INFANCIAS Y ULTRAPROCESADOS

LAS GÓNDOLAS LLENAS DE VENENO: ¿QUÉ NOS LLEVAMOS A LA BOCA?

Aunque parecen inofensivos y prácticos, los alimentos ultraprocesados esconden riesgos importantes para la salud infantil: exceso de azúcares, grasas poco saludables, sal, y un bajo aporte nutricional. La nutricionista Vanina Scavuzzo advierte sobre sus efectos, señala el rol de la escuela y las políticas públicas, y da claves para reducir su consumo en la vida cotidiana.

Texto: Isidro Alazard | Ilustración: Diego Abu Arab
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Los alimentos ultraprocesados están tan naturalizados en nuestra cotidianeidad que ni siquiera sabemos lo que son realmente. Están en todos lados: envases de colores, los gustos más ricos y una practicidad que hace que los podamos consumir sólo abriendo un paquete o una lata.

Lamentablemente, atrás de todas esas características atractivas, se esconde una composición que no hace bien a la salud, especialmente en la infancia: exceso de azúcares, grasas poco saludables y sal, con muy bajo aporte nutricional.

“Son formulaciones industriales elaboradas con derivados de alimentos y aditivos. Vienen siempre en paquetes, con una larga lista de ingredientes y son producto que requieren poca o ninguna preparación previa a su consumo”, explica, en diálogo con La Mala, Vanina Scavuzzo, licenciada en Nutrición de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER), coordinadora de «Ludoteca Saludable» y asesora en alimentación en primera infancia de la Dirección de Educación municipal.

La profesional explicó que en el proceso de elaboración estos productos pierden gran parte de sus nutrientes. Además, se les agregan azúcares, sal y grasas poco saludables: “Esto afecta directamente la salud de las personas, produciendo en muchos casos enfermedades metabólicas y desnutrición oculta. Ni hablar de aquellos que, por incluir resaltadores de sabor, nos llaman a comer más y más, colaborando en la sobrealimentación de las personas”.

En Argentina, el acceso a alimentos saludables no es tan simple: cuando vamos al supermercado, todas las góndolas y heladeras están llenas de ultraprocesados, lo cual acota nuestra capacidad de tomar la decisión de comer más sano. En palabras de Scavuzzo, entre los productos ultraprocesados más consumidos en el país están los snacks (dulces y salados), los postres lácteos, los amasados (galletitas y panificados industriales), cereales de desayuno procesados, salchichas y hamburguesas.

Según una investigación de FIC Argentina y Unicef Argentina del año 2023, los productos ultraprocesados son la base de la alimentación de la población infanto-juvenil. Éstos representan más del 35% del aporte calórico diario. Otro dato que es llamativo de este informe es que los niños, niñas y adolescentes consumen en promedio sólo el 20% de las cantidades recomendadas de frutas y verduras.

 “Este tipo de alimentos genera un consumo elevado de azúcares, grasas poco saludables y sodio, elementos que juegan un papel fundamental en el desarrollo de enfermedades metabólicas y cardiovasculares”, advierte la licenciada. Y agrega: “A su vez, son pobres en nutrientes esenciales. En las familias con un alto consumo de alimentos procesados se observan niños con problemas metabólicos y alimentarios como selectividad alimentaria, anemia, resistencia a la insulina, sobrepeso y obesidad”.

“En las familias con un alto consumo de alimentos procesados se observan niños con problemas metabólicos y alimentarios como selectividad alimentaria, anemia, resistencia a la insulina, sobrepeso y obesidad”

A pesar de que estemos rodeados de ellos, Scavuzzo destacó que pueden existir límites sanos: “No podemos vivir aislados, los alimentos ultraprocesados existen y seguirán estando en las góndolas del supermercado. Si sé cuánto es adecuado para mí, puedo incluirlos con moderación”.

“Me gusta enseñar a los niños, niñas y adolescentes que no existen alimentos ‘buenos’ o ‘malos’. Lo que puede hacer que un alimento ‘nos haga mal’ es comerlo en una cantidad y frecuencia inadecuada. Enseñando el límite de cada uno logramos que puedan incluirlos en el momento y cantidad seguras”, resaltó a nutricionista.

En cuanto a las recomendaciones, la profesional destacó un deber del grupo familiar: “Se debe visitar menos el súper y más la carnicería, la pescadería y la verdulería. Es fundamental que, como familia, organicen días de compra para asegurarse tener siempre los alimentos que se necesitan al momento de cocinar”.

“Me gusta enseñar a los niños, niñas y adolescentes que no existen alimentos ‘buenos’ o ‘malos’. Lo que puede hacer que un alimento ‘nos haga mal’ es comerlo en una cantidad y frecuencia inadecuada”

“Está bueno que se invite a los niños a hacer las compras a estos lugares, para que conozcan los alimentos reales y que los incluyan en la preparación de comidas, siempre adaptado a la edad que tengan”, añadió Scavuzzo. Al tiempo que destacó el rol esencial de las instituciones educativas en la alimentación de los chicos, algo que muchas veces está invisibilizado porque queda fuera del ojo de los padres: “Las escuelas son espacios donde los niños pasan muchas horas de su vida. Un cambio en los alimentos que se ofrecen desde los comedores y kioscos escolares haría una gran diferencia en el aporte de nutrientes y por consiguiente en su salud integral”.

“Es necesario trabajar en la educación alimentaria para la población general y en particular en infancias y adolescencias para que comprendan el porqué de la elección de un alimento y no de otro”

Sobre las advertencias que se encuentran en los paquetes (la Ley de Promoción de la Alimentación Saludable en Argentina), la licenciada ofreció su mirada: “A diario veo que el etiquetado frontal nos quedó corto. Al principio generó incomodidad y curiosidad, pero hoy en día la gente sigue consumiendo estos alimentos por comodidad e incluso por placer. Tenemos más información, pero las estadísticas no mejoran”.

“Es necesario trabajar en la educación alimentaria para la población general y en particular en infancias y adolescencias para que comprendan el porqué de la elección de un alimento y no de otro”, manifestó Scavuzzo. Y concluyó: “Creo que, si en las escuelas existieran espacios permanentes de educación alimentaria, los niños y sus familias tendrían más herramientas para tomar mejores decisiones desde temprana edad. Y esto claramente cambiaría el futuro de la salud individual y colectiva a largo plazo”.