INCLUSIÓN, MÁS ALLÁ LAS PALABRAS
QUIEN QUIERA VER, QUE VEA
¿Cómo debería ser una ciudad inclusiva? ¿Cuáles son las barreras que la mayoría no vemos? En estas líneas, Marcela Arias describe la ciudad en la que vive y se pregunta: ¿Tan difícil es aceptar que todos somos diferentes, que todos somos ciudadanos con iguales derechos y diferentes necesidades?
Hoy toca salida. De vez en cuando es importante -necesario-salir de la covacha a despejar la mente por los caminos trazados en una ciudad de más de doscientos años de vida. Lugar donde nací, que me vio crecer, se podría decir que hemos crecido juntas, hemos evolucionado. Bueno, a veces dudo un poco de esto.
Si evolucionar significa tener calles asfaltadas, los servicios básicos indispensables, edificios ultra modernos, diría que sí. En otros aspectos, no.
Me voy a trepar a una escalera… No, no, mejor empleo un dron y así puedo observarlo todo. Encuentro mucha belleza en sus parques, en sus ríos, en los niños corriendo en los patios… pero al detenerme con detalle en sus veredas, calles, edificios, noto algo tan evidente y a su vez oculto a la vista de casi todos que es necesario revelar: esta ciudad no es inclusiva.
Con tristeza miro las peripecias que hace un señor llevando a una persona en silla de ruedas sobre una rampa rota, tiene una rueda trabada y dos muchachos salvan la situación: dos girasoles en medio de la tormenta, así es mi gente linda, la que no falla.
“¿Quién, teniendo una discapacidad puede ser independiente en un lugar dónde la infraestructura no le presenta las herramientas necesarias para lograrlo?”
Logro ver desde lo alto otras situaciones semejantes. ¿Eso es lo que parece? Sí, sí, es un joven con bastón blanco moviéndose de un lado al otro, desorientado. Y es obvio, ¿Quién, teniendo una discapacidad puede ser independiente en un lugar dónde la infraestructura no le presenta las herramientas necesarias para lograrlo?
¡Epa! ¿Y ese edificio nuevo con tres escalones? Digo:¿dónde queda ese flujo de individuos que solo puede subir por vados? Mamás con cochecitos de bebés, personas mayores con bastones, los que tienen sobrepeso, alguien con muletas o en silla de ruedas.
Una duda gira en mis pensamientos hace un rato largo: ¿Acaso esto no es discriminar? Se siente así en el pecho. Es cómo leer un cartel en la puerta del lugar: “Nos reservamos el derecho de admisión”.
¡Eh, loco!¿Qué te pasa? Perdí hasta las ideas con tremendo soplido que vino del norte. Viento atrevido me alejó del centro. ¿Dónde estoy ahora? A ver, a ver ¿Qué calle es esta? Cartelito no tiene. No hay ninguna indicación. No se puede creer, recorrí cinco cuadras ya y no existen los nombres de las calles. Miro a lo lejos, veo el reloj de la Catedral y logro ubicarme. Menos mal.
Bueno, la última: si hay una buena rampa es la que nos permite ingresar a la plaza San Martín (San José y Urquiza), pero un señor tuvo la gran decisión de estacionar ahí su auto. Qué pena.
Leo por ahí “Gualeguaychú, ciudad de todos” … me suena a un “lugar ideal inclusivo” dónde “todos somos bienvenidos”. Eso es lo que más deseo.
Aunque no es sólo decirlo. Hay que poner manos a la obra, tomar el toro por sus cuernos como sociedad y trabajar juntos para planificar con criterio técnico la accesibilidad en toda la ciudad, hacer respetar y cumplir la ordenanza existente. Educar, empezando con los niños, porque el respeto es primordial y la empatía, indispensable.
¿Tan difícil es aceptar que todos somos diferentes, que todos somos ciudadanos con iguales derechos y diferentes necesidades?
Falla mucho quien tiene el poder y la responsabilidad de hacer lo necesario para convertir este hermoso lugar en un espacio sin barreras de ningún tipo para que cada ciudadano logre transitar en plena libertad con su seguridad garantizada, desarrollando sus capacidades y disfrutando de todos los espacios.
Si lo hace a medias, no lo hace.
Taller de Escritura Tiempo de Palabra, de Susana Lizzi