NO VIOLENTARÁS
¿QUÉ ES PARIR CON RESPETO?
Del 13 al 19 de mayo se conmemora la semana del Parto Respetado. Ahora, bien: ¿parir es solamente nacer? El relato de quienes gestaron y parieron está plagado de anécdotas hermosas, sí, pero también de angustias, de sometimientos y de violencias que marcan para siempre. El rol de la interseccionalidad.
Sancionada en el año 2004 y reglamentada en el 2015, la Ley 25.929 o Ley de Parto Humanizado establece que en el parto debe darse la menor intervención obstétrica posible y el mayor respeto a los tiempos fisiológicos naturales del preparto, del parto y del nacimiento, primando el respeto por quien está pariendo, por sus acompañantes y por quien está naciendo.
La ley constituye un cuerpo integrado de actuación frente a la concatenación “trabajo de parto, parto, nacimiento y postparto”. Involucra de forma interdisciplinaria al personal sanitario y le asigna la responsabilidad de garantizar parámetros de respeto a lo largo de este conjunto de sucesos invencibles. Como lo establece en su articulado, cualquier persona gestante tiene derecho “a ser tratada con respeto, y de modo individual y personalizado”, para que se garantice su “intimidad durante todo el proceso asistencial”. Además, fija a toda persona recién nacida el derecho “a ser tratada en forma respetuosa y digna; a no ser sometida a ningún examen o intervención cuyo propósito sea de investigación o docencia” y a ser internada en sala “lo más breve posible”, con la persona progenitora.
En sintonía con esta ley, en el 2009 se sancionó otra normativa importantísima: la Ley 26.485, de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales. Allí se establecen los tipos y modalidades de violencia por razones de género, y la violencia obstétrica es una de ellas.
Si estas leyes ponen el acento en la humanización de la forma de parir y nacer y en el respeto irrestricto de los derechos de la persona gestante, ¿por qué interpela directamente a la institucionalización del parto?
Es necesario hacer un recorrido histórico para analizar este punto. Ya en las civilizaciones antiguas se identificaba a las comadronas o matronas como aquellas mujeres encargadas de acompañar el parto en las comunidades. Llenas de sabiduría, han tenido un lugar primordial, repleto de mística y facticidad.
“En el siglo XX, con las escuelas profesionales, se otorgó reconocimiento académico a quienes elegían la formación como parteras y, junto al desarrollo de la profesión médica y del sistema hospitalario, los nacimientos se trasladaron a las instituciones sanitarias”
Con los avances de la ciencia, la figura de las matronas fue moldeándose y recobrando una habilitación social diferente para ejercer este oficio. En el siglo XIX, cuando los partos sucedían en los hogares, aparece un registro diferente en lo que respecta a la asistencia: las “matronas formadas” eran solicitadas por quienes contaban con recursos para tomar este servicio, mientras quienes no podían hacerlo solicitaban atención de mujeres que se valían de experiencia en el asunto. Ya vemos por entonces la diferencia impartida entre la formación formal y la no formal, además del concepto de “calidad” asociado a la posibilidad de acceder a un servicio pago.
En el siglo XX, con las escuelas profesionales, se otorgó reconocimiento académico a quienes elegían la formación como parteras y, junto al desarrollo de la profesión médica y del sistema hospitalario, los nacimientos se trasladaron a las instituciones sanitarias.
Actualmente, la universidad otorga un título de grado: Licenciatura en Obstetricia. Este camino hacia la institucionalización del parto tiene como objetivo disminuir la morbimortalidad materna y neonatal, haciendo énfasis en la posibilidad de atender la emergencia, cualquiera sea.
Ahora bien, si la enorme mayoría de los partos del mundo suceden desde el siglo pasado en instituciones sanitarias, que en la Argentina se haya tenido que sancionar una ley para explicitar la forma humanizada de parir, ¿significa que las instituciones en algo le estaban errando o que la ética del parto ha cambiado? Indistintamente, al hablar de instituciones, tanto públicas como privadas, se alude directamente a personas que tienen roles y cumplen tareas específicas en las mismas. Entonces, la Ley de Parto Humanizado, de alguna manera, deja en evidencia una falta. Ese elemento se traduce en un concepto: el respeto.
Seguramente, conocemos relatos, más o menos espantosos, sobre la forma en dar a luz. Es por esto que no es casual que las personas gestantes elijan cada vez más la posibilidad de parir en sus hogares o bien en lugares afectuosos y cálidos.
¿Se trata entonces de des-institucionalizar el parto o de institucionalizar nuevos modos de parir y nacer?
Como para tantos otros aspectos de la vida, existe legislación que ampara ciertos modos del hacer institucional que garantiza derechos específicos. Digamos que se trata de contar con herramientas legales que nos acompañan en la vida en sociedad, que estipulan o pautan los modos o procedimientos para llevar adelante ciertas acciones de nuestras vidas. En algunos casos, se trata de algo así como visibilizar lo invisible.
Para el caso de la Ley de Parto Humanizado el objetivo es regular el contexto al momento de parir y de nacer. Es algo así como dejar en evidencia que de algunas cosas no se estaba hablando o, simplemente, no se estaban viendo. No se trata de culpabilizar, sino de establecer parámetros de cómo tiene que suceder el parto y el nacimiento en el siglo XXI.
En el año 2015 el decreto 2.035 dio lugar a la reglamentación de la Ley de Parto Humanizado. Constituye, en primer lugar, “que las obras sociales regidas por leyes nacionales y las entidades de medicina prepaga deberán brindar obligatoriamente determinadas prestaciones relacionadas con el embarazo, el trabajo de parto, el parto y el posparto (…)”. La ley enmarca las pautas para garantizar un parto respetado, indistintamente del servicio de salud que se elija o al que se tenga que acudir. Hace énfasis en la igualdad dejando a un lado las diferencias culturales y socioeconómicas.
Asimismo, hace hincapié en que cada persona gestante tiene derecho “a elegir de manera informada y con libertad, el lugar y la forma en la que va a transitar su trabajo de parto” (deambular, recibir o no analgésicos, elegir la posición de parto) y goza del derecho de “estar acompañada por una persona de su confianza y elección” (sin importar el género, parentesco o edad). También, la ley explicita que deberá ser respetada la decisión de aquellas personas gestantes que decidan permanecer sin acompañamiento.
“La interseccionalidad viene a dejar en evidencia las jerarquías y desigualdades culturales que se dan en todas las sociedades”
Entonces, parir con respeto no significa solamente contar con material descartable en la sala de parto; ni tampoco que haya profesionales suficientes para asistir cada situación. El elemento faltante puede parecer abstracto, pero quienes han vivenciado un parto humanizado relatan cuestiones bien concretas y palpables, como ser la caricia de un familiar acompañándoles mientras pujaban o sentían un leve adormecimiento durante una cesárea.
En definitiva, no es solo lo que falta sino el hecho de naturalizar el silencio. Podemos gritar de dolor, pero si no se nos escucha no hay respuesta ni reciprocidad, por lo tanto, se invisibiliza y no se escucha el deseo y/o la necesidad ajena.
Hay partos en los que pueden suscitarse dificultades, por los que la ley establece especial consideración al derecho de lxs progenitorxs del recién nacido en situación de riesgo, a recibir información clara y acceder a su encuentro de manera continua, “mientras la situación clínica lo permita, así como a participar en su atención y en la toma de decisiones relacionadas con su asistencia” (“y acceso continuado al recién nacido/a”). Otros partos pueden tener desenlaces más drásticos y culminar con el doloroso resultado de una muerte perinatal. Casos límites de dolor, donde las personas gestantes y las familias enfrentan una muerte prematura.
Muchas experiencias tuvieron que reunirse para exponer la falta de tratamiento humanitario a estas situaciones, en las que, por ejemplo, se obligaba a convivir a las personas que estaban atravesando las primeras horas de su duelo con los festejos de otros nacimientos, y se le daba un tratamiento de deshecho patológico a un bebé recién nacido y difunto, que por su condición no podía ser inscripto, ni tener un nombre ni un apellido.
Hace pocos meses, recién en octubre de 2023, el Congreso Nacional aprobó la Ley 27.733 –Ley de Procedimientos Médico-Asistenciales para la Atención de Mujeres y Personas Gestantes frente a la Muerte Perinatal–, para recordarnos que aún es largo el camino que nos queda por delante para garantizar un sistema de salud, obstétrico y ginecológico, libre de violencias.
¿HABREMOS SIDO PARIDOS Y PARIDAS CON RESPETO?
Buscar esa respuesta nos obliga a hacer el ejercicio de reconstruir ese momento que es parte de nuestra historia personal. La Ley de Parto Humanizado nos invita a comprender que parir es mucho más que nacer, y a dejar atrás la falsa idea de que dar a luz es un acto en el que lo único que imparte es el dolor de las contracciones o el pinchazo de la anestesia para una cesaria. Es algo así como creer que alimentarse es sólo tragar comida.
La ley nos allana un recorrido para trazar un “desde ahora”. Para dejar de patologizar el embarazo y el parto: digamos que una cosa es poder identificar que las personas gestantes están cursando un estado de salud particular, pero, no por ello deben ser atendidas desde la misma perspectiva con la que se atiende a personas enfermas. La ley establece que toda persona gestante debe “ser considerada (…) como persona sana, de modo que se facilite su participación como protagonista de su propio parto.”
En nuestro imaginario, probablemente, lejos esté la idea de identificar al embarazo y al parto como enfermedad. Sin embargo, el sistema de salud, provisto de la infraestructura para recibir y dar respuestas a situaciones de prevención y sanación, se rige por una perspectiva muy vinculada a la atención del enfermo/a.
Tiene que ver con la formación profesional, con la distancia social dada en el vínculo médico-paciente, con la demanda y la oferta de servicios de salud de calidad, con la sobrecarga del trabajo y la precariedad en la que, por lo general, se trabaja en las áreas de salud, con la jerarquización de los roles en la sociedad, con la interseccionalidad.
¿INTERSECCIONALIDAD?
“Toda persona, en relación con el embarazo, el trabajo de parto, parto y posparto tiene derecho a ser tratada con respeto, amabilidad, dignidad y a no ser discriminada por su cultura, etnia, religión, nivel socioeconómico, preferencias y/o elecciones de cualquier otra índole”.
Si hacemos zoom en este inciso podremos desentrañar el concepto y comprender que no podemos apartarlo en el análisis sobre parto respetado.
En las ciencias sociales la interseccionalidad resulta un abordaje teórico-metodológico por el que se analizan diferentes aspectos o marcadores sociales: el género, la clase, raza, etnia, discapacidad, generación y orientación sexual. Para hacer más llano el concepto, es importante entender que las personas somos una interacción de aspectos culturales que se mezclan según nuestros roles, elecciones, condiciones, comportamientos. Somos también el cómo otros nos perciben.
Vayamos con un ejemplo claro: al postularnos en un trabajo redactamos nuestro currículum exponiendo nuestra formación y experiencia laboral, sin embargo, existen otros condicionantes que pueden determinar si obtendremos o no ese puesto de trabajo y esos condicionantes (o marcadores sociales) están implícitos en otra información que brindamos. Sólo por nombrar algunos: esta información puede estar en nuestro domicilio, en las instituciones educativas donde nos formamos, en los modos en los que vestimos, en el color de nuestra piel o en la tonada con la que hablamos… Parece mentira, pero quien nos toma la entrevista hará lectura de quiénes somos según todos estos “detalles”, ceñidos también de sus impresiones personales.
¿Nunca alguien te hizo sentir una “relativa” distancia, incomodidad o desprecio por suponerse superior o “más” que vos? Sin caer en experiencias personales, la idea es poder analizar un contexto social, un aspecto cultural de las relaciones sociales. Hablamos de esa incomodidad, de ese desprecio que se ejerce con sutileza, casi haciendo como que no existe, pero que en realidad se naturaliza en comportamientos cotidianos y que en definitiva definen las relaciones humanas.
La interseccionalidad viene a dejar en evidencia las jerarquías y desigualdades culturales que se dan en todas las sociedades. Entendida como la superposición de opresiones, pone de relieve la injusticia impartida por parte de las instituciones y de quienes las integran, y constata que no hay un “ideal” o universal de persona.
¿La Ley de Parto Humanizado es sólo la demostración de una “falta”, o también la forma de restringir o encuadrar el poder impartido por el personal de salud sobre “las pacientes gestantes”?
Existen relatos contundentes en los que se denuncian tratos violentos de discriminación ejercidos por el personal de salud. Comprender que la violencia no se da en un sólo plano de las personas, sino que hay tantos planos como elementos culturales nos definan (género, religión, orientación sexual, aspectos físicos, clase social) nos permite afirmar que hay tantas violencias como aspectos culturales tengamos. La violencia no es una.
La Ley de Parto Humanizado toma la perspectiva interseccional y relata la impostergable necesidad de que exista trato digno y respeto con una mirada intercultural. Vayamos al grano: El trato de la institución sanitaria hacia la persona gestante no siempre es igual si se trata de una mujer cis o de otra identidad de género como podría ser un hombre trans; si la persona es argentina o de otro país latinoamericano; si es “blanca” o marrón; si es adolescente o “adulta”; “flaca” o tiene sobrepeso; de “clase media” o “pobre”. Somos según la percepción de la institución que nos “recibe”.
Por eso es que parir es mucho más que nacer.
La evidencia personal está llena de relatos violentos, indignos, innecesarios, de parte de quienes parieron, incluso, en nuestros propios centros de salud, tanto públicos como privados, hay personal que denuncia estos acontecimientos que se repiten con más asiduidad de lo que se imagina.
¿Cómo poner de manifiesto la comprensión del funcionamiento de las desigualdades sociales? ¿Se trata de des-institucionalizar el parto? ¿Existen actualmente políticas propuestas desde una perspectiva interseccional para cambiar esta realidad institucional? ¿Cómo orientar alianzas solidarias para avanzar sobre estas opresiones?
Se trata, a partir de ahora, de recrear nuevos modos de parir y de nacer. Invitar a reconstruir la historia personal, hacer y hacernos preguntas sobre nuestra gestación y nacimiento es una experiencia íntima y cimental en la que nos recorre un “sin memoria” en imágenes, pero por la que podremos juntar, al menos, un puñado de relatos diversos, análisis de contextos y registros familiares que se conjuguen y se transformen en nuestra experiencia personal. Única.
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