LEER PARA CAMBIAR LAS COSAS

LA HONRA DE SOSTENER PASIONES CON AUTOGESTIÓN

¿Cuánto puede transformar una librería? ¿cuánto un libro? Son las preguntas que recorren de principio a fin la entrevista que Zul Bouchet realizó con quienes llevan a delante Albergue, una librería autogestiva de Santa Fe que nació de la mano con la pandemia. “Leer es un acto de rebeldía”, dice una de las entrevistadas.

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Un libro es uno de los pocos objetos que puede transformarse en lo que se necesite en el instante: compañía, calma, llanto, alegría, aventura, pánico, terror o esperanza. Las librerías se vislumbran como sitios donde uno va a buscar: entra, compra y vuelve a su lugar. En otro territorio, el lector recorre las páginas sin saber con qué maravillas se puede encontrar.

¿Se imaginan que toda esa rutina —buscar, encontrar, leer, pensar— pudiera habitar en un mismo lugar? Albergue, una librería autogestiva de Santa Fe, lo hace posible. Fusiona libros, presencialidad y conciencia política. Un espacio en el que el encuentro no es un complemento, sino una parte esencial de la experiencia lectora.

La Mala conversó con Agustina (licenciada en Diseño de la Comunicación Visual y Fotógrafa) y Desiré (licenciada en Trabajo Social y Magíster en Salud Mental), quienes hacen posible un emprendimiento literario que reivindica lo colectivo.  

¿De qué inquietudes surge Albergue?

A: Surge de interés genuino y propio. Hace seis, siete años nos juntábamos un grupo de amigas a leer, en ese momento, mucha poesía. Y nos pasaba que autores/as que nos gustaban no llegaban a la ciudad. Dependíamos de que alguna viaje y traiga libros, o de comprar por internet. Eso nos hizo desear hacer algo propio, sabiendo que teníamos gente alrededor que se iba a prender. Abrimos Albergue en 2020, un mes después llegó la pandemia. Teníamos una cantidad pequeña de libros comprados con nuestros ahorros y empezamos a distribuir a domicilio, siguiendo los protocolos, en un contexto incierto. Eso nos hizo pensar, a su vez, cómo construir un refugio virtual, porque no sabíamos cuánto iba a durar, ni que iba a pasar. Post pandemia, una de las chicas fue mamá y hubo un momento de soledad, de no saber cómo seguir, hasta que se sumó Desiré. Fue un empujón para empezar a tratar de salir de la virtualidad generando encuentros.

La autogestión es un camino complejo, ¿fue una elección? 

D: La autogestión es un posicionamiento político. Es poder pensar nuestra librería como una librería independiente, donde depende de nosotras la selección de los libros que traemos, los lugares donde estamos, los eventos que creamos. Tiene que ver con una posición política porque lo elegimos sobre lo que muchas veces las grandes corporaciones imponen en el mercado. Elegimos no ser una franquicia de las grandes librerías. 

– En un mundo saturado de pantallas, ¿qué lugar ocupa hoy la lectura? 

D: Albergue nace como un espacio de encuentro, un lugar que aloja palabras, preguntas y conversaciones. Frente a tanta demanda digital, necesitamos volver al encuentro con el libro, con el objeto. Nuestra propuesta va de la mano con eso. Sin olvidarnos del mundo digital, pero necesitamos encontrarnos con otros para leer. Colectivizar lo que me pasa cuando tengo un libro en la mano. Ya que en lo digital uno busca directamente lo que quiere, y se pierde eso de compartir con el otro.

A: En estos tiempos de neoliberalismo y capitalismo al extremo, sentarse a leer un libro es, para muchos, algo improductivo. No se reconoce que la lectura también tiene rasgos productivos. Por eso sostenemos que leer es un acto de rebeldía, es ser rebelde ante un sistema que solo pide producir. Es un momento de pausa, de frenar, de estar en silencio, de crear un lugar para uno mismo, pero también con otros. Militamos por lo analógico: nos gustan las fotos impresas, los encuentros presenciales y los libros físicos.

“Leer es un acto de rebeldía, es ser rebelde ante un sistema que solo pide producir”

– Sin un espacio físico, ¿cómo construyen presencia desde lo digital?

A: Nos interesa no solo vender libros, sino posibilitar debates y preguntas. Casi todo lo que hacemos abre y cierra con una pregunta, y eso genera un intercambio súper interesante y rico en redes. Nosotras queremos generar un encuentro y una conversación. Nos hemos encontrado con opiniones muy diversas, que escapan a nuestro público, y eso nos enriquece mucho. Hacer presencia en esos lugares también es humanizar, es permitirnos debates más allá de la catarata de ventas que tienen las redes sociales.

– ¿Qué sucede cuando la comunidad se encuentra?

D: El encuentro con otros, el espacio de taller y conversatorio nos habita desde nuestras prácticas profesionales y desde nuestra esencia. En este contexto de individualismo, era digital y productividad, nosotras apostamos a encontrarnos y pensar juntos. Cuando eso se habilita pasan muchas cosas: nos vamos con más preguntas, con el registro del otro, con un espacio de alegría. Es un lugar donde se escucha al otro —con una poesía, algo que se animó a escribir, con quien presta su centro cultural— porque Albergue es mucho más que una librería: es alojar un espacio n el que el arte circula. En esos encuentros la palabra toma importancia, la afectividad también se pone ahí y eso motoriza nuevos encuentros.

A: Es un lugar en el que pueden habitar voces diferentes. Un espacio mutable, que se va construyendo con quienes lo habitan, y por suerte cada vez somos más.

– ¿Cómo imaginan la lectura y los espacios que la sostienen en un mundo en constante cambio?

D: Creemos que la lectura y la escritura se sostienen. Los espacios que las contienen mutan, se transforman, resisten y se reivindican. Lo mismo nos pasa con Albergue: hoy tiene esta forma, y esperamos que en otro momento todos los espacios por los que transitamos puedan trasladarse a un lugar físico. Aunque muchos espacios que invitan a autores no tan reconocidos hoy están en crisis, no significa que la lectura deje de sostenerse; trasciende momentos y épocas, y quienes crean espacios de encuentro, como una librería, mutan con el tiempo. La lectura habilita a preguntarse, repensar y transformarse, y eso mantiene las discusiones y los espacios de encuentro. Nuestro espacio no fue planeado así, se fue dando con el tiempo y con quienes lo siguen.

A: La lectura funciona como un refugio, es una ‘casita’ donde uno puede resguardarse del mundo vertiginoso. Aunque cambian los temas e intereses, la lectura como hecho cultural y social se sostiene. Pensamos Albergue como un espacio que sostiene cosas que no encontrábamos en otras librerías, que suelen invitar a comprar y salir rápido, mercantilizando la lectura. Queríamos generar un espacio político, en términos de habilitar voces diversas, incluso aquellas con las que no estamos de acuerdo. Un lugar de refugio para nosotras, nuestros amigos y quienes desean verse y charlar.

“Pensamos Albergue como un espacio que sostiene cosas que no encontrábamos en otras librerías, que suelen invitar a comprar y salir rápido, mercantilizando la lectura”

¿Qué dimensión política logró construir Albergue? ¿Se refleja en el trabajo diario? 

D: Elegimos quiénes participan en los eventos, lo que permite pensar Albergue como un espacio de discusión política. Traer a una poeta independiente, imaginar el país que queremos y escribir con otros es un posicionamiento. La librería se vuelve un acto político y se posiciona frente a temas actuales; no somos inocentes ni hacemos oídos sordos, nos posicionamos.

A: Lo político, fuera de lo partidario, estuvo presente desde el feminismo, por ejemplo, y en lecturas emergentes que no llegaban. Traer material de autoras trans o no binaries era una forma de posicionamiento político, desde nuestras convicciones y militancias, para que esas voces pudieran ser leídas por otros. Esa es la política de Albergue: permitir la diversidad, abrir espacios y debatir sobre el país y el mundo que soñamos.

– ¿Les preocupa que sus posiciones políticas afecten las ventas o la relación con quienes las siguen?

A: Nunca tuvimos opiniones diferentes respecto a eso, tenemos la misma mirada del mundo y eso nos encuentra. Sabemos que son tiempos con pocos matices y muchos blancos y negros, y nos hacemos cargo de las consecuencias que pueda tener. Cuando fue el intento de magnicidio a la ex presidenta salimos desde Albergue a repudiar, porque lo creímos necesario, fue un acto antidemocrático. También en las elecciones nos posicionamos públicamente, sabiendo que iba a tener un costo, y que lo tuvo. Sabemos que, si es genuino, termina saliendo bien. Vamos a encontrar personas que no piensan como nosotras, pero que respetan ciertos límites políticos que no transgrediremos, eso puede implicar no vender ciertos libros. A muchos les molesta, pero otros se sienten refugiados o encuentran algo diferente en una librería que toma voz y no es un simple comercio. Estamos orgullosas de ser así.

D: Está claro que no vamos a negociar nuestras convicciones por lo que el mercado o alguien más nos exija. Creemos que es importante ser fieles a nuestros pensamientos y entendemos los costos. El hecho de posicionarnos con nuestras ideas y nuestros derechos, no lo negociamos.  

captura de pantalla

La librería (Isabel Coixet, 2017)

Una trinchera de libros contra la hipocresía. En un pueblo costero inglés de 1959, Florence Green (Emily Mortimer) decide abrir una librería en una casa vieja. Su lucha no es solo comercial: es contra el conservadurismo encarnado en la señora Violet Gamart (Patricia Clarkson), que quiere un centro de arte para la élite. Coixet filma el acto de leer como un gesto de rebeldía, donde Fahrenheit 451 y Lolita se convierten en símbolos de libertad. La película –basada en la novela de Penelope Fitzgerald– es un lamento hermoso por los mundos que se pierden cuando cerramos las páginas de un local independiente.

La ladrona de libros (BRIAN Percival, 2013)

Las palabras como refugio en el infierno. Alemania nazi, 1938. Liesel (Sophie Nélisse) roba su primer libro en el entierro de su hermano y descubre que las letras pueden salvarle la vida. Escondida en un sótano con su familia adoptiva, los libros que rescata de hogueras nazis y la biblioteca del alcalde se convierten en su oxígeno. Narrada por la Muerte, la película muestra cómo una niña analfabeta aprende que cada palabra robada es un acto de resistencia contra la barbarie. La tipografía que aparece en pantalla no es decoración: es el latido de una niña que escribe su propia historia.

Helvetica (Gary Hustwit, 2007)

El documental que descubre el alma de una letra. No es sobre librerías, sino sobre la pasión invisible detrás de cada palabra impresa. Hustwit explora cómo esta tipografía suiza creada en 1957 inundó el mundo: desde el metro de Nueva York hasta las etiquetas de Evian. Diseñadores como Massimo Vignelli la defienden como la «perfección eterna», mientras otros la acusan de ser el rostro del capitalismo global. La película convierte algo que vemos todos los días –la letra de un libro, un cartel, un logo– en un personaje con historia, filosofía y batallas estéticas.