GURÍ UNIVERSAL
Una misión en la vida
Aunque hace tiempo dejó de ser un niño, hace tiempo, también, decidió ser un gurí para toda la vida. A sus 32 años no se arrepiente de haber elegido el camino más difícil, pero, sin dudas, el de mayor libertad: dedicarse a lo que ama. En esta nota, el Gurí en primera persona.
Con el arte te vas a cagar de hambre. Tenés que estudiar una carrera en serio, con salida laboral en el mercado. Para ser alguien en la vida hay que ser médico, ingeniero o abogado.
Si bien no conservan el peso que supieron tener durante el siglo pasado, estos discursos todavía siguen estructurando muchas formas de ver el mundo o, mejor dicho, de pararse ante el mundo que nos rodea. Una lógica que somete nuestros deseos a las condiciones externas y que, tarde o temprano, está condenada al fracaso. ¿Se puede hacer algo que no nos satisface sólo por el reconocimiento económico y social?
La respuesta es sí, claro. Son muchos los ejemplos de quienes someten sus deseos más íntimos y profundos a las necesidades económicas y a los mandatos sociales y que, como el esclavo que muere sin conocer la libertad, viven vidas grises, pero sin sobresaltos. Pero también son muchas la que en algún momento hacen el clic y deciden el camino menos seguro: el de hacer lo que realmente desean hacer.
“No pensaba dedicarme al arte, si bien fue algo que siempre me gustó, estaba eso de que no podía vivir del arte, de que tenía que estudiar medicina, estudiar abogacía, como que estaba esa presión y a veces, cuando sos chico, no la sabés llevar”, dice el Gurí, desde República Dominicana, a donde llegó después de su segunda gira europea, en la que llevó su arte a museos y a las calles de Alemania, Francia, Italia, Kosovo y España. “Si se corta es porque se está armando una terrible tormenta tropical acá”, advierte. Y los truenos confirman, del otro lado del teléfono, sus palabras.
El Gurí fue el primer gualeguaychuense en pintar en Kosovo. En la foto, el mural que inmortalizó en una vieja fábrica de la época soviética
Pero esos viajes por el mundo no eran siquiera parte de su imaginación cuando jugaba a la pelota en las calles de tierra del barrio y soñaba, como cualquier gurisito de estas latitudes, en ser parte de la Selección Argentina de fútbol.
“Tuve una linda infancia, crecí en un barrio de gente laburadora, de maestros”, cuenta a La Mala, cuando habla del barrio Agmer, ubicado en la zona sur del corsódromo de la ciudad. “Crecí en libertad, con la puerta de la casa abierta y la bici siempre a mano para escaparnos al río. Eran tiempos de cuidados compartidos entre los vecinos, de comer en casas diferentes y esas cosas”.
“Siempre me gustaron las manualidades, por ahí de chico era extrovertido, pero en la adolescencia me fui volviendo más introvertido y me refugié en el dibujo y en la creación. Me gustaba inventar, armar y desarmar muñecos, agarrar una pila, un foco y una madera y hacer de eso algo que funcione. Hacía esculturas con plastilinas y ese tipo de cosas”, dice, como quien va uniendo los puntos nodales del camino que lo trajeron al presente.
Uno de esos puntos lo marcó su salida de Gualeguaychú. “Cuando llegó el momento de terminar la secundaria y tuve que decidir qué hacer, me inclinaba por la psicología, porque siempre me gustó la parte humana, charlar y escuchar a las personas. Pero, en un momento, pude preguntarme a mismo qué era lo que más me gustaba, y lo que más me gustaba era sentarme ante una hoja en blanco y crear algo de la nada, y jugar con eso”, dice.
Francia, uno de los destinos europeos donde dejó su impronta durante el 2023
“Ahí fue que me fui a La Plata a estudiar Bellas Artes, llegué con mi bolsito a una pensión en la que compartía todo menos la cama. Siempre con el apoyo de la familia y de la gente querida. Hice cuatro años de la carrera, cursé todos los talleres y me quedaban las materias teóricas, pero ya no me sentía bien con ese sistema de la academia que a veces está como estancado. Sentía que ya había aprendido lo que necesitaba, ya estaba pintando en la calle, haciendo mi propio camino y me la jugué toda: abandoné”.
“Yo no pinto para vender o para hacerme conocido, pinto porque es mi voz y mi semilla en este mundo”
Hace poco más de diez años, así como había desembarcado en la Ciudad de las Diagonales, llegó a Brasil, su primera salida del país sin fecha de regreso. “Llegué, gracias a unos ahorros de unas pinturas que había vendido en Gualeguaychú, con la intención de vivir de lo que quería hacer, y eso me costó mucho. Me contacté con artistas de allá, fui ayudante, pero también trabajé pintando carritos de comida, haciendo voluntariados, en hostels, de lo que se podía. Fueron épocas muy difíciles para mí, de tener que rebuscármelas un montón. Creo que en esa etapa la mayoría de los artistas abandonan, yo lo vi en muchos que iban a la par mía y no pudieron lidiar con eso”, dice el Gurí. E ilustra esas dificultades de manera inmejorable: “había días que lo único que comía eran bananas con maní, porque era lo único que había”.
Un Gurí que pinta
“Yo estaba intentando definirme, definir mi identidad. Buscando un perfil anónimo, que hoy es un poco más difícil por los celulares. Y lo de Gurí surgió de una conversación con un amigo de La Plata, en la que yo le contaba que allá no decimos los pibes, decimos los guríses. Entonces me di cuenta que todo el mundo fue un gurí y va a seguir siendo un gurí. Es algo que es de mi tierra, con una raíz histórica importante y esa resistencia al vocabulario. Es algo que tiene un espíritu muy sano, muy puro, muy de niño. Yo pintaba caritas de chicos en ese momento, así que me cerró por todos lados”, explica el entrerriano sobre el seudónimo con el que firmó desde inmensos murales en edificios de México hasta una fábrica abandonada de la ex Unión Soviética, en Kosovo.
En el metro de Múnich, Alemania, donde expuso sus obras en el museo KunsLabor 2
“A mí el arte me dio un propósito por el cual vivir, por el cual esforzarme, por el cual soñar; me dio una herramienta para tener voz propia, un canal para ser libre; me dio una misión para estar vivo, una razón por la cual levantarme todos los días y decir voy a hacer esto porque los siento, porque lo pienso y porque quiero dejar algo en este mundo efímero. Yo tengo una misión en esta vida y me la dio el arte”, sintetizó el joven artista entrerriano. Y cerró: “Yo no pinto para vender o para hacerme conocido, pinto porque es mi voz y mi semilla en este mundo”.