FRAY MOCHO EN OJOTAS

JOSÉ LUIS PEREYRA: VIDA EN OBRA

Presentamos la primera edición de "Fray Mocho en ojotas", una sección que, humildemente, trae al presente al gran José S. Álvarez Escalada, a la vez que reconoce los grandes valores literarios de nuestra ciudad que han sabido ganar la distinción provincial a su nombre.

Texto: José Luis Pereyra | Ilustración: Diego Abu Arab
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BIÓGRAFO Y TRAIDOR

Es conocidísima  la expresión italiana “traduttore, traditore” para señalar la dificultad que exige trasladar fielmente un texto a otra lengua. A mis cincuenta años, aprendí (¡Siempre se aprende!) que existe otro rubro literario donde también suelen cometerse traiciones: me refiero al oficio de biógrafo. Con esto le doy la derecha a Boris Pilniak, quien dijo: «La zorra es el dios de la astucia y de la traición… ¡La zorra es el dios de los escritores!»

Mi admirado autor miente y está bien que lo haga, porque esa es la tarea de un narrador: inventar historias. Pero yo no tengo la culpa de que nos haya brindado esta alocada biografía de David, su padre: “David Blaisten,  un acomodado constructor judío, de nacionalidad rusa, que vivía en la calle Recuero del coqueto barrio porteño de Flores,  que había fundado una próspera empresa de materiales para la construcción ─la actual Blaisten hermanos─ y tenía una vida tan rumbosa que le permitía poseer palco propio en el Teatro Colón, abandonó de pronto un negocio floreciente, liquidó su parte del emprendimiento familiar y  también vendió su casa. Con el dinero recaudado se fue con su mujer, Dora Gliclij,  y con sus cuatro hijas, “a un inhóspito, triste y desolado lugar de  Entre Ríos”, I. Blaisten, Cuando éramos felices, (p. 40). Allí, en una de las colonias judías, la de Walter Moss, próxima a General Campos, compró unas hectáreas de tierra y comenzó una nueva vida como agricultor, dueño de naranjales y criador de cebúes.”

David era un simple albañil judío,  no un acomodado constructor. Nunca tuvo palco propio en el Teatro Colón, porque para confirmar la especie (y no pude) me pasé horas en la Biblioteca del Colón. Tampoco fundó la empresa Blaisten Hermanos, por la simple razón de que dicha firma existe desde 1926, fecha en que David ya estaba instalado en General Campos. ¿Cómo pudo crear un emprendimiento comercial desde más de 600 km. de distancia y bautizarla con un apellido que no era el suyo? Porque Blaistein no es lo mismo que Blaisten. Isidoro firmó sus primeros cinco libros con el apellido paterno, Blaistein, y los restantes con el apellido de fantasía que lo acercaba a la rama “rica” de la familia. David tampoco “compró” unas hectáreas de tierra en las colonias judías, porque eso estaba prohibido por los estatutos de la JCA (Jewish Colonisation Association). David heredó esas hectáreas. Debió regresar a Entre Ríos cuando su padre, Gregorio Blaistein, murió en 1915, y legó su campo de colono judío a sus dos hijos.  Esa era la norma de la JCA, para evitar el despoblamiento y la especulación inmobiliaria. Entonces, David tampoco fue un gran terrateniente, sino el modesto poseedor de media parcela promedio de la JCA. Y esto quedó demostrado en los planos de Walter Moss que todavía se conservan.

“Hace algunos años estaba casado con una mujer muy mala, que se enojaba conmigo porque no llevaba plata a casa”, nos dice Isidoro en Anticonferencias. Pero los problemas familiares no iban solamente rumbeados hacia cuestiones económicas, también existieron problemas de alcohol, trasnochadas y polleras: “¡Todas las mujeres que te llaman son putas!” Se quejaba Miriom, su primera esposa. Y el otro le contestaba, para ahondar la bronca: “¡Epa, epa. Todas, no!” 

Comprendan, escribir una biografía sobre Isidoro Blaisten,  significaba señalar sus ingenuas mentiras,  marcar sus errores, desnudarlo un poco. Escribir sobre él era traicionarlo,  cumpliendo con lo dictaminado más arriba por Pilniak. Yo caí bajo la tutela de la Zorra, diosa japonesa de los escritores y de los traidores. Ese aspecto de la investigación me molestó, y mucho. Porque estimo a  Blaisten. Realmente aprecio todos sus libros. Pero, por otro lado, sentía el ineludible deber ─como admirador y docente─  de revelarlo ante  quienes nunca lo leyeron, de recordar y traer a la vida a este excepcional y brillante narrador entrerriano.  Más que señalar sus yerros ─todos los tenemos─, deseaba descubrir la verdad sobre su pasado, explicar por qué fue tan buen escritor, mostrar en qué consiste su sentido del humor, cuáles son los recursos que emplea, cuáles son sus temas frecuentes. 

Pero por encima de todas estas pretensiones, aspiraba a demostrar de qué manera su vida aparece reflejada en la producción literaria. Este ensayo, Vida en obra,  aludía a eso, a la profunda e intrincada manera en que los datos autobiográficos de Isidoro Blaisten aparecen intercalados en sus cuentos, poemas, ensayos y artículos periodísticos.

En su única novela, Voces en la noche, Anselmi, uno de los personajes, para denostar la obra de Henry Miller, expresa con desprecio: “Es totalmente autorreferencial”, (p. 32), como si ello fuera una mácula,  un defecto. Sin embargo, el sesgo autorreferencial es lo más apasionante en Isidoro Blaisten. Es un tema recurrente  en sus cuarenta años como escritor, desde Tonini (1964), hasta su novela (2004). Ahí, digo yo, radica su originalidad y su encanto: la manera en que aparece o se oculta bajo la máscara de algún  personaje.

Vida en obra, una biografía de Isidoro Blaisten, libro ganador del Premio Fray Mocho 2016, en el rubro Ensayo, debe ser tomado como un juego, como una especie de entretenimiento donde, en algún momento, podamos decirle: “Piedra libre, para Ike”, tal como lo llamaban sus amigos. No creo que se enoje con  nosotros, aunque lo miremos “oblicuamente” (con mirada sesgada, crítica) y descreamos de su palabra. Él siempre fue dueño de una bonhomía inoxidable, una persona indulgente,  un excelente amigo. También fue bastante inmaduro,  un niño eterno. Estoy seguro de que él comprenderá, sonreirá y participará del juego, como buen escritor lúdico que fue.