VAMOS, ROTOS
Lector, en este breve instante
no leerá alguien capaz de expresar
el dolor, el desarraigo y la miseria interna colectiva
como Pizarnik o Bukowski,
pero sí alguien que intenta irrumpir
sobre la lógica de la historia oficial,
en la que los rotos quedan siempre en los márgenes.
Vamos, rotos,
y entre rotos nos comprendemos.
Lejos de los conceptos naif
de esta era de hipersensibilidad digital,
los rotos ponemos el pecho
a la colonización destructiva de la injusticia.
Ni siquiera sabemos cómo hacemos,
tanto usted como yo,
tecleando, amagando, atravesando
climas impiadosos y sorpresas
que clausuran el placer.
Pero lo intentamos, una y otra vez.
Es de rotos calmar el infierno
con las herramientas que encontramos.
Cada cual con su cada cual,
dice mi vieja,
y es un poco así:
no hay manera de dejar de ser roto.
Los rotos asistimos al vaivén de la vida
con espíritu valiente,
aunque en nuestras espaldas carguemos
una tonelada de fracturas.
A LA MAÑANA SABIENDO SIN SABER

A la mañana,
sabiendo sin saber,
uno aprende de la vida
sin papers colapsados
de colores y palabras aburridas.
Me como un arrebato desde un costado que no veo:
como daga envenenada
va picando mi corazón.
El Loco camina con muletas
por el medio de la calle 25 de Mayo.
La lluvia moja su bolsa de arpillera,
donde guarda lo poco que tiene,
su casa entera.
Los perros son sus amigos,
su familia.
Con ellos despliega su casa
dentro del Banco.
Un toque, no mucho,
porque siempre está el ortiva
que cumple órdenes.
—Semejante gil —dice el Loco.
Hay pobreza humana
que no es simplemente material,
ni de destino pulcro.
Hay pobreza humana que es emocional,
me comenta,
mientras apoya la bolsa sobre el banco
y toma un sorbo de uvita tinto.
—¿Vos sabés que los que me ignoran
ignoran más su propia vida
que mi existencia insulsa?
Me deja atónito,
con la garganta cerrada.
—Tranqui, amigo.
Las verdades quitan aliento.
Y sostener mentiras ficticias
enferma a las personas.
Le pido un trago,
para sopesar tanta profundidad cotidiana.
—¿Vos sabés que hay una frase
que me hace acordar a vos, Loco?
—¿Sí? ¿Cuál? —me pregunta.
—Cuánto tarado que no entiende
y te la quiere contar.
—Claro, amigo, yo no entiendo mucho,
a decir verdad.
Pero sí sé
que la vida se trata de sentir.
Me dice esto mientras se prende un liso
entre sus manos
cortadas por el frío.
Hay realidades
que no se condensan
desde el ego intelectual.
ME VOY ASFIXIANDO EN TRISTEZA

Me voy asfixiando en tristeza.
El sol no logra salir,
y la luna es estampa
las veinticuatro horas.
Los secuestros retienen el corazón
y lo vuelven piedra.y lo vuelven piedra.
Se me acerca el final,
y con él
la resurrección del poeta muerto.
Hay historias de rotos,
ejércitos de rotos
que la misma vida no recuerda.
El hallazgo es supinar hacia el frente,
pero mirando al costado,
y sobre todo hacia atrás.
Aquellos que quedan en el camino,
por la pipa encendida,
por las montañas blancas
servidas en platos calientes,
por las bocas torcidas de tanto exceso,
sepan que viven un poco en mí.
EL PERRERÍO TE ACOMPAÑA

El perrerío te acompaña,
rabiando cerca de los pedales.
Maniobras por los pozos,
en un lugar nuevo,
otro lugar
donde los rotos se aventuran.
Los rotos de cuna,
de té y pan,
vamos exigiendo
que la vida aminore
el tormento pasado.
El consumo escondido de la adultez
es otra rebanada
del consumo de la propia calle
que ayudó a comer.
El pan y el plástico.
La tierra
y las puertas golpeadas
marcan el rigor de la violencia
en el punto exacto.
De pasos hacia el azúcar y la leche,
hacia la faraónica tarea
de la salvación.
Sobrevivimos hoy,
cuando nos miramos
mi yo y mi otro yo antiguo
frente al espejo.
Pero el guachazo al estómago,
aun en estos momentos,
se junta
de a pedazos.