NI ENTRE CUATRO PAREDES

CUENTO CORTO

NI ENTRE CUATRO PAREDES

El ataque lesboodiante en Barracas, con su saldo de muerte, nos interpela. Los crímenes de odio siempre han estado ahí, pero ahora parecen alimentados desde los discursos oficiales. En este relato breve, Isidro Alazard nos pone en la piel de aquellas personas que sienten el miedo a la intemperie.

Texto: Isidro Alazard

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Ilustración: Diego Abu Arab

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Es un día frío. Llego cuando va entrando la noche de a poquito. Esperar en la vereda es algo a lo que no estoy acostumbrada. Me siento en el cordón, a mitad de cuadra, cosa de poder ver si viene alguien por esa esquina, o por aquella otra.

Pasa el tiempo, pero mi cuerpo no se acostumbra a la intemperie. No puedo medir los minutos o las horas porque no tengo mi celu; qué cagada que me lo robaran cuando llegué a Buenos Aires. Pero bueno, acá viven ellas, en algún momento van a caer, deben estar en el laburo.

Noto el rocío en mis hombros y mi campera de la selección argentina se pone cada vez más húmeda. No hay techitos o balcones como para ponerme abajo. “Nuestra generación no nació para esperar”, pienso. Desde que estoy sin mi celular me da como una ansiedad que no puedo evitar, necesito hacer algo, mirar Instagram, ver si tengo algún WhatsApp, escuchar algún temita en Spoty, cualquier cosa.

Miro la cuadra de enfrente, tres casas de un lado, tres casas del otro. En el medio, la dirección que yo buscaba: Olavarría 1636. Un edificio de dos pisos muy lindo, pero medio venido abajo. Está todo cerrado, y sé que no hay nadie porque antes de sentarme enfrente toqué cinco veces el timbre.

Mientras no tengo nada que hacer, juego con las sombras. Por ejemplo, las de los árboles, que parecen raíces en el asfalto, llenos de hojas que se mueven para un solo lado. Es como que no se quieren quedar acá. “Algo sabrán”, me digo. Hay un poste de luz, que al principio me sirvió para apoyar la espalda, pero después me acordé dónde mean los perros y los borrachos y me fui tres metros más lejos.

Se escuchan pájaros, pero no como cuando es de día, que quieren llamar la atención: es como si murmuraran; conversan, dando saltitos que hacen caer ramitas y hojas de los árboles. El viento también colabora, pero creo que su principal función es entrar por las roturas de mi jean, obligándome a estar sentada abrazando mis rodillas.

Las esquinas están bien iluminadas, ese es mi consuelo. La cuadra parece como desierta, y a pesar de que está casi colmada de autos, sólo dos personas pasaron caminando desde que estoy acá. “No parece capital”, balbuceo. ¿Estoy hablando sola? Toda mi vida pensé que eso era para locos y gente de la calle, pero yo lo estoy haciendo sin querer.

Trato de pensar en otra cosa. Ni en el frío, ni en mi soledad, ni en el tiempo que pasó. Ya me empieza a dar miedo la calle. Mirá si me pasa algo. Creo que hubiera estado mejor en casa. ¡Qué digo! Si me fui porque no me aceptan como soy. No como Pamela y su novia, que conocí en una fiesta hace unos meses y me invitaron a que vuelva a Buenos Aires para poder vivir como yo quiero. Esa frase me la dijeron y me encantó, pero yo diría “como necesito”, no solo como quiero.

Capaz me re bolacearon y me hicieron venir acá como parte de un chiste. No puede ser, no harían eso. Ya me la jugué, ahora las tengo que esperar. Se me cierran los ojos, pero al estar tan incómoda no me voy a dormir. Me imagino en mi pieza, el calorcito de mi único espacio de libertad, donde puedo hacer taponcitos con la pelota sin que me digan “machona”, o darnos besos con la María, con la excusa de estar estudiando, sin que me miren mal.

Es raro que no lleguen, y no pierdo de vista las esquinas.

En una de esas, pasa un hombre que se sorprende al verme; cuando me muevo para saludar al perrito caniche que él está paseando, mirando mi pelo violeta dice:

-¿A quién esperás? Ojo, que por acá te pueden tirar una molotov.


“Según el informe de la Federación Argentina LGBT, en 2023 hubo 133 crímenes de odio basados en la orientación sexual, la identidad o expresión de género de las víctimas. Esto representa un aumento sobre la cifra del 2022, que había sido de 129 casos. Tal como afirma el propio (Nicolás) Márquez (…), formar parte del colectivo representa un riesgo para la salud y la vida de las personas, pero no —como él piensa— por el simple hecho de no ser heterosexual sino más bien por la marginalidad y la violencia que el sector tolera históricamente.”


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