FÚTBOL, LA ILUSIÓN DE UNA GURISA DE BARRIO
HISTORIA DE UN SUEÑO
Con 12 años debutó en la primera de La Vencedora, en el fútbol departamental de Gualeguaychú, y desde febrero pasado es jugadora de Independiente de Avellaneda. Solange Peñalva y su familia hacen lo posible y más por sostener un sueño, pero las dificultades económicas hacen todo cada vez más difícil. “Jugar en la Selección”, contesta la virtuosa volante central cuando le preguntamos por su mayor deseo.
Cuando llegamos a su casa, quien nos invitó a pasar fue su hermana Sofi. Eugenia, su mamá, preparaba buñuelos y calentaba el agua para el mate dulce. Solange –o La Chucu, como le dice todo el mundo– se estaba levantando. Al ratito llegó a la cocina, saludó y se dispuso para la charla.
“Me dicen Chucu porque cuando nací tenía poco pelo y me peinaba siempre así, con un chuflo, entonces mi abuela me empezó a decir así”, explica. Y les pide a sus hermanos –sin éxito alguno– que se vayan de la cocina porque le da vergüenza.
Solange es la última de cinco hermanos. Tiene catorce años y hace ocho su familia vive en el Quijano, casi enfrente de la canchita del barrio. “Ella arrancó a jugar a los cuatro años en Defensores”, cuenta su mamá, mientras escurre los buñuelos que pondrá sobre la mesa.
“No me acuerdo cuándo arranqué, es como que jugué siempre. Mi papá me llevaba de chiquita a la cancha, a verlo jugar o a ver a mis hermanos. Yo me ponía al lado, con una pelota. Eso sí, empecé a entrenar en Defensores del Sur, después, a los seis, fui a La Vence. Me llevaba mi mamá, que también juega, como mi hermana y mi hermano. Mamá arrancó de grande, por acompañarme a mí se terminó enganchando”, dice La Chucu que, como cuenta, le tocó nacer en una familia futbolera. “Aprender no me costó nada. Cuando empecé el fútbol era mixto, pero ya había nenas. Era una más, así que me adapté enseguida”.
DE GUALEGUAYCHÚ A AVELLANEDA
Solange jugó en varios equipos: La Vencedora, Sarmiento, Defensores del Sur, Defensores del Oeste y Unión del Suburbio, entre los clubes oficiales. A la pregunta por su posición natural, no duda: “de cinco”, aunque a veces lo hace por la derecha.
“Me gusta correr, tocarla y que me la devuelvan. También soy de marca. Miro fútbol: me gustan Messi y Vanina, la cinco de Boca y de la Selección”, dice. Y nos muestra el perfil de Instagram de Vanina Preininger.
Todavía nos son las nueve y media de la mañana del miércoles y, aunque parece que va a ser un día lindo, el frío se hace sentir. El mate y los buñuelos vienen a nuestro rescate, y la flamante jugadora de Independiente nos cuenta que debutó en Primera con apenas 12 años y que antes había jugado sólo torneos amistosos, como el Gurisito Sabalero, en el verano.
“Yo había cumplido los 12 hace una semana, fui a ver a mi mamá, que jugaba en la cancha de Unión y no me había dicho que me había llevado la ropa. Un rato antes me dijo: vestite que vas al banco. No me iban a poner, porque era un partido bravo, pero a los minutos de empezado se lesionó una compañera y me tocó entrar: jugué de cinco y, por suerte, no me pegaron ni nada”, recuerda, entre risas. “Igual terminamos perdiendo”, aclara, ya más en confianza.
“Desde ahí seguí jugando con la primera de La Vence, hasta que me fui a probar a Independiente de Avellaneda. De esa posibilidad nos avisó nuestro DT; fuimos a Villa Dominico con mi mamá, con mi hermana y cuatro chicas más. Justo había entrenamiento, entrenamos y después hicimos partido. Para mí, jugué bien. Me sentí cómoda con las gurisas. Cuando estábamos calentando, haciendo unos tiros al arco, ellas me decían que tenía condiciones, que iba a quedar. Yo, re contenta. Y bueno, a los diez minutos del partido me pidieron mi nombre y apellido, terminamos de jugar y nos llamaron a mi mamá y a mí. Ahí nos dijeron que había quedado. Yo estaba re feliz, mamá estaba llorando”, cuenta La Chucu.
“Yo no sabía qué hacer en ese momento, supuestamente iban a una prueba y nada más. En un ratito la vieron y me pidieron que cuando yo pudiese la lleve a entrenar. La fui llevando y ellos la citaron siempre, desde que entró al club fue titular, hasta hace un mes atrás”, dice Eugenia, sin perder de vista los buñuelos.
¿Qué paso hace un mes atrás?
Ella quedó en Independiente en febrero. Empezó a viajar los martes y los jueves para entrenar y los sábados para jugar. Pero llegó un momento en que no podíamos pagar los tres viajes, así que empezó a entrenar acá, con un profe y una rutina adaptada para ella. Los findes seguía viajando. Pero ahora también se me complica esa parte. Lo comuniqué al club –que tiene pensión, pero es a partir de los 16 años– y me dijeron que le iban a hacer un seguimiento. La tienen en cuenta para que vaya a jugar, pero tiene que viajar y eso me sale alrededor de $150.000 cada viaje. Lo veníamos sosteniendo desde el 20 de febrero, en ese momento nos costaba algo de $80.000 el viaje. Pero todo está demasiado complicado, el mes pasado dejó de ir los martes y jueves, y la semana pasada ya no pudo pudimos ir al partido.
¿Han hablado con alguien? ¿Con el Municipio, con algún sponsor privado?
Hablé por todos lados, te piden el número de teléfono y te dicen “después te avisamos”, pero nada por ahora. Es más, el remisero que nos lleva nos dijo que le servían los vales de combustible… no sé. A lo último estaba juntando la plata yo sola, tengo cuatro trabajos: cuido un señor mayor, trabajo en un jardín, limpio una casa y corto el pasto. Hemos hecho ventas de tortas fritas, de pasteles, hicimos un montón de cosas, hasta que llegó un momento que no pudimos más.
SOÑAR EN GRANDE
El fútbol es cosa de chicas, también. Lo es hace mucho tiempo, Solange, Sofi y Eugenia son apenas tres de miles de ejemplos. Eso de la pelotita para el nene y la muñeca para la nena quedó demasiado viejo y atrasa: atrasa en pensamiento y en posibilidades materiales. Porque si es difícil abrirse camino siendo pobre, el doble de difícil es siendo pobre y mujer. Pero La Chucu, con apenas 14 años, es de la generación que creció con otro chip. “La idea de que nada más los varones juegan al futbol ya fue, es una boludez. Es lo mismo que los colores, los colores son colores, nada más”, dice, y en dos líneas pone en off side años de prejuicios e injusticias.
Sin embargo, la ilusión de paridad se desvanece cuando se contrasta con la realidad concreta, cuando se indaga sobre las reales condiciones del fútbol femenino. Como escribía Candela Giacopuzzi en La Mala hace un tiempo atrás: “Aunque hay algunas excepciones puntuales, los doce equipos (de futbol femenino) que juegan la liga oficial se autofinancian, con aportes individuales o colaboraciones. Además, son solo seis los que cuentan con categorías infanto-juveniles en la práctica de la disciplina y, después de cinco años, todavía no existen competencias oficiales donde volcar sus aprendizajes”.
Todavía resta mucho camino por recorrer. Un camino que se hace cuesta arriba y que está lleno de obstáculos, ideológicos y económicos. Sin embargo, ni la angustiante situación económica, ni las del fútbol femenino en Argentina privan a Solange Peñalva de soñar, y de hacerlo en grande. “El futbol significa todo para mí. Nunca me lesioné, por suerte, pero ahora que no puedo jugar estoy sufriendo”, dice, sin perder la sonrisa.
En la bandeja quedan los últimos buñuelos y el mate se empieza a lavar. El sol de media mañana confirma la ilusión de un día fresco pero lindo. “Mi sueño es jugar en Boca y en la Selección”, responde Solange, ante la pregunta obligada. “Ojalá algún día llegue”, completa. Ojalá.
captura de pantalla
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