SOBRE EL ROL DE LOS JUECES

NAVEGAR LA JUSTICIA ENTRE CANTOS DE SIRENAS

El derecho suele presentarse como un sistema racional, pero una mirada más profunda revela su naturaleza conflictiva, un campo de disputa donde conviven normas, intereses, moral y poder. Los operadores jurídicos, en particular los jueces, navegan en este confuso territorio donde las decisiones nunca son puramente técnicas.

Texto: Germán Watters | Ilustración: Diego Abu Arab
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La Odisea, epopeya griega que se le atribuye a Homero, relata que Ulises, advertido del canto irresistible de las sirenas, ordenó a sus hombres taparse los oídos con cera y que lo ataran al mástil del barco para escuchar sin sucumbir. Sabía que la belleza del canto podía hacerlo perder el rumbo y arrastrarlos al naufragio.

La analogía propuesta de Odiseo atado al mástil ilumina perfectamente esta dicotomía. Odiseo, como el juez, conoce su vulnerabilidad frente a los cantos de sirenas —las presiones políticas, los intereses sectoriales, las mayorías ocasionales—. El mástil al que se ata representa la Constitución o norma fundamental: un marco firme que evita el naufragio en la arbitrariedad. Esta imagen nos habla de una paradoja: para ejercer la razón, debemos reconocer nuestra propia fragilidad y establecer límites a nuestro poder de decisión.

Sin embargo, esta ligadura no significa ceguera. El derecho debe mantener un equilibrio dinámico con la realidad social. Un juez que se limita a aplicar literalmente las normas sin considerar su contexto puede producir resultados profundamente injustos. Pero un juez que se considera por encima del sistema, que interpreta según su propia moral, se convierte en un legislador no electo que dinamita la seguridad jurídica de cualquier estado de derecho.

Esta dialéctica entre límite y libertad revela que el problema no reside solo en la norma ni tampoco en quien la aplica, sino en el modo en que ambos se articulan. Entre la fidelidad al texto y la sensibilidad frente a lo real se abre un espacio inevitable de interpretación, en el que el derecho muestra su costado más humano y, por lo tanto, falible. Es allí donde aparece la responsabilidad del juez, no como guardián ciego del mandato escrito ni como voz iluminada que habla por encima de él, sino como mediador consciente entre una estructura normativa que ordena y una realidad que desborda.

“Un juez que se limita a aplicar literalmente las normas sin considerar su contexto puede producir resultados profundamente injustos”

El juez crítico no es aquel que impone su ideología, sino quien reconoce que toda interpretación implica una elección valorativa. Su tarea es hacer transparentes estos valores, fundamentarlos en un marco constitucional y someterlos a escrutinio público. Así, el mástil no se convierte en una camisa de fuerza que encorseta, sino en un punto de referencia que ofrece el anclaje necesario para no perderse en el mar de las subjetividades.

En la práctica, esto significa que el juez debe resistir dos tentaciones igualmente peligrosas: la de creerse un mero técnico aplicador de normas y la de convertirse en un revolucionario de escritorio que legisla desde un tribunal. La primera conduce a la injusticia disfrazada de legalidad; la segunda, a la inseguridad jurídica y al temido “gobierno de jueces”.

La verdadera excelencia judicial, entiendo, se encuentra en mantener el balance creativo entre fidelidad institucional y sensibilidad social. Atarse al mástil constitucional permite escuchar los cantos de sirenas -las demandas de justicia concreta- sin naufragar en ellas. Significa reconocer que tenemos tentaciones, pero también que tenemos brújulas.

 “El juez debe resistir dos tentaciones igualmente peligrosas: la de creerse un mero técnico aplicador de normas y la de convertirse en un revolucionario de escritorio que legisla desde un tribunal”

El derecho, como campo de lucha social, necesita jueces que combinen humildad epistémica con firmeza institucional. Que reconozcan el carácter inevitablemente político de su función, pero que se sometan a las reglas del juego democrático. Que sepan que interpretar no es descubrir un significado oculto, sino asumir la responsabilidad de elegir entre significados posibles y racionales, siempre con la Constitución como mástil y la justicia como norte.

En tiempos de polarización y crisis institucional, esta perspectiva es más necesaria que nunca. Nos recuerda que las instituciones no nos salvan de nosotros mismos, pero nos dan marcos para ejercer nuestra libertad con responsabilidad. El juez, como Odiseo, debe saber escuchar sin ceder, atarse sin inmovilizarse y navegar las tormentas sin perder de vista el puerto de la justicia.