Hay un temblor que sacude a la sociedad contemporánea: la sensación de que lo nuevo ya no aparece y solo nos queda reciclar modelos gastados. El filósofo y crítico británico Mark Fisher bautizó ese fenómeno como hauntología, término que describe la persistencia de presencias espectrales que regresan porque lo que prometían nunca llegó a hacerse realidad. No se trata únicamente de nostalgia: es un ahora cooptado por los resabios del pasado.
En Los fantasmas de mi vida, escribió: “El tiempo está fuera de quicio, poblado de presencias sombrías que insisten porque lo venidero nunca llegó a materializarse”. Esa idea resuena con fuerza en nuestra escena musical: el pop y el rock siguen cargando con el brillo —y el peso— de los ochenta y los noventa. Soda Stereo, Virus, Charly García, Los Redondos, Sumo: actúan como apariciones colectivas; melodías que no dejan de sonar porque condensan un destino que quedó a medio camino. Desde un cover en un bar hasta los cánticos en una cancha, esas piezas no son simples reliquias, sino recordatorios de lo que pudo ser y no fue.
“La hauntología explica esa ambigüedad: lo que regresa no es exactamente lo antiguo, sino la promesa interrumpida de un mañana alternativo”
Este fenómeno excede a los clásicos: el pop de los años 2000 también convive con esa lógica espectral. Babasónicos, por ejemplo, innovó al comienzo del siglo, pero hoy su repertorio funciona tanto como vigencia como archivo: se lo escucha con devoción, al mismo tiempo como creación actual y como reverberación de un tiempo que todavía confiaba en lo inédito. La hauntología explica esa ambigüedad: lo que regresa no es exactamente lo antiguo, sino la promesa interrumpida de un mañana alternativo.
La escena musical, en este sentido, es un terreno fértil para observar cómo se construyen estos bucles. Cada nueva banda parece dialogar más con un catálogo ya consolidado que con una búsqueda original. El resultado es un paisaje sonoro donde lo supuestamente original se confunde con lo familiar: guitarras que remiten a riffs ochentosos, teclados que evocan los comienzos del technopop, bases electrónicas fotocopiadas, letras tristes sobre amores que ya no existen más porque se transformaron en otros tipos de vínculos. Fisher advertía: “La cultura hoy ya no busca inventar lo nuevo, sino simularlo con fragmentos reciclados”. La prueba de esta afirmación son los grandes festivales que arman sus grillas como si fueran un registro viviente de las últimas cuatro décadas.
Esa dinámica se refleja también en cómo ciertas composiciones terminan por erigirse en himnos de la memoria social. “De música ligera” de Soda Stereo o “Ji ji ji” de Los Redondos son más que hits: son rituales colectivos que atraviesan cada generación. Pero lo interesante es que estos eventos con esencia litúrgica no convocan solamente al recuerdo, sino que además invocan un porvenir que aún nos queda pendiente, porque esos sonidos alguna vez insinuaron otra vida posible.
“Lo nuevo, cuando aparece, se mide en términos de lo reconocible: si se parece a algo, funciona; si se arriesga demasiado, queda en la periferia”
La paradoja es que la propia industria —regida por algoritmos y tendencias instantáneas— termina reforzando este efecto fantasmal. Spotify y YouTube ofrecen la comodidad de la reiteración: listas que metamorfosean clásicos, recomendaciones que confirman lo que ya nos gusta, un eterno retorno del archivo. Lo nuevo, cuando aparece, se mide en términos de lo reconocible: si se parece a algo, funciona; si se arriesga demasiado, queda en la periferia. La hauntología se vuelve entonces una estructura de consumo: se comercializa pasado como si fuera futuro.
En la Argentina, donde la coyuntura económica y política tiende a borrar el largo plazo, esa experiencia cultural se intensifica. La música deviene en refugio de lo que alguna vez pareció prometer un mañana distinto. Pero también, y ahí está su potencia, una invitación a pensar todo lo que quedó en suspenso y cómo podemos aún reclamarlo. Porque los fantasmas no son sólo lamentos: también son llamados. Como escribió Fisher: “La hauntología es el arte de percibir aquello que todavía no tuvo lugar”. Y quizá sea en esa escucha atenta, en ese volver a oír lo que insiste, donde encontremos canciones para imaginar otra vez.