TERCERA ENTREGA
Sonkoy, asalto al palacio municipal III
Vamos con la anteúltima entrega de «Sonkoy, asalto al palacio municipal». Cumbia y retazos de ese país que se añora… escrito por Pablo Solana y dibujado por Diego Abu Arab
TERCERA PARTE
La decisión
VIII. La asamblea
El segundo fin de semana de febrero se había puesto fresco después de las lluvias veraniegas. Era sábado, y la Sociedad de Fomento Sonkoy estaba con sus puertas abiertas desde temprano. En la pizarra que da a la calle, desde hace unos días podía leerse:
“Sábado 9, 18 hs., Asamblea Vecinal
¿Qué hacemos con las cuotas y el impuestazo? ¿corren riesgo nuestras Viviendas?
Participe.”
A las cinco y media llegaron Marta y Culebra. El viejo López y Ofelia estaban desde temprano. El Pela llegó minutos después para confirmar lo que sabía: que su amigo ya estaba allí con la mujer. De a poco llegaron los demás. A las seis y media ya eran más de ochenta vecinos los que ocupaban el salón. En la punta cercana a la cocina, el viejo López había colocado un escritorio medio destartalado pero que servía para darle formalidad a su rol de presidente de la institución. Se sentó él al medio, a la izquierda su mujer Ofelia, y la silla de la derecha quedó vacía por el momento. A un lado y otro del escritorio se proyectaban filas de sillas de plástico que se cerraban algo así como un óvalo hacia el fondo. Cada uno que llegaba, elegía su lugar.
El viejo López recorrió la asamblea con la mirada, por sobre los lentes para leer de cerca. Repasó la presencia de las familias más representativas: todos estaban allí. Pero aún no quería empezar. “Llamalo al Flaco a ver si le falta mucho”, le dijo a su mujer, que sin decir ni gesticular sacó del bolsillo izquierdo un teléfono celular y seleccionó el contacto.
—Flaco, te estamos esperando, ¿venís?
—Qué tal Ofelia, llego en un toque, pero empiecen, mamita, empiecen.
—Queda mal la silla vacía Flaco, vení que te esperamos.
En menos de cinco minutos el Flaco había estacionado su moto de alta cilindrada en la vereda y re corría con pasos sonoros el trayecto desde la puerta hasta la silla a la derecha del presidente de la Sociedad de Fomento, sin saludar. Como si al sentarse el Flaco se activara un dispositivo de inicio de la asamblea, automáticamente el viejo López dio comienzo a la reunión.
—Bienvenidos todos a ésta que es su casa. Es un orgullo para la Sociedad de Fomento Sonkoy que esta reunión tan importante para el barrio se haga aquí, en nuestras instalaciones. Se habrán enterado por los carteles y por el boca a boca de la gravedad del tema que tenemos que tratar, de la defensa de nuestro querido barrio. Por eso esta es una convocatoria que va más allá de la Sociedad de Fomento, es una cuestión de todos los vecinos y no sólo de los socios. Por lo tanto lo que digamos hoy en esta asamblea no va a constar en el libro de actas, y si no hay oposición someto a la asamblea la posibilidad de presidirla a los fines de que transcurra en orden.
Los discursos que mejor le iban al viejo López eran estos, en los que no decía nada de importancia pero derrochaba formalismos y sentía, de esa ridícula manera, reafirmada su autoridad. Nadie prestó mucha atención a sus palabras. Todos seguían con sus con versaciones que arrastraban de un rato antes, bajan do la voz, pero sin cortar sus diálogos, murmurando por lo bajo. El debate empezó cuando Marta tomó la palabra.
—Bueno, yo quiero hablar. Hasta hace una semana lo que todos sabíamos era que el intendente Mesa había aumentado los impuestos municipales, y eso ya nos afecta a todos. Pero además, en estos días, les habrá llegado a cada uno de ustedes este panfleto tan bonito y tan brillante—, Marta alzó un tríptico de papel ilustración que se había repartido casa por casa la semana anterior. —Acá se habla de la justicia, del derecho a la vivienda, pero no nos dejemos engañar porque este papel así brillante como está no es más que espejitos de colores… Nos quieren deslumbrar con palabras bonitas, pero todo esto no es otra cosa que un ataque a nuestro barrio, a nuestras viviendas.
Los cuchicheos se iban apagando mientras Marta avanzaba con sus palabras. Ahora era todo silencio. Todo, menos el bullicio lejano de los niños que correteaban al fondo, ajenos a la asamblea.
—Vean bien lo que dice el intendente acá—, retomó Marta. Fijó la vista en el folleto y leyó: —“Plan de regulación de tenencia de asentamientos y barrios sobre tierras fiscales. Una familia, una casa. Que su vivienda sea su propiedad. Cuotas accesibles”—. Hizo una pausa, levantó la vista. —Suena muy bonito, ¿no es cierto? ¿Quién no quiere estar tranquilo con su terrenito, con su casa? Pero, a ver, compañeros, ¿a nadie le genera desconfianza tanta palabra bonita en boca de estos tipos del municipio?
Tal vez por exceso de respeto o tal vez porque la mayoría interpretó que se trataba de una pregunta que Marta misma contestaría, nadie respondió.
—Les pregunto a ustedes. ¿Qué creen que es eso de que “su vivienda sea su propiedad”?
Con la insistencia, ahora sí algunos se sintieron interpelados.
—Y, ellos dicen que van a darnos los títulos de pro piedad de nuestras casas, hay que ver si será verdad—, intervino uno.
Retomó la mujer:
—Claro, eso dicen, pero ¿será esa su verdadera in tención? ¿Alguien tiene más información? A ver, ¿qué opinan ustedes?
Marta tenía en claro que el debate culminaría con la decisión de realizar una protesta contra el municipio, pero en las asambleas siempre avanzaba paso a paso, acompañando la reflexión de los demás.
—Y, si ponen en el medio el cobro de cuotas, ahí siempre aparece el temor de que a uno lo estafen, ¿no?—, acotó don Cosme.
—Yo prefiero pagar las cuotas y tener la seguridad de mi casa. El que quiere pagar, puede—, dijo Tito el verdulero. La asamblea se fue animando.
—Vos podés, Tito, pero sabés que la mayoría no va a poder—, contestó un viejito desde el fondo. Tapó su boca unos segundos para toser, y retomó: —No seamos egoístas y pensemos en el barrio, porque si no acá se van a terminar jodiendo todos, hasta los que ahora parece que se salvan.
—Claro, además en otros barrios se aplicó una ley de tierras o no sé cómo se llama, donde cada uno escrituró su casa sin aumento de impuestos ni tener que pagar… Porque si hay que pagar para tener lo que ya es nuestro… quiere decir que si alguno no puede pagar va a perder lo suyo, su casa, ¿o no?
Distintas personas exponían en palabras sencillas cuál era el verdadero problema. De a poco cobraba forma una reflexión serena, colectiva. La decisión final iba surgiendo de la propia participación vecinal.
Don Cosme, que había hablado del temor a que los estafen, agregó:
—Bueno, pero entonces la cosa es fácil: que se hable con el intendente Mesa para que dé marcha atrás con todo esto de los impuestos y las cuotas, y si no entiende razones, nos movilizamos, cortamos la avenida, lo que sea.
—Cabe señalar que ya hablamos con el intendente, y las respuestas no fueron buenas—, intervino el viejo López, sobreactuando su voz grave y pausada. —Fuimos los representantes de la Sociedad de Fomento con otros vecinos, y el señor intendente insistió con que todo este plan de tierras es mejor para nosotros, habló de los vecinos honestos y de los que no quieren salir adelante, dando a entender que los que podían perder sus viviendas eran quienes no querían salir adelante… Nos atendió con una sonrisa, pero lo que nos dijo no nos tranquilizó en absoluto…
El Flaco, a su lado, volcó su cuerpote sobre el escritorio como hace siempre que va a hablar:
—Acá mi amigo López es muy diplomático—, dijo, mientras con su brazo izquierdo rodeaba por detrás al presidente de la Sociedad de Fomento y daba unas palmadas en su espalda. —López es muy delicado, porque la posta es que Mesa nos trató como a idiotas, prácticamente. Lo que nos dijo ese tipo fue un insulto a nuestra dignidad—, reforzó esas últimas palabras y buscó aprobación con la mirada, como si la frase última mereciera un especial reconocimiento—. Nos trató como si tuviéramos capacidades mentales diferenciadas, como se dice ahora…—, repitió y volvió a sonreír, involuntariamente bobalicón—. Ése se piensa que no entendemos nada porque somos de la villa. Ese tipo es un garca, viejo, un garca como los peores garcas.
Habló un rato más. Explicó, a su modo, que si dejaban avanzar a Mesa con los impuestos y las cuotas por las viviendas, después vendría la privatización de la salud, el recorte de las becas estudiantiles, “y ya sabemos cómo sigue todo esto”.
—Por eso hay que reaccionar, viejo. Como dice don Cosme, pero no con una marchita, discúlpeme don Cosme, sin ofender, pero no con una marchita más. “Cuando fracasa la petición, viene la acción” decía el General. Así que tenemos que mostrarle a estos tipos que, ahora, ya no les pedimos que hagan esto o aquello… Hay que mostrarles que no los vamos a dejar gobernar si quieren avanzar en contra nuestra—. El Flaco hizo una pausa y por fin cedió la palabra.
—A mí me dicen egoísta —se metió en el silencio el verdulero—, pero vos Flaco qué proponés, ¿hacer una de las tuyas? ¿Le vas a pegar un tiro en una pata al intendente, o qué vas a hacer?
La asamblea se dividió entre susurros de desaprobación y risas cómplices. El Flaco ni se inmutó.
—Me extraña, Tito, me extraña. No nos pisemos la manguera entre bomberos, hermano. Aunque en algo tenés razón, si cada uno se corta solo no vamos a ningún lado, ¡muy bien que vos lo reconozcas!—, dijo el Flaco devolviendo la provocación a quien minutos antes había propuesto que quien pudiera, pagara. Lanzó una risotada y retomó: —lo que yo digo, para ir al grano, es que hay que hacer algo grande. Que nos movilicemos todos, pero que no nos quedemos en la calle con los bombos, sino que nos metamos adentro, que les tomemos el edificio. Y con el quilombo que se arma van a ser ellos los que nos pidan por favor que quieren negociar, vas a ver… Además, no somos los únicos que le tenemos bronca a los Mesa. Me llamó Saldívar y…
—Pará Flaco, pará —lo interrumpió Marta, decidida—. Ya te dijimos que una cosa es una cosa y otra cosa es el corrupto y transa ese de Saldívar. Acá no nos metamos con esos políticos berretas si queremos que las cosas salgan bien.
Culebra apoyó la intervención de la mujer buscan do las palabras justas, no vaya a ser cosa que se le escaparan y se le mezclaran las emociones. El Pela habló detrás de él para no decir nada, o simplemente para que su amigo y Marta notaran que allí estaba él también. Los dos parecían entreverarse en un diálogo inconsciente que dejaba a la asamblea y a todos los demás como mero telón de fondo.
Sin reparar en sutilezas, el Flaco insistió con los mismos argumentos que semanas atrás había volcado en la reunión donde se tocó el tema por primera vez. El ambiente se puso espeso y la discusión quedó polarizada. Después de media hora de otras intervenciones y de polémica sostenida, el viejo López retomó la palabra:
—Bueno señoras y señores, vamos a pasar en limpio todo esto, si me permiten. Hasta el momento parece que hay acuerdo en hacer una medida de protesta dura, contundente, que puede ser lo que planteó el secretario de Juventud de la institución, aquí a mi derecha— dijo, y señaló al Flaco. Marta lo interrumpió:
—Sí, López, que quede claro que una cosa es la de cisión vecinal que se toma aquí, que yo acuerdo con que sea de esa forma, con fuerza, si hace falta que incluya la ocupación del municipio, pero otra cosa es meter a Saldívar en el medio, que quede claro que eso no.
Retomó el viejo López:
—Entonces, como dice Marta, sometemos a votación la decisión de movilizar al municipio en forma con tundente y sin descartar ningún desenlace, por decir lo de alguna forma, en defensa de nuestras viviendas y nuestro barrio, hasta que den marcha atrás con el cobro de las cuotas. Eso es lo que buscamos acordar ahora, lo demás lo dejamos de lado. ¿Por la positiva?
Lo que había sido, días atrás, una mera propuesta surgida de una reunión de cinco personas, con la aprobación de la asamblea se convertía en una medi da enérgica, asumida por todo el barrio, lista para ser ejecutada. La mayor parte de los presentes levantó su mano. Un aplauso cerrado coronó la decisión.
IX. El arreglo
—No, no, Flaco, en la estación de servicio esta vez no, muy público, muy público… A ver, anotá: vénganse a una oficina nuestra, San Martín 268, a una cuadra de la iglesia.
Saldívar había arreglado un encuentro con el Flaco para ver cómo venía la toma del municipio. El ex in tendente estaría con su mano derecha, Lázaro, y el Flaco debería llevar al presidente de la Sociedad de Fomento. El lugar en realidad no era una oficina. Se trataba de una casa deshabitada ubicada en la zona céntrica de Independencia que Saldívar y Lázaro se habían apropiado durante la gestión al frente del municipio, después de verificar que su dueño había fallecido y no tenía herederos. Habían planeado ocuparla sin más y construir ahí un local partidario, aunque después decidieron tramitar los “papeles”: una ges tión ilegal que resolverían con sobornos a funcionarios de su propio partido al frente de la Dirección Provincial de Catastro. Con los papeles truchos podrían intentar venderla para conseguir unos buenos pesos: de algo necesitaban vivir mientras resolvían aquella cuestión pendiente de la caja fuerte.
—Mire don López, con todo el respeto que usted sabe que le tengo, le voy a contar la verdad—, empezó Saldívar la conversación. —Por supuesto que tengo interés en que a estos atorrantes de los Mesa les vaya mal, mi amigo, por supuesto que tengo interés… A mí me robaron las elecciones, ¿sabe? No porque haya habido fraude, sino porque se montaron sobre las inundaciones para hacer política… Y las inundaciones son un fenómeno natural, ¿o no?. ¿De qué me van a echar la culpa a mí, de no haber parado la lluvia? Entonces, como me sacaron de las manos la in tendencia, yo le soy sincero, don López, quiero recuperarla. Creo que me lo merezco, y que los vecinos de Independencia también se merecen que sigamos con una gestión al servicio del pueblo, y no como ahora que gobiernan para unos pocos, ¿no es cierto?
El ex intendente se había propuesto convencer a López para que lo acepten como aliado en la rebelión contra los Mesa, y por eso intentaba hablarle con palabras que al viejo le resultaran amigables. Siguió:
—Entonces, como le digo, seamos claros, estamos entre amigos: el quilombo les sirve a ustedes y me sirve a mí, ¿me entiende? Les sirve a ustedes porque es cierto lo que me cuenta el Flaco que hablaron en el barrio, acá en Independencia no hay nada que privatizar, no hay autopistas para poner peaje. Entonces éstos van a hacer caja con el cobro de impuestos, van a poner a funcionar el municipio como una in mobiliaria. Y de paso, como dicen ellos, sacan a algunos cuantos negritos de Independencia… Son gorilas, don López, son antipueblo, antiperonistas, anti todo son estos tipos. Entonces, como le decía, vamos por la cabeza de los Mesa y ganan ustedes y gano yo. ¿Qué gano yo? Se lo digo clarito, don López: yo quiero volver a la intendencia, eso gano. Quiero que después de esto, el Concejo Deliberante destituya a Franco Mesa y se convoque a nuevas elecciones, ¿me entiende? Ganan ustedes y gano yo…—. El político mentía con aquella verdad a medias, sin exponer su motivación de fondo.
—Sí, lo comprendo, doctor—. Saldívar no era doctor en nada, pero López repetía su manía de exagerar ese tipo de protocolos en situaciones así. —Lo comprendo, pero ¿sabe qué?, hay mucha gente en el barrio que no está tan de acuerdo con usted, que están contreras, pero no porque apoyen a los Mesa… Viene más por el lado de la bronca con los políticos la cosa, por el lado de las ideas de izquierda, ¿me entiende? El Flaco hizo el intento, pero hay quienes no quieren saber nada con usted, para serle sincero…
—Ya lo sé, don López, ya lo sé… Entre los zurdos, los piqueteros y el rollo ese de que ahora se decide todo en asamblea, nos han desgastado injustamente a los políticos, es cierto eso que me dice, es cierto… Por eso estamos acá con el Flaco y usted, ¿no? Porque los dirigentes siguen siendo insustituibles, don López, irremplazables. Yo sé que si me pongo de acuerdo con ustedes dos, las cosas salen, que ustedes pueden manejar a la gente, ¡para eso son los dirigentes del barrio, mi amigo! Entonces no me explique que algunos en la asamblea esto y aquello, dígame sin vueltas qué le parece a usted.
—Bueno, mire Saldívar, más allá de la gente, yo también creo que la gestión suya no fue… a ver cómo puedo explicarle… no fue todo lo óptima que a nosotros nos hubiera gustado… Y que si usted como dice va a forzar su reelección al frente del municipio, nosotros esperamos un trato mejor, una relación más directa con las políticas sociales, ¿me entiende? Creo que si nos ponemos de acuerdo en eso…
—¿Me está pidiendo la Secretaría de Acción Social, López? ¡Digameló, vamos, sin miedo, pida, pida! ¡No hay problema, don López, para eso es esta reunión, para ponernos de acuerdo, mi viejo! Tal vez tengamos que pensar en su señora para el cargo, vio que en Acción Social siempre conviene que haya una mujer, imagínese si lo pongo a usted ahí, lo quemo don López, o al Flaco… Vos Flaco sabés que con la mujer de López en la Secretaría no te va a faltar nada, pero imaginate si te nombro secretario a vos… La cosa pasa por otro lado, ¿no?
El Flaco intervino por primera vez en la conversación.
—Por mí está todo bien Saldívar, todo bien. Acá lo importante es que te pongas de acuerdo con López, que en el barrio es el que pone la jeta. Explicale a él lo de la cana, lo que tenés abrochado por ese lado.
—Claro, claro, eso es muy importante también. Le decía al Flaco que yo ya hablé con el comisario, des pués de cuatro años de trabajar juntos hay confianza, imaginesé don López, hay confianza… Y le decía al comisario que la cosa viene mal con los Mesa, que los comerciantes protestan en las oficinas de la Municipalidad, pero cuando protesten ustedes desde los barrios ya no van a ser un par de gritos en una oficina, va a ser un flor de quilombo… Y como siempre los Mesa los van a mandar a ellos, a la cana, de carne de cañón, a reprimir, a ganarse la bronca de la gente, pero que no vale la pena, que esta vez no vale la pena…
Saldívar hizo una pausa para tomar agua. Fue Lázaro quien retomó el relato:
—Además el comisario sabe que en los planes de Mesa está cambiarlo, y poner a otro jefe de la bonaerense que trabajó para ellos en la empresa. Sabe que a él no lo quieren, que es cuestión de tiempo que lo saquen. Entonces, nosotros le explicamos, mirá, por más que vos hagas buena letra, la patada en el culo te la van a pegar igual, acá la única que te queda es que los Mesa se debiliten y no puedan hacer lo que ellos quieran, eso le explicamos al comisario.
Saldívar continuó:
—Claro, le explicamos que en este caso la protesta de ustedes coincide en interés con lo que él necesita para que Mesa no lo eche, porque el tipo es policía pero no es boludo, eh… Entendió enseguida, don López, entendió enseguida… Nosotros no le hablamos ni de la toma del municipio, ni de la fecha ni nada. Nos preocupamos por verificar si el tipo estaba con ánimo de dejar correr la revuelta sin reprimir, y ¿sabe qué terminó diciéndonos? Terminó largándonos una perorata, que él en realidad es un nacionalista que está cerca del pueblo, que la policía no tiene que estar para reprimir a la gente sino que tendría que estar para perseguir a los delincuentes de guante blanco como los Mesa, y qué se yo cuántas cosas más…
—Miralo al milico éste ahora —intervino el Flaco— así que no está para reprimir ese hijo de puta, ¿qué es lo que hizo entonces aquella vez que…
—Bueno, Flaquito, bueno —lo cortó el viejo López, mientras apoyaba su mano sobre el gordo antebrazo del Flaco— dejá que nos cuente más el doctor, no interrumpás.
—Está bien don López, está bien. Sigo entonces. Lo concreto es que el comisario está en la misma sintonía que nosotros. Yo garantizo eso. Ustedes movilizan, toman el municipio, imponen su fuerza, y yo garantizo que la policía no se meta. ¡Es un trato justo! ¿O no? ¿Eh, Flaquito? Dejalo tranquilo al comisario, dejá las broncas para otro momento, lo importante es que el tipo todavía es el que manda en la comisaría de acá y nos garantiza que no va a haber palos, ¿qué más querés?
—Bueno Saldívar, a mí me convenció, qué quiere que le diga—, retomó el viejo López. —Para mí está bien. Se dará cuenta que esto no es para andar hablando por ahí, ni de parte nuestra ni de parte suya.
—¡Me extraña, don López, me extraña! Por supuesto, quédese tranquilo. Flaco, decile vos, quédese tranquilo don López, acá ganamos todos o perdemos todos, así que este acuerdo lo tenemos que cuidar como a un tesoro… Imagínese cuando esto salga bien: los Mesa heridos de muerte, políticamente ha blando, por supuesto, ¿me entiende?, y ustedes con todos los laureles de ser el barrio más combativo, que defiende lo suyo, que le pone un freno a estos pichones de oligarca… ¡todo ganancia don López! Entonces está todo arreglado, qué bien, qué bien… ¿Fecha, Flaquito?
—Doce de marzo.
—Doce de marzo cae…
—Martes, martes 12 de marzo.
—Perfecto, martes 12 de marzo, no queda mucho tiempo, ¡a preparar los últimos detalles muchachos! Y después a ver si hacemos un asadito, ¡eh, Lázaro!, un asadito en la Sociedad de Fomento, por supuesto pagamos todo nosotros, faltaba más, ¿le parece don López?
—Claro, serán bienvenidos, muchas gracias Saldívar, ahí le agradeceremos todo esto que hace por nosotros con un aplauso, un aplauso para el doctor…