¿Cuál es la primera canción de la que tenés conciencia? Yo no me acuerdo de alguna puntual, pero sé que en el Top 3 está alguna de María Elena Walsh, una de los Auténticos Decadentes y “El Oso”, que no me acuerdo quién la cantaba. Lo importante es dar cuenta de que la música acompaña a las personas desde el inicio de la vida: está presente en celebraciones, en la rutina, en juegos y, por qué no, en personas.

Pero además de emocionar o entretener, también cumple otros roles. La musicoterapia es una disciplina que utiliza el sonido, el ritmo y la expresión musical como herramientas para mejorar la salud física, emocional y mental. En hospitales, escuelas, centros de rehabilitación y espacios comunitarios, musicoterapeutas trabajan con pacientes de todas las edades para favorecer procesos de comunicación, aprendizaje y bienestar. Desde La Mala, hablamos con Carla Carrazza, Licenciada en Musicoterapia, para que nos comparta más sobre esta profesión emergente, necesaria y aún poco visibilizada.
“Empecé estudiando el profesorado de inglés en Buenos Aires, pero una vez estando allá empecé canto. En ese momento, estaba trabajando en un colegio como maestra de inglés, pero no me interesaba tanto el contenido sino un poco más: me encontraba con situaciones que le pasaban a los niños y me interesaba eso”, introdujo Carla, quien en gran parte descubrió la musicoterapia cuando comenzó la carrera: “Es una profesión de la salud donde un musicoterapeuta calificado hace uso de los recursos sonoros musicales en sus sesiones, de diversas maneras, dependiendo de los objetivos terapéuticos que se proponga”.
El ejercicio de la profesión, para el cual (como otras terapias) es requisito contar con la matrícula profesional, es mucho más que poner música para «sanar». “El rol de la música en un proceso musicoterapéutico es muy importante, pero no es el único recurso con el que contamos. En la terapia se ponen en juego una amplia variedad de recursos y estrategias dependiendo de las particularidades y necesidades de cada paciente o grupo de pacientes. Las intervenciones que realizamos pueden ser musicales o no musicales, escuchar música y hacer musicoterapia son procesos totalmente diferentes», explicó Carrazza.
“Las intervenciones que realizamos pueden ser musicales o no musicales, escuchar música y hacer musicoterapia son procesos totalmente diferentes”
“Los musicoterapeutas trabajamos con personas con algún tipo de padecimiento subjetivo, físico o mental. Personalmente, en la actualidad trato a pacientes con trastornos generales del desarrollo (TGD), psicosis, autismo y con un adulto mayor que tiene una afasia de expresión. También con adolescentes y niños que tienen dificultades para vincularse con otros”, compartió la profesional y, alejándonos del concepto idealizado del rol de la música, fue determinante: “Es un mito que la música cura por sí sola. Puede hacernos recordar, emocionar, sentir alegría o tristeza, pero es necesario contar con un vínculo transferencial entre paciente y terapeuta para obtener los objetivos que se proponen trabajar”.

Según Carrazza, erróneamente se asocia a su profesión con prácticas como reiki o meditación, e incluso “también está asociado únicamente al trabajo con niños, cuando en realidad todas las personas en cualquier etapa de su vida podrían transitar un tratamiento de musicoterapia”, informó. Además, la licenciada destacó que es una terapia muy versátil: “Ninguna sesión es igual a la otra, ya que ningún paciente es igual al otro. Cada sesión va a depender del paciente, del contexto y de los objetivos terapéuticos. Por ejemplo, en una sesión con un adolescente se podría trabajar con ciertas canciones que trae, prestar atención a la letra, qué le genera, si esa canción tiene que ver con algo de su historia, a qué le hace acordar, etcétera”.
Las experiencias gratificantes no quedaron fuera de la conversación. Carla nos contó un caso particular: “En el proceso de trabajo con un adulto mayor con una afasia de expresión me encontré con que le costaba mucho expresarse verbalmente, pero sí podía cantar. Además, había ido perdiendo autonomía, movilidad, etcétera. Es así que comenzamos un trabajo específicamente con canciones de su interés. Luego, a esas canciones las grabamos y esas grabaciones él se las hacía llegar a sus familiares y amigos. Fue una manera de conectarse nuevamente con ellos y de mostrar que había algo que él todavía podía hacer además de disfrutar mucho del proceso. A cada canción la conectaba con alguna parte de su vida, de su historia y de sus vínculos (de esta manera también trabajamos la memoria y la evocación)”.

“Lamentablemente, la musicoterapia es poco valorada en el sistema de salud. Muchas veces no la tienen en cuenta y, sobre todo, existe mucho desconocimiento acerca de sus alcances. De todas maneras es una profesión que de a poco va ganando lugar y reconocimiento”, contó la licenciada, concluyendo: “Hay muchas barreras. Por ejemplo, la Residencia Interdisciplinaria de Salud Mental de nuestra ciudad no incluye a la musicoterapia. En la mayoría de las veces, es la última terapia elegida, o la primera en retirar si se necesita hacer un recorte”.
“Lamentablemente, la musicoterapia es poco valorada en el sistema de salud. Muchas veces no la tienen en cuenta y, sobre todo, existe mucho desconocimiento acerca de sus alcances”
En un mundo que muchas veces corre sin escuchar, la musicoterapia propone una pausa, una escucha activa, un encuentro. No se trata solo de canciones ni de melodías bonitas, sino de una práctica clínica que puede abrir canales donde las palabras no alcanzan. Su potencia está en cada historia como la que compartió Carla: ahí donde la música no cura sola, pero sí puede acompañar, sostener y transformar.