BALANCES, FIESTAS DE FIN DE AÑO Y SALUD MENTAL

QUIERO, PERO NO PUEDO: CONVIVIR CON LA ANSIEDAD

Entre la presión de las redes sociales y la anticipación catastrófica, el presente suele volverse un lugar difícil de habitar. La psicóloga Débora Espinosa analiza por qué la ansiedad no es falta de voluntad, sino un lenguaje que pide ser escuchado.

Texto: Zul Bouchet | Ilustración: Diego Abu Arab
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Un examen, una reunión con amigos, una salida a bailar, una comida en casa, un rato de silencio antes de dormir. En todo momento la sensación de un desborde inminente está presente, como un ruido de fondo, como una alarma que cuenta minutos para iniciar. El cuerpo se tensa, el pecho se cierra y el futuro se agolpa: el presente es irrespirable.

En diálogo con La Mala, la psicóloga Débora Espinosa nos ayuda a desentrañar el estado de inquietud permanente que llamamos ansiedad. «Es un mecanismo adaptativo, se requiere de determinado monto de ansiedad para funcionar en el mundo, el problema radica en el exceso», aclara sobre la sensación que se traduce en «una vivencia de desborde, te supera lo que estás viviendo, estás haciendo esfuerzos que no sabes bien hasta dónde o hacia dónde te conducen». Para la profesional, fuera del consultorio, la ansiedad suele describirse como una falta de calma: «Muchos lo cuentan como un nudo en el pecho, una dificultad respiratoria o la sensación de que algo malo va a pasar».

Es fundamental aclarar que esto no es un diagnóstico cerrado, sino una experiencia subjetiva que varía en cada persona, especialmente cuando hablamos de niveles de ansiedad ligados a la vida cotidiana y no necesariamente a trastornos clínicos profundos.

Desde el psicoanálisis, la mirada se aleja del síntoma molesto para entenderlo como un lenguaje. «Freud habla de la angustia y remite a que funciona como una señal de alarma: frente a un peligro, el Yo se tensiona. Pero ese peligro no necesariamente es externo, puede venir del mundo interno», explica Débora. El origen del mismo es lineal: puede estar ligado a conflictos, pérdidas, deseos en contradicción o a las exigencias feroces del mundo actual. “La ansiedad tiene un carácter más organizado que la angustia, está más ligada al pensamiento, a la anticipación y a las escenas. Intenta, de algún modo, defenderse de la angustia”, sostiene la profesional.

FICCIÓN CATASTRÓFICA: ME HICE LA PELÍCULA

“Es imposible vivir sin dolor, la ausencia del dolor no la conozco. No estuve cerca de ninguna experiencia de alguien que haya vivido sin dolor”, reflexiona Débora. La vida en sí misma implica un trabajo psíquico intenso, una cuota de pérdida y conflicto que es inherente al ser humano. La pregunta nunca debe ser ¿cómo eliminar el sufrimiento?, debe partir (sin romantizar) de cómo hacerlo vivible, de cómo transitarlo.

Una de las características clave para comprender una mente ansiosa es la anticipación excesiva. Estás tomando una cerveza con amigos, pero tu cabeza está en la reunión de mañana. “Es el exceso de futuro y la dificultad para estar en el presente», define Débora.

En ese escenario aparece lo que se denomina “ficción catastrófica”, escenarios psíquicos en los que todo termina en desastre. «La cabeza habla, crea imágenes, hipótesis. Es más fácil pensar en una catástrofe concreta que soportar una angustia sin nombre. La ansiedad detiene la angustia, decíamos antes. La ficción es un intento, fallido, pero intento al fin, de ligar lo que desborda. El monstruo es más grande en la cabeza que en la realidad», dice nuestra psicóloga de consulta. Sin embargo, advierte que cuando se logra apalabrar, escribir o preguntar sobre ese miedo la amenaza se reduce. «Genera alivio saber que existe, pero es una situación dolorosa. A veces no alcanza solo con contarlo, porque también genera vergüenza comunicar que sentís que te vas a morir por un simple examen. Pero lo sentís. Por eso es vital que haya alguien que pueda escucharlo».

“Genera alivio saber que existe, pero es una situación dolorosa. A veces no alcanza solo con contarlo, porque también genera vergüenza comunicar que sentís que te vas a morir por un simple examen. Pero lo sentís”

EVITAR: LA DEFENSA QUE MÁS DAÑA

La creación de escenarios terribles produce aislamiento. Claro está que en casa pueden pasarme menos cosas malas que en espacios que no puedo controlar. Esa inestabilidad que produce la ansiedad y su creación de películas interminables afecta los vínculos. Muchas veces se malinterpreta como desinterés. En realidad, se trata del famoso “quiero pero no puedo”. Débora explica que muchas personas desean profundamente participar de un encuentro, pero su cuerpo les dice otra cosa: «No faltan ganas, es una imposibilidad momentánea. Explicarle al otro no es fácil y se corre el riesgo de que sea tomado como un rechazo. Porque además el otro no tiene por qué entender, quizás ni siquiera tiene los recursos para hacerlo”.

Sin embargo, esta misma inestabilidad puede ser una puerta. «Los vínculos no exigen una coherencia absoluta, se sostienen cuando hay un lugar también para la fragilidad», señala la psicóloga. Admitir que uno no puede, lejos de romper el lazo, puede abrir formas de relacionarse más honestas. Sin romantizar el malestar, se trata de entender que la exigencia de ser «ultra coherentes» no es real y que la vulnerabilidad compartida también construye cercanía.

Aquí entra en juego la evitación, a la que Débora define como una «defensa maestra». «Evitar calma en el corto plazo: bajás la persiana, te quedas adentro y el cuerpo descansa. Hay una ganancia inmediata, un alivio físico real, pero el costo es altísimo porque refuerza la idea de que el encuentro con el otro es peligroso. El riesgo es que el mundo se vaya achicando y la persona se quede sola, que es precisamente lo que quería evitar”.

Bajo esos términos, agrega: “acompañar no es empujar, no es salvar, no es exigir: es estar disponible. A veces, es simplemente no retirarse”.

“Los vínculos no exigen una coherencia absoluta, se sostienen cuando hay un lugar también para la fragilidad”

TENéS QUE SER FELIZ, DICEN LAS REDES

La tecnología tiene cosas buenas, pero también nos puede arrastrar a los fondos más oscuros. Hay que aprender a usarlas, dicen, pero es un trabajo con más espinas que rosas. Para Débora, las redes sociales no crean ansiedad de la nada, no es un acto de magia, pero funcionan como escenarios de comparación permanente que alimentan un Superyó cruel.

«Aparece el otro idealizado, el ‘cómo queremos ser’, y ese ideal alimenta una exigencia interna: yo debería poder ser así», explica la especialista. Para el sujeto ansioso este mandato se vuelve insoportable. Ya Freud advertía sobre la crueldad del Superyó: cuanto más se intenta cumplir con sus demandas, más pide, más exige. Las redes multiplican esa voz, convirtiéndose en una medida de valor personal que nunca se alcanza.

Por eso, el desafío no es necesariamente «salirse» del mundo digital, sino aprender a habitarlo con ojo crítico. «No hay fórmulas mágicas», advierte nuestra entrevistada, «pero se trata de no tomarlas como una verdad absoluta sobre quiénes somos».

Esta presión por la imagen no solo vive en las pantallas, se intensifica cuando el calendario nos obliga a hacer balances. «El imperativo de ‘seamos felices’ genera su reverso, que es la angustia. El psiquismo abre y cierra todos los días, pero los balances de fin de año nos confrontan brutalmente con lo hecho y lo no hecho, con los deseos postergados y las ausencias. Hay un retorno a la escena familiar, a las viejas heridas, a las ausencias que duelen más. Sugeriría desidealizar ciertas fechas. Si acabas de separarte o perdiste a alguien es difícil estar contento. No hay una manera correcta de celebrar: si queres quedarte viendo una serie y comiendo sandwichitos con tu perro, está bien. Y entender que no toda tristeza es patológica nos permite transitar duelos o separaciones sin la presión de la alegría forzada”.

“Ya Freud advertía sobre la crueldad del Superyó: cuanto más se intenta cumplir con sus demandas, más pide, más exige. Las redes multiplican esa voz, convirtiéndose en una medida de valor personal que nunca se alcanza”

ACOMPAÑAR SIN PERDERSE

De por sí, acompañar no es tarea fácil. Acompañar a alguien con ansiedad duplica esfuerzos y requiere, sobre todo, reconocer los propios límites. «Hay que correrse de la idea de ‘el que quiere, puede’. No todo depende de la voluntad», enfatiza Débora.

Construir un lugar de escucha implica aceptar que el dolor del otro no puede ser «curado» ni «absorbido» por uno. «Es dejar de lado el ego y la comparación. Es poder decir: ‘estoy acá, pero no me pierdo con vos’. Se trata de rescatar el valor de la palabra para construir un sentido diferente, permitiendo que el malestar circule de un modo más sano. Incluso frente a esas preguntas incómodas de la tía en la cena familiar, que a veces rozan la malicia o el lugar común, la respuesta es la palabra. Si la palabra circulara con honestidad, el otro sabría que la pasaste mal, que quizás todavía no sos ingeniero, pero que estás en camino o cambiando de rumbo. Se trata de construir sentido con el otro, en contextos que no sean de juicio”.

Al final del día, quizás la cura no radique en que la ansiedad desaparezca, sino en el esfuerzo de construir redes donde no haga falta ocultarla.