SEXUALIDAD, MASCULINIDAD Y PATERNIDAD

¿POR QUÉ ADOLESCENCIA SACUDIÓ A LOS ADULTOS?

En las últimas semanas, la miniserie británica Adolescencia conmovió a la opinión pública y abrió múltiples debates en torno a las masculinidades, la familia, la escuela y las jóvenes generaciones, en especial entre los adultos que aún intentan procesar sus planos secuencias arrasadores. En esta nota, Daniel Jones, docente de la UBA e investigador del Conicet, propone algunas claves de lectura desde donde acercarse a este fenómeno, a la vez que aborda los diversos interrogantes que dispara la trama.

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Advertencia: el artículo spoilea pasajes de la serie. Se sugiere leerla después de haberla visto (originalmente publicado en Bordes, Revista de Política, Derecho y Sociedad de la Universidad Nacional de José C. Paz)

UNA HIPÓTESIS Y TRES CLAVES DE LECTURA

Parto de una hipótesis para intentar explicar el suceso que ha significado Adolescencia, la serie británica recientemente estrenada por Netflix, motivo de conversación en redes y encuentros personales: su tema principal no es el femicidio cometido por un adolescente hacia una compañera de escuela, sino el desconocimiento y la incomprensión de los adultos sobre la vida de las y los adolescentes contemporáneos (de sus formas de vinculación y conflicto) y la ruptura de un diálogo intergeneracional.

A menos de un mes de su lanzamiento, se ha publicado mucho sobre Adolescencia, por lo que propongo un recorrido entre sociológico y experiencial desde tres claves de lectura: sexualidad y sociabilidad, masculinidad y paternidad. Mis coordenadas son relevantes para enmarcar cómo leo este fenómeno: soy un varón cisgénero heterosexual transitando la segunda mitad de los cuarenta; en mi tesis doctoral analicé la sexualidad de adolescentes en una ciudad patagónica del mismo tamaño que donde transcurre la serie; en los últimos años me dediqué a estudiar e intervenir en el campo de masculinidades (incluyendo la formación para docentes de secundarios); y hace muy poco publiqué un libro sobre la paternidad, a partir del vínculo con mi hijo varón, hoy de 14 años.

EL IMPACTO DE LA SERIE

Adolescencia aborda el asesinato de una chica de 13 años, Katie Leonard, a manos de su compañero de escuela, Jamie Miller, también de 13, en una ciudad mediana de Inglaterra, en 2024. Son cuatro capítulos de una hora, filmado cada uno en un plano secuencia, que procuran reconstruir qué lleva a Jamie a matar a Katie, siguiendo la mirada de distintos personajes adultos: el inspector de policía Luke Banscombe, que hace la detención y los primeros interrogatorios al sospechoso (y que, a su vez, es padre de un adolescente que asiste a la misma escuela que los involucrados en el asesinato); la psicóloga infantil Briony Ariston, que debe evaluar si Jamie comprende sus actos (y, por lo tanto, si puede ser juzgado por el asesinato); y el padre de Jamie, Eddie Miller, que trabaja de plomero y está cerca de cumplir 50 años. (2)

Volviendo a la hipótesis inicial, Adolescencia conmueve y genera debates entre adultos (¡nunca recibí tantos mensajes de amigos y padres de la escuela de mi hijo!), no sólo por las muy buenas actuaciones, la consistencia narrativa y su belleza visual, ni por abordar un hecho cruento como el femicidio de una adolescente. La clave de su impacto radica en que nos permite a los adultos (padres, madres, educadores, entre otros) espiar por un rato en un mundo adolescente que cambió mucho (y rápido) respecto al que nos tocó a nosotros cuando fuimos adolescentes (20, 30, 40 o 50 años atrás), generándonos incomodidad, quizás algo de pánico e interrogantes sin respuesta.

SEXUALIDAD Y SOCIABILIDAD

En el segundo capítulo, los policías visitan la escuela a la que asistían Jamie y Katie a ver qué pueden aportarles sus compañeros para entender lo que sucedió. Esa larga escena en la que transitan aulas, pasillos y patios es perturbadora y, a la vez, ilustrativa de lo que (¿sabemos, sospechamos, intuimos?) sucede en muchas escuelas secundarias: adolescentes agresivos, irrespetuosos y desafiantes, ansiosos y/o ensimismados, interactuando con adultos indolentes o desbordados (sus docentes, las autoridades escolares, eventuales visitantes), que les gritan, castigan o simplemente los dejan hacer para sacárselos de encima. “Estos chicos son jodidamente imposibles, ¿qué quiere que haga?”, le dice entre angustiado y enojado un profesor al detective Banscombe, que a su vez es padre de un estudiante de esa escuela.

Hay hostigamiento cotidiano hacia los más débiles (y los adultos no intervienen o lo hacen de un modo poco efectivo) y hay violencia física: la mejor amiga de Katie venga su muerte golpeando brutalmente al mejor amigo de Jamie, algo que es filmado y distribuido con sus celulares por otros adolescentes, que celebran la golpiza sin separarlos. Este tipo de escenas de bullying y peleas en el ámbito escolar las hemos visto viralizadas en las redes sociales, de ahí que Adolescencia nos interpele por su cercanía a la no ficción. No sé cuán novedosa resulta esta caracterización de la experiencia de paso por la escuela, pero la serie nos puede llevar a pensar a los adultos que en nuestra época como adolescentes las cosas no estaban tan mal. Es la tentación de ser auto-indulgentes con relación al pasado vivido, olvidando cuántas formas de violencia atravesaron nuestro tránsito por la secundaria, cuán cruel puede llegar a ser un adolescente (tan cruel como podemos ser los adultos) y cuán indiferentes pueden ser docentes y padres ante el sufrimiento adolescente.

Su sexualidad e interacción erótica también resulta opaca para los adultos que los rodean. O no se enteran o no comprenden lo que sucede. Aquello que había sido leído por el detective Banscombe como un comentario amistoso de aprobación de Katie a una publicación de Jamie en Instagram, es traducido por el hijo del inspector como una burla hacia Jamie (explicando el significado de ciertos emojis en Instagram). Una vez más: ¿Cuántas veces nos pasaron inadvertidas las interacciones de nuestros hijos en las redes sociales? ¿Cuántas veces las malinterpretamos, incluso alarmándonos indebidamente?

En el próximo apartado vuelvo sobre la sexualidad, pero dejo antes algunos interrogantes más amplios disparados por la serie, aunque la trascienden: ¿Cuáles son las formas de contacto y vinculación de esta generación de adolescentes? ¿Qué usos hacen de su conexión a internet? (no sólo de las redes sociales, sino también los juegos en línea) ¿Cuál es su peso en los dramas y alegrías personales de cada adolescente? Sociabilidad, aprobación, reconocimiento y pertenencia tienen como contracara la posibilidad de ser aislados, ignorados, rechazados y excluidos. Para que haya ganadores, siempre, tiene que haber perdedores (y esto sucede entre adolescentes desde hace mucho tiempo, antes de la existencia de redes sociales).

Las investigaciones sobre sexualidad de adolescentes han señalado hasta el hartazgo que ésta es moldeada no sólo por las instituciones del mundo adulto (escuela, familia, iglesia), sino principalmente por el grupo de pares, hoy mediado por la interacción a través de internet. En un medio que como adultos nos es relativamente ajeno, ¿cuánto de los códigos de seducción entre adolescentes conocemos? ¿Cuánto nos dicen, cuánto preguntamos, cuánto nos interesa qué hacen nuestros hijos, estudiantes o los hijos de nuestros amigos? A su vez, ¿cuánto tiempo (y de qué calidad) tenemos para dedicarnos a comprender y acompañar los complejos cambios que transitan los adolescentes contemporáneos? ¿Cuánto deberíamos saber, respetando su intimidad, pero sin perder de vista los riesgos a los que están expuestos? La serie refleja a adultos que, aun con buenas intenciones, no conocen ni entienden el mundo adolescente, ante el que se muestran impotentes. No es la primera vez, ni será la última, en que brechas generacionales y de etapa vital dificultan comprenderlos, pero lo que pretende transmitir Adolescencia es que ese desconocimiento y/o desatención puede tener consecuencias muy graves.

MASCULINIDAD

Jamie Edward Miller, apodado Jay, es un adolescente hijo de una clase trabajadora (padre plomero y madre ama de casa), que vive en Doncaster, una ciudad mediana de Inglaterra. Conserva una apariencia infantil (al fin y al cabo, solo tiene 13 años), es flaco y parece débil por su contextura física y actitud corporal. No es bueno para los deportes, y hace todo lo posible para no participar de las clases de educación física en la escuela (ese laboratorio de producción de masculinidad, por momentos, con ribetes de disciplina militar). Durante un tiempo su padre lo llevó a entrenar a un club de fútbol, pero Jay no era bueno y sentía cómo su padre se avergonzaba (algo que Eddie reconoce ante su esposa, al describirle cómo desviaba la mirada de su hijo cuando otros padres se reían y le gritaban a Jamie por lo mal que jugaba). Practicar deportes (sobre todo, aquellos en equipo y de contacto físico) y hacerlo con talento y competitividad sigue siendo una credencial de virilidad, al menos en la adolescencia (aunque, creo, no sólo en esta etapa vital).

La performance defectuosa del guion de la masculinidad hegemónica (3) en la adolescencia por parte de Jamie se completa con lo que mayor atención concitó entre adultos: las ideas de manósfera/machósfera e InCel. El primero es un neologismo compuesto de las palabras en inglés man —hombre— y sphere —esfera—, que se usa para definir y agrupar —siguiendo a Samir Petrocelli— “al conglomerado de blogs, sitios, páginas de Facebook, canales de YouTube, etc., cuyo contenido está dirigido casi exclusivamente a varones, en particular varones jóvenes, compartiendo una visión declaradamente antifeminista. (…) Su variedad de temas es amplia (van desde mejoramiento personal hasta técnicas de seducción, pasando por alegatos filosóficos, religiosos, económicos, educativos y políticos contra la sociedad occidental actual, y funcionando como foros de intercambio o comunidades)”. (4) InCel es un término acuñado en la década del ‘90 que refiere a los “célibes involuntarios” (Involuntary Celibates, en inglés), “varones heterosexuales que se encuentran, según su definición, marginados del mercado sexual, enfrentando una situación que es percibida por ellos como de persistente frustración sexo-afectiva, rechazo y soledad, por no poder relacionarse con ninguna mujer. Esta situación se traduce en una actitud de resentimiento total, principalmente hacia las mujeres”. (5) En nuestro español rioplatense la expresión más cercana de uso frecuente sería virgo.

La psicóloga infantil que está evaluando a Jamie, Briony Ariston, le hace algunas preguntas bastante obvias para indagar sobre su masculinidad y rastrear situaciones familiares que le permitan comprender lo que hizo: “¿Qué se siente ser un hombre?”, “¿Cómo es tu padre? ¿Y tu abuelo?”. Jamie entiende rápido a lo que apunta: hallar algún abuso intrafamiliar, violencia de su padre o un modelo de masculinidad heredado que funcione como clave explicativa del femicidio que él cometió. Por eso evita responder seriamente y se burla de la obviedad de esta estrategia. En ese interrogatorio, con una mujer joven y de una clase social más privilegiada (algo que Jamie le señala una y otra vez), por momentos muestra su faceta más agresiva como varón (e hijo de una clase trabajadora), cuando siente que ella lo quiere controlar: así reacciona intempestiva y violentamente, procurando amedrentarla. Este tercer capítulo rompe la imagen de un joven adolescente débil y, en apariencia, inofensivo: mediante la expresión de violencia ante una mujer, Jamie intenta actualizar sus credenciales de masculinidad. (6)

Sin embargo, algo sucede durante la charla con la psicóloga que opera como un punto de quiebre en su intento (masculino) de controlar la situación. En un momento, Jamie le miente sobre su experiencia sexual, narrando una serie de escenas de las que supuestamente participó, para luego confesarle que no fue así. Otra vez una performance fallida del guion de la masculinidad heterosexual: Jay termina admitiendo que (¡a sus 13 años!) no ha podido acumular experiencias sexuales que reflejen su éxito con las mujeres como prueba de virilidad. Le dice a la psicóloga que él es feo y lo duro que resulta ser poco atractivo e invisible para las mujeres, un rasgo distintivo de cómo se perciben los InCel. Cuando ya está rota la charla por sus estallidos de violencia, Jamie le reclama a la psicóloga a los gritos que le diga si él le agrada. (7) En su mundo, las mujeres solo le interesan como potenciales seducidas y objetos sexuales (Jamie no tiene amigas, al igual que su padre, un varón tradicional de otra generación), por lo que padece su desinterés o rechazo erótico. Este rechazo es vivido, a su vez, dentro de una forma de masculinidad débil que él encarna, ya horadada por las burlas y agresiones cotidianas de otros varones: a Jamie y sus dos amigos, Ryan y Tommy, los empujan y escupen sus compañeros, es decir, sufren bullying. Su incapacidad de defenderse de otros varones mediante la violencia física también supone una performance defectuosa del guion de la masculinidad hegemónica en la adolescencia.

Es en este cruce entre masculinidad y sexualidad heterosexual desde donde puede empezar a explicarse el femicidio. La secuencia se desata con la circulación de una foto sin ropa (nude) que Katie había enviado a un chico que le gustaba y que éste difundió por Snapchat en su escuela. Al quedar expuesta de este modo, Jamie imagina que Katie estaría      más vulnerable (y devaluada en el mercado erótico) y que él podría aprovechar esa situación para seducirla. La invita a ir a una feria juntos y ella le dice que no está tan desesperada como para aceptar salir con un chico como él. Y luego le comenta una publicación de Instagram, mediante emojis, sugiriendo que es un InCel (lo que Argentina supondría calificarlo de virgo). La presunción de Jamie de que Katie debería aceptar salir con él y su enojo por el rechazo puede pensarse bajo la noción de masculinidad, como sugiere Luciano Fabbri, como un proyecto político extractivista: (8) pese a no estar en la cima de la jerarquía masculina, en tanto varón Jamie imagina que el cuerpo y la sexualidad de una mujer deben estar de algún modo disponibles para él, y busca el momento de mayor debilidad de ella para intentar apropiarse. El dispositivo de la masculinidad en que fue socializado le indica que es lo que le correspondería. Cuando no sucede (y, adicionalmente, ella lo humilla en redes), Jamie apela a la violencia no sólo para vengarse de Katie, sino porque es un recurso latente (siempre a mano) con el que contamos los varones para mantener el orden de género patriarcal. Ese femicidio refleja su impotencia y frustración ante la imposibilidad de pertenecer y ascender en la estructura de jerarquías masculinas.

En articulación con las formas que adopta su masculinidad, hay otras dimensiones a considerar para explicar el impacto que viene teniendo Adolescencia. Jamie no es el adolescente que, desde la mirada adulta más extendida, se espera que ejerza una violencia extrema. Tiene una familia nuclear estable y aparentemente feliz, no es un marginal en términos socioeconómicos (vive en una linda casa en un barrio de clase trabajadora) y es blanco. Es decir, no responde al estereotipo de adolescente racializado capaz de cometer un crimen atroz, estereotipo vigente en Inglaterra, Estados Unidos (con los afroamericanos o latinos) o Argentina (con los “pibes chorros”). Es un acierto de la serie desnaturalizar las imágenes circulantes sobre los perpetradores habituales de violencia: quien es capaz de cometer un femicidio a puñaladas no es un marginal ni un monstruo. Es un adolescente blanco, débil, víctima de violencia y hostigamiento de sus pares, un perfil sociodemográfico que coincide con el de quienes han cometido masacres escolares en Estados Unidos. (9)

PATERNIDAD

Un acierto de la serie es que el padre de Jamie no es presentado como un monstruo. No hay nada en el comportamiento de Eddie que permita explicar el asesinato que comete su hijo: no abusa de él ni le pega, una hipótesis bastante obvia que explora la psicóloga en el interrogatorio que mencionamos. Es un padre esforzado por proveer a su familia mediante largas jornadas como cuentapropista, que conscientemente evita golpear a su hijo, algo que su padre sí hizo con él. En este freno a la violencia como recurso de crianza hay un gesto reflexivo de la paternidad ante su hijo varón. Sin embargo, vale la pena señalar que hay indicios sutiles de una violencia contenida (por ejemplo, cuando explota en el estacionamiento de la ferretería ante los adolescentes que le habían graffiteado la camioneta o cuando Jamie recuerda que destruyó la casilla de herramientas). Y, sobre todo, hay una llamativa distancia afectiva con su hijo, incluso cuando éste lo elige para que lo acompañe inmediatamente después de la detención y en los primeros interrogatorios: Eddie no tiene expresiones de afecto con Jamie, ni siquiera lo abraza en los momentos en que su hijo manifiesta mayor angustia. En esa autocontención emocional que parece traslucir Eddie, esforzándose por no mostrar su dolor, pero tampoco empatía con su hijo, se pone en escena una forma de ser un varón que cría a otro varón bastante tradicional: un tipo duro incapaz de dejar aflorar esos sentimientos. En esa dinámica de crianza, hay algo desgarrador al ver cómo Jamie busca la mirada de su padre en los momentos de mayor congoja y Eddie no lo mira (como en los partidos de fútbol, donde le retiraba la mirada a su hijo porque lo avergonzaba).

También resulta incómodo de la serie cómo presenta aquello que los padres ignoran sobre sus propios hijos adolescentes y lo que están dispuestos a creer. En el primer capítulo, Eddie le pregunta a Jamie una sola vez si asesinó a esa chica, pidiéndole que le diga la verdad y que, sea cual sea, él lo va a respaldar. Jamie le dice que no lo hizo y su padre le cree. A los pocos minutos ve el video donde Jamie apuñala a su compañera en un estacionamiento y se derrumba. ¿Por qué la mentira de un hijo sobre un tema trascendente resulta perturbadora? La irrupción de la verdad irrebatible de los hechos que muestra el video destruye la imagen idealizada del propio hijo: Jamie deja de ser un niño inocente para convertirse en un adolescente homicida.

Esta escena sintetiza un mensaje inquietante que atraviesa toda la serie: el desconocimiento de los adultos sobre qué están haciendo los adolescentes, algo particularmente sensible en el ejercicio de la paternidad. Los padres de Jamie insisten en que él pasaba mucho tiempo encerrado en su cuarto con su computadora, y que ahí lo creían a salvo de cualquier riesgo y sin capacidad de hacer daño. Para cualquier padre de adolescentes hoy, la escena de un hijo encerrado con su computadora (al menos en la clase media) o tirado en el sillón con el celular es el pan de cada día y aceptar que tenga una cuenta de Instagram (aunque sea para mirar qué publican otros, como dice Jamie), algo que a lo sumo se puede demorar un poco.

En el último capítulo, varios meses después del asesinato, el padre conversa con la madre de Jamie, Manda, y le dice que no podían hacer nada, que ahora los chicos son así. “Debimos detenerlo” “Estaba ahí, en su cuarto, pensamos que estaba a salvo. ¿Qué daño podía hacer ahí?”, se preguntan. El acceso a internet y la participación en redes sociales demuestran que no estaba del todo a salvo (del hostigamiento, por ejemplo) y que sí podía hacer daño (como resultado de la frustración y el odio acumulado). Adolescencia es incómoda para adultos que somos padres de adolescentes porque no da ninguna pista sobre algún rasgo excepcional en la crianza de Jay que explicaría cómo llegó a asesinar a su compañera, ni qué podrían haber hecho sus padres para evitarlo. Pero la serie va más allá de la responsabilidad parental e interpela a todo el mundo adulto: la producción de la masculinidad (como una clave explicativa de lo que Jamie hace) se alimenta de muchas otras usinas, donde pares y redes (y pares en las redes) parecen tener un gran peso, aunque esto no quita responsabilidades a docentes, autoridades y otros adultos, muchas veces indiferentes, ignorantes o impotentes frente a lo que pasa entre adolescentes.

Todo esto nos lleva a la perturbadora conclusión de que Jamie podría ser el compañero de banco de nuestro hijo o nuestro hijo y, encerrado en su cuarto en un mundo privado de redes, en buena medida incomprensible para nosotros, ni siquiera enterarnos hasta que sea demasiado tarde. A esta conclusión parece apuntar la trama de Adolescencia o, al menos, es una recepción muy extendida entre adultos. Esta lectura tiene al menos dos riesgos: por un lado, pensar que la única fuente de problemas para los adolescentes son el acceso a internet y las redes (de ahí que las búsquedas de algunos padres han ido por la manósfera y los InCel) y que regulándolos más estrictamente todos los problemas están solucionados; y por el otro, creer que esta opacidad del mundo adolescente es completamente excepcional. ¿Son las redes sociales virtuales para los adolescentes hoy lo que en otra época eran las salidas nocturnas para nosotros? Un mundo entre pares con códigos y prácticas sobre los que los adultos poco y nada comprenden o se enteran. ¿Qué es lo novedoso, entonces, de este fenómeno? Posiblemente, el nivel de exposición a una potencial humillación pública y vergüenza multiplicadas por el poder amplificador de las redes. ¿Cuántos miles de personas pueden ver y reaccionar a una publicación en Instagram?

QUE LA INQUIETUD SEA MOTOR

Antes de ver la serie, recibí un par de pedidos de textos sobre manósfera e InCel de padres de compañeros de escuela de mi hijo y viejos amigos con hijos adolescentes, con un tono de preocupación. En simultáneo, me llegó la invitación a escribir este artículo y dar una clase pública virtual sobre la serie en el marco de una Diplomatura destinada a docentes. Si la serie apuntaba a despertar consciencias, algo parece haber logrado. (10)

Celebro que Adolescencia sea un disparador para preguntarnos en qué andan los adolescentes que nos rodean: cómo se vinculan afectiva y sexualmente, cómo procesan sus frustraciones. También considero auspicioso que abra discusiones sobre la masculinidad: qué rol tenemos (y cuál podemos cumplir) padres, madres y educadores en la producción de la masculinidad de estos adolescentes, qué ejemplos damos, a qué presiones (abiertas o solapadas) los sometemos, a qué otras influencias están expuestos y cómo podemos ayudarlos a procesarlas.

La apertura y la predisposición al diálogo con los adolescentes que nos rodean (nuestros hijos, sus amigos, hijos de amigos, estudiantes) son un punto de partida necesario. Pero si no comprendemos algo de sus códigos y sus problemas va a ser difícil saber cómo ayudarlos. La adolescencia, como etapa vital, dista de ser una mera repetición de experiencias generación tras generación. “Te entiendo, yo también fui adolescente” puede resultar una frase vacía. Terminar de ver Adolescencia pensando que la serie trata principalmente de bullying, InCels y un femicidio, y que afortunadamente nuestros adolescentes más cercanos no tienen nada que ver con eso, puede ser tranquilizador (al fin y al cabo, uno enciende Netflix para distraerse), pero deja el problema más complejo intacto y a nosotros sin responsabilidad aparente. La bomba sigue activada.

REFERENCIAS

(1) Agradezco los comentarios a versiones preliminares de Ana Clara Camarotti, Luciano Fabbri, Laura Martinetti, Santiago Morcillo, Aluminé Moreno y Esteban Vergalito.

(2) Hay dos personajes adultos femeninos significativos: la detective Misha Frank, que acompaña al inspector Banscombe, y la madre de Jamie, Manda, que está junto a su marido, Eddie. Me concentro en la mirada de los varones (a excepción de la psicóloga infantil), porque la serie prioriza narrativamente su punto de vista (una decisión que, entiendo, permite profundizar la discusión sobre masculinidades).

(3) El concepto de masculinidad hegemónica fue propuesto por la socióloga australiana Raewyn Connell (originalmente en 1982) para referirse a la posición hegemónica en un modelo dado de relaciones de género. No es un tipo de carácter fijo, sino una posición siempre disputable. Si cambian las relaciones de género, entonces cambiará la masculinidad que ocupe la posición hegemónica.

(4) Petrocelli, S. (2021). La andrósfera. En L. Fabbri (Comp.), La masculinidad incomodada (pp. 195-212). Rosario: Editora UNR y Homo Sapiens, pp. 197-198.

(5) Ibidem, p. 208.

(6) Vaya una única valoración actoral, de las muchas destacables: lo de Owen Cooper, el actor que encarna a Jamie, en estas escenas es escalofriante.

(7) Jamie no es el único que busca de este tipo de aprobación: su mejor amigo Ryan (también visto como un perdedor en la escuela) le pregunta, una y otra vez, al detective Banscombe si era popular y exitoso con las mujeres de adolescente, reflejando la importancia que le da a esta popularidad de la que él no goza.

(8) Fabbri, L. (2021). La masculinidad como proyecto político extractivista. Una propuesta de re-conceptualización. En L. Fabbri (Comp.), La masculinidad incomodada (pp. 27-44). Rosario: Editora UNR y Homo Sapiens.

(9) Kimmel, M. [2013] (2017). Angry White Men: American Masculinity at the End of an Era. Nueva York: Nation Books. El hecho de ser objeto de hostigamiento de parte de pares también jugó un papel relevante en la masacre escolar más importante de la historia argentina, en Carmen de Patagones en 2004.

(10) En esta línea, resulta significativo que el gobierno de Reino Unido haya decidido poner a disposición la serie en las escuelas secundarias de ese país (recuperado de https://www.infobae.com/espana/cultura/2025/04/01/adolescencia-para-todos-netflix-y-reino-unido-haran-que-la-serie-pueda-verse-en-todos-los-colegios/#:~:text=El%20gobierno%20del%20Reino%20Unido,que%20afectan%20a%20la%20juventud), y que algunas autoridades educativas en Argentina planteen seguir ese ejemplo (recuperado de https://www.lanacion.com.ar/sociedad/adolescencia-proponen-que-en-las-escuelas-secundarias-se-emita-la-serie-del-momento-como-ocurrira-en-nid04042025/ ).

captura de pantalla

Elephant (G. Van Sant, 2003)

Una mirada fría y casi clínica a un día cualquiera en un colegio estadounidense… hasta que deja de serlo. Inspirada en la masacre de Columbine, la peli sigue a varios adolescentes en su rutina diaria, mostrando cómo la violencia puede aparecer de golpe, sin que nada la anuncie del todo.

Kids (Larry Clark, 1995)

Una bomba cruda y sin filtros sobre pibes neoyorquinos perdidos entre el sexo, las drogas y el skate. Larry Clark retrata una adolescencia sin adultos, sin guía y sin red. Es provocadora, incómoda, y muestra un mundo donde la inocencia ya fue hace rato. Una peli que te deja medio seco.

Euphoria (S. Levinson, 2019)

Más que una serie teen, es un viaje denso por el caos emocional de la adolescencia. Drogas, violencia, identidad, sexo y traumas se cruzan todo el tiempo. Zendaya la rompe como Rue, una piba atrapada en su propia cabeza. Visualmente poderosa, con una intensidad que no afloja nunca. No es liviana.