24 DE MARZO
¿QUIÉNES SOMOS?: ENTRE LAS LUCHAS ÉPICAS Y LA IMPUNIDAD
La politóloga y docente universitaria Agustina Díaz nos convida un análisis lúcido y profundo sobre un nuevo 24 de marzo. O, más bien, sobre la sociedad parida en la tragedia, las marchas y contramarchas en estos 41 años y un presente cruzado por dinámicas que todavía no terminamos de entender.
Se cumple un nuevo aniversario del último golpe de Estado que quebrantó el sistema democrático argentino e instauró una cruenta dictadura en el país. A lo largo de estos 48 años la sociedad procesó de distintas maneras lo que pasó durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional y sus años previos.
Ese camino nacional ha guardado parecidos con todos los procesos transicionales de América Latina y, también, ha tenido sus particularidades. No podemos disimular que ha estado plagado de contradicciones e incoherencias que abre la pregunta de ¿quiénes somos como país? ¿Los que alcanzaron la justicia o los que vivieron en la impunidad? ¿Quiénes amasan la memoria o quienes portan las banderas del negacionismo?
Como en el resto de la región, los militares al mando de sistemas de represión ilegal y clandestina durante las décadas de 1970 y 1980, una vez desplazados del mando de los gobiernos, trataron de garantizar su impunidad negando lo ocurrido o buscando conseguir amnistías para sus crímenes. En el mejor de los casos, y por la presión de la Comisión Interamericana de DDHH, se pudieron constituir Comisiones por la Verdad, que intentaron echar luz sobre lo que había sucedido con las víctimas sin que esto tuviera un correlato penal para los responsables. La idea de “reconciliación” asociada a la de “impunidad” primó en la mayoría de los casos.
En Argentina existió una Comisión de Verdad, llamada la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, que recolectó testimonios y documentación acerca de parte del universo de las víctimas del terrorismo de Estado. Sus límites (sobre todo asociados al escaso tiempo de trabajo de recolección probatoria) no le quitan el valor singular que tuvo (y tiene) como ilustración de parte del horror. Posteriormente, el Juicio a la Juntas Militares fue otro avance distintivo que le valió el reconocimiento internacional a la Argentina, donde un tribunal civil, utilizando la tipificación penal entonces vigente, condenó a algunos miembros de los gobiernos dictatoriales.
Daremos por sentado (aunque quizás así no sea) que el oscuro capítulo del terrorismo de Estado y todo lo que sucedió después respecto al tratamiento social y político de sus consecuencias es materia conocida: la lucha inclaudicable de los organismos de DDHH; los levantamientos carapintadas; las leyes de Obediencia Debida y Punto Final; el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense; la búsqueda incansable (y con más de un centenar de hallazgos) de las Abuelas de Plaza de Mayo; los indultos; los testimonios de represores que escandalizaron al mundo y abrieron procesos en tribunales internacionales; la constitucionalización de los tratados internacionales de DDHH; el surgimiento de HIJOS y los escraches a represores impunes en los 90’;los juicios por la verdad abiertos por la Corte Interamericana de DDHH; el Fallo Simón y la declaración de inconstitucionalidad de las leyes de impunidad que dio lugar a la apertura de juicios por delitos de lesa humanidad; las cientos de condenas; la transformación de la ESMA y otros Centros Clandestinos de Detención en Espacios para la Memoria; los cuadros de los represores descolgados; el intento de la aplicación del beneficio del 2×1 a represores condenados que fue impugnada por la movilización popular y tantos hitos más.
“Cuando parte de una sociedad entiende que la salvación a todos sus males es el aniquilamiento de un grupo, la deshumanización y la violencia no tardan en mover sus fichas”
Daremos por hecho que conocemos cada uno de esos hechos y los debates que se suscitaron a su alrededor para poder venirnos más acá en el tiempo y ver cómo estamos en este convulsionado 2024.
No podemos obviar que el negacionismo ha sido una constante en todas estas décadas, con más o menos resonancia, con más o menos complacencia. Podemos decir que cuatro son los mecanismos más utilizados como parte de la estrategia negacionista en Argentina y en el mundo: la “racionalización” de los hechos que buscar deslegitimar o falsear las pruebas y los testimonios de las víctimas; la discusión sobre la cantidad de personas asesinadas para restarle importancia o impacto a los hechos; la inversión de la acusación de los crímenes para culpabilizar a las víctimas; y la directa deformación o tergiversación de la realidad como, por ejemplo, negar que los Centros Clandestinos de Detención fueron lugares de tortura y aniquilamiento o que niños/as fueron robados.
La negación, relativización y justificación de los crímenes de Estado han sucedido y acompañado a todos los procesos genocidas que sumieron a pueblos al espanto. Qué hacer con el negacionismo ha sido la pregunta abierta en diversas sociedades del globo sin que pueda establecerse una única posición. Hay países que decidieron avanzar con medidas punitivitas mientras que otros han optado por la aplicación de políticas de memoria y la discusión pública. La Argentina, más bien, se ha inscripto en esta segunda vía.
Como dijimos, el negacionismo no es una cosa nueva, pero dos elementoshoy nos interpelan y atemorizan también: los discursos oficiales y las redes sociales. En ambos ámbitos vemos el crecimiento de discursos violentos, que no dudan en mofarse de las víctimas, amenazar a los familiares e insistir en una verdad que niega hechos históricos comprobados por sobrevivientes, documentos, causas judiciales, sentencias, condenas reconocidas en el país y en los máximos organismos internacionales en la materia.
Tampoco es la primera vez que asistimos a discursos oficiales (y presidenciales) que utilizan algunos de los mecanismos negacionistas arriba señalados. Imperaron durante parte importante de nuestra democracia teniendo implicancias en materia jurídica, política y comunicacional.
Claro que denunciarlo y alertar sobre sus efectos es responsabilidad de todas las personas que anclan su práctica profesional y su forma de vivir a la perspectiva de los DDHH. No obstante, no es menos cierto que, aún en los contextos menos promisorios, con genocidas caminando por las calles, leyes que impedían los enjuiciamientos, propuestas pedagógicas de silencio sobre la historia reciente y una extendida teoría de los dos demonios, hubo quienes sembraron otros sentidos y posibilitaron un posterior trasvasamiento que, hacia el primer lustro del siglo XXI, ingresó a miles de jóvenes a la militancia y el compromiso con los DDHH.
Fueron las películas, obras de teatros, libros, informes periodísticos, murales, fotografías, foros, encuentros, clases, poesías, canciones, denuncias, escraches, presentaciones frente a cortes internacionales, ciclos culturales… en fin, toda una maraña de intentos contra hegemónicos los que lograron torcer el puño del olvido y la tergiversación de la historia.
Después de casi dos décadas de desarrollo de políticas públicas vinculadas a la promoción de los Derechos Humanos, fundamentalmente con relación a la prevención y sanción de los crímenes de Estado de la última dictadura nos encontramos (de nuevo) frente a una oficialidad que quiere “dar vuelta la página de la historia”, o conseguir impunidad para los condenados, o demonizar a las víctimas. Será entonces nuestra responsabilidad volver a tejer esas marañas contra-oficiales. Tenemos a favor la experiencia pasada trazada por los organismos y la memoria institucional que nos legaron las políticas desarrolladas hasta aquí. Tenemos en contra lo lejana que se nos está convirtiendo una historia cada vez menos reciente en el mundo de la inmediatez tecnológica que envejece rápidamente todo.
Por otro lado, las mujeres de pañuelos blancos que ayudaron a darle rostro y voz al dolor y la lucha, y que muestran una vitalidad admirable y conmovedora, van dando el paso último de toda existencia humana. En unos años habrá rondas en la Plaza de Mayo sin cabezas con pañuelos blancos. Esta angustiante realidad, y como compromiso con ellas, debe apurarnos en la construcción de nuevas formas de interpelación y testimonio de lo que ocurrió, con los sobrevivientes que siguen dando cuenta de aquellos años, con los familiares que siguen buscando respuestas y con el conjunto de los militantes de DDHH.
“La historia de los pueblos no es lineal y en los reveses debemos buscar claridad. La tarea es neutralizar al caníbal sin comérnoslo. Estar alertas y conmovidos sin paralizarnos”
Un capítulo aparte merece el negacionismo virulento y temerario de las redes sociales que no escatima en amenazas y perversidad. Esta vidriera es el perfecto ejemplo de un proceso social de alteridad extrema donde, el que no piensa como “yo”, el que no responde a “mi” marco ideológico o político, es un enemigo abominable y eliminable. Lo alarmante aquí es que no existe experiencia histórica en donde graves crímenes de lesa humanidad o genocidios no hayan sido precedidos por estos procesos de alteridad extrema.
Cuando parte de una sociedad entiende que la salvación a todos sus males es el aniquilamiento de un grupo, la deshumanización y la violencia no tardan en mover sus fichas. ¿Acaso no existieron décadas de demonización y animalización de los pueblos originarios para que su casi exterminio fuera posible? Discursos políticos, científicos, educativos y periodísticos sentaron las bases de la normalización de la muerte de miles de personas por su pertenencia étnica. ¿Acaso no fue el mismo proceso el que imperó en la Alemania nazi, con sus representaciones grotescas y odiantes de la colectividad judía, las que compatibilizaron la vida “normal” con las chimeneas de los Campos de Concentración? ¿Acaso la categoría del subversivo infiltrado no se amasó por décadas en la Argentina, desde el Plan CONINTES hasta el paroxismo de la Doctrina de Seguridad nacional -que hoy se quiere reeditar -para que haya quienes estén dispuestos a violar, torturar y arrojar personas vivas al mar?
Es verdad, hay mucho para temer por lo que está ocurriendo. También es cierto que hay muchas experiencias que nos dan fuerzas y actúan como bálsamo. La historia de los pueblos no es lineal y en los reveses debemos buscar claridad. La tarea es neutralizar al caníbal sin comérnoslo. Estar alertas y conmovidos sin paralizarnos. Pensar qué de estas prácticas que ajenizan al prójimo, al vecino inmediato, operan sobre nosotros y nosotras mismas. Interpelarnos cuando creemos en los argumentos simplificadores que asocian derecha, fascismo y grupos concentrados como un todo homogéneo y cuando nos comemos el verso que quienes cometen actos inhumanos no son humanos.
No necesariamente los que defienden posturas fascistas son señores de bigotes y trajes costosos que viven en los barrios más acomodados de nuestra geografía. Y los que se ríen de los desaparecidos, los que amenazan con matar a militantes, los que torturaron, son tan humanos como sus víctimas, como cada uno y cada una de nosotros.
Se inaugura un tiempo de nuevos esfuerzos, donde es importante no clausurar ninguna discusión, donde la pregunta y el prejuicio serán el principal insumo con el que contaremos para tratar de tejer aquellas marañas que nos salvaron de ser una sociedad desalmada. Tendremos que seguir preguntándonos acerca de quiénes somos los argentinos y las argentinas.