2 AÑOS DE LA MALA

MEJORAR LOS MUNDOS

Isidro Alazard, Isi, es nuestra sangre joven. Es inteligente, creativo, siempre dispuesto a aprender y, como buen comunicador social, vive en la búsqueda constante. Es el veinteañero que mejor le imprime el estilo fresco que siempre buscó tener el proyecto. Y, aunque todavía no se la crea ni ahí, va camino a ser un gran profesional. En su humildad, el germen de ello.

Texto: Isidro Alazard | Fotografía: Luciano Peralta
Publicidad

Ser periodista hoy no es fácil. Desconozco si hace diez, veinte o cien lo era. Pero hoy, puedo asegurar que no lo es. Mi corta carrera como profesional de la comunicación se resume a dos años siendo redactor, editor, creador de contenido, community mánager, jefe de prensa y comunicador institucional, entre algunas cosas más. Es decir, ser periodista hoy no se acerca ni un poco a lo que uno piensa cuando nombran esta profesión.

¿Ser periodista fue mi sueño de chico? La verdad, creo que no. Pero, ¿quién nos enseña a soñar?

Hoy, quiero vivir de esta profesión por un tiempo más, lo que se asemeja bastante a un sueño. Y La Mala fue el inicio de un recorrido en el que no sólo crecí, sino que me sorprendí a mí mismo. Pero no quiero hacer de este artículo un texto descriptivo, ni de autoayuda. La verdad es que quiero contar cómo me siento en este medio, hoy.

La Mala fue el inicio de un recorrido en el que no sólo crecí, sino que me sorprendí a mí mismo”

Si te soy sincero, creo que entré por la ventana. Yo, un pibe que no había terminado la facultad, viviendo en una ciudad donde hay muy pocas ofertas deseables para cualquier trabajador de la prensa, era invitado a participar de un proyecto que, desde abajo, ya pintaba para serio.

Quienes emprenden saben lo que significa arrancar de cero. Horas y horas de trabajo que no se cobran, pero que con el tiempo valen. Hoy, a dos años, sé lo mucho que valieron.

¿Qué decir sobre el equipo de trabajo? Somos siete personas que cumplimos roles diferentes, pero que sabemos que tenemos la espalda cubierta ante (casi) cualquier problema. También tenemos bien en claro lo valioso que es cada uno.

Trabajar con tremendos profesionales como los que hay en este medio autogestivo y cooperativo no sólo es un gran orgullo: es una obligación a superarme siempre. Por ellos, que me ayudan día a día a crecer, y por mí, que tengo que aprovechar cada edición para aprender de mis compañeros.

“Trabajar con tremendos profesionales como los que hay en este medio autogestivo y cooperativo no sólo es un gran orgullo: es una obligación a superarme siempre”

No voy a mentirnos, esto no quiere decir que no me canse: sobre todo en tiempos en los que sostener varios trabajos es la única manera de llegar a fin de mes. Mientras escribo esto, me duele la cabeza y seguro estoy sentándome mejor porque no quiero tener una joroba dentro de unos años.

El ámbito de la comunicación es económicamente muy duro. Por usarme de ejemplo: en estos dos años he trabajado en más de diez lugares diferentes, contando negocios, empresas y medios. Una mezcla de pluriempleo, ser explotado y monotributriste. Sin embargo, acá seguimos, pensando todos los días en por qué sentirme exitoso en lo que hago no viene acompañado de un buen sueldo que me permita, ¿por qué no?, viajar un poco, comprarme más camisetas o regalarle cosas a mi papá y a mis hermanos.

Puras quejas, sí, pero también estoy en la lucha por hacer de mi profesión algo que sea mejor remunerado, que es lo que tendrían que hacer los del fuckin sindicato. Pero, más allá de las cuestiones económicas, ¿cómo hacer cosas con palabras?

De eso, supongo, que se encarga un periodista. Ver el mundo desde su mirada es constantemente empatizar con otros, ponerse en su lugar y escuchar sus voces. En la sociedad actual creo que eso es lo más parecido a mejorar el mundo. O, mejor dicho, a mejorar los mundos de quienes son escuchados.

Por ahí, con un poquito de suerte, alguien se toma el tiempo de decir “a ver lo que escribió este pendejo” y se pone a leer el producto de mis horas de estudio, investigación, diálogo, redacción y trabajo, para así, finalmente, conocer una historia nueva.

En la misma línea de baja autoestima escritural, no sé si este texto va a ser leído por alguien más que quien lo edite (te quiero Lucho), pero lo que sé es que me sirvió para ver, después de dos años, dónde estoy parado. Como quien mira desde un decimosexto piso la ciudad entera, o desde abajo un monumento gigante, no sé.

Pero sé que en estos dos años construimos un equipo, un lugar y un medio, en el que quiero estar. Además, es el que día a día, me motiva a trabajar para mejorar los mundos.

¡Aguante La Mala!