La marejada deja olores salobres
Sobre la costa gris. El invierno
Gruñe encima de la espuma
Que alborota blancas gotas sobre mi rostro.
Cada pedrusco en la arena
Es más amable que tu voz ausente,
Sorbe mi afán perdido
El alma
De tu piel en penumbras.
El aire me esquiva
Como a ti
Que no lo necesitas
He venido a morir
Al mar como si fuese
Una gaviota herida
O un viejo pez
Con la esperanza vana:
Que tu mano cobije y resucite.
Quizá en este principio originario
Se unan los extremos
Donde todo empezó todo termine
No sé tu travesía
A la hondura manifiesta del ser, según nos dicen,
A lo perfecto, esa excursión al ángel
O a la senda divina
Yo he venido a morir, sí
En la orfandad que nutre el viaje y el camino,
En el recuerdo borroso, casi olvido
En las briznas de estar
A merced de los ojos, del tacto, del olfato
Y de la espuma
Para sentirte apenas, (leve) en esta despedida.