. Por eso hay partes del cuerpo que funcionan como espadas, las que se expresan físicamente, como las costillas filosas, y también aquellas espadas que están clavadas a martillazos en el alma. Estas últimas caminaran a nuestro lado para la posteridad.