Mire comisario, hagaló por la vida suya y no se ocupe de la verdá, que al final ella no se ocupa de nosotros… y vea, le voy a dar un consejo de amiga, pa’ su bien… Si quiere hacer camino en esta tierra, mienta grande, y cuando halle la verdá en alguna parte, déle hacha y no perdone… ¡Que de atrás vienen pegando!
Fray Mocho en “Al vuelo”, Caras y Caretas
Fue en julio de 1880, cuando aún funcionaban en Belgrano las oficinas del gobierno nacional, que Álvarez hizo acto de presencia como reporter de “La Pampa”. Nos refirió que recién llegaba de Gualeguaychú y que, por lo tanto, al mismo tiempo que novicio en la profesión, desconocía a los hombres públicos de mayor actuación y los puntos más convenientes para recoger noticias.
Con su charla animada y salpicada de anécdotas, muchas de ellas inventadas al calor de la improvisación, pronto se hizo hasta indispensable a los del gremio, y Julio Mezquita, de “La Tribuna Nacional”, Luis F. Navarro de “La Prensa” y Dionisio Gari de “El Gráfico” -los tres, como Álvarez, volaron ya a otras regiones- y yo, nos poníamos intratables cuando el Mocho se retrasaba. Sin sus inagotables recursos contra el fastidio, aquellas horas interminables de Belgrano, esperando las escasas novedades administrativas, hubieran sido insoportables.
Desde los primeros días lo notamos rebelde a la tiranía mecánica del oficio. Caminar dos y tres horas a la pesca del individuo que podía suministrar una noticia, o confirmar, rectificar o complementar la información era algo que consideraba cuestión de menor cuantía. Y tanto nos predicaba de palabra y con el ejemplo, que muchos días, aquellos fríos y lluviosos en que el invierno se hizo sentir en 1880, nos pasamos en dolce far nienle en las oficinas del Senado, instalado en la casa municipal, para fabricar la cosecha noticiosa, durante el viaje en tranvía hasta el centro.
No teniendo competidores, teníamos la plena seguridad de que nadie nos aventajaría o rectificaría nuestras noticias. Y Álvarez aprovechaba esos días para hacer colar sueltos de pura invención sobre asuntos de política nacional, sueltos que eran comentados luego en los corrillos de Belgrano, produciendo más de un disgusto a los aludidos.
Trasladado el gobierno a la Casa Rosada, Álvarez, con más práctica y más aplomo, pudo no solamente desenvolverse en teatro más amplio, sino que también acapararse los diarios escritos en idioma extranjero para poder proteger así a varios de sus comprovincianos.
Ya en ese tiempo “La Pampa” lo había dejado porque se le fue la mano en una de sus invenciones noticiosas; pero en cambio obtuvo “La Patria Argentina”, de gran circulación entonces.
Pero dar ciertas noticias a los diarios era desacreditar la mercadería y nosotros no podíamos consentir en que nuestra cosecha se vendiera a vil precio. Esto, lejos de ser un contratiempo, fue para Álvarez la salvación. Todos los días se presentaba en la Casa Rosada llevando cuatro o seis carillas escritas que hacía pasar como cosecha recogida en la Prefectura Marítima y sobre ellas caían famélicos sus protegidos y al día siguiente salían a luz en francés, italiano, inglés o alemán. Y tanto inventó sobre ese tema que muchas veces Navarro, Mezquita y yo leíamos con sorpresa y publicadas en serio por Álvarez, las mismas noticias para la exportación.
Juan José Silva, que hoy es un seriote diputado nacional por Corrientes y que como repórter de “La República” tenía canje con nosotros, al principio no estaba en el secreto y más de una vez protestó en guaraní que Álvarez no le hubiera dado esas noticias. Fue aquella una época horrible para la navegación de cabotaje. Las embestidas, los naufragios, desmanteladas pérdidas de anclas, garreadas, y cuanto vocablo inventó la literatura náutica para designar siniestros fluviales o marítimos, fueron recursos de primera categoría, no quedó tampoco nombre posible o imposible en el escalafón del cabotaje sin caer bajo la pluma de Álvarez, ni apellido genovés que no saliera en letras de molde.
Mientras esas noticias se publicaron en Idioma extranjero, las cosas no fueron tan mal; pero cuando por la sugestión de la mentira aparecieron en “La Patria Argentina”, “La República” o “La Unión” y a veces en la “Tribuna Nacional”, porque Mezquita comenzaba a contagiarse, aquello levantó grandes protestas y era raro el día en que no se presentaba en la Casa Rosada algún patrón o dueño de bergantín, lancha o goleta a la pesca de Álvarez para pedir rectificación de sus noticias. Otras veces eran parientes de los náufragos improvisados por Álvarez que concurrían en busca de mayores informaciones.
Confieso que en los primeros tiempos aquello no nos desagradaba, por el contrario, pasábamos momentos divertidos oyendo a Álvarez explicar a los afectados por su noticia, el error tipográfico causante del quid pro quo. Por cierto, que la rectificación la aprovechaba ventajosamente, porque para aclarar el error, abundaba en mayores detalles del siniestro. Sucedió más de una vez que, al rectificar el nombre de la embarcación naufragada, dio otro que resultó pertenecer a bergantín o goleta que en la fecha navegaba a velas desplegadas por el río Paraná.
Ya se habían echado a pique todos los buques de cabotaje y ahogado a todos los que podrían tripular esas embarcaciones, y aun cuando Álvarez se sentía a veces conmovido ante tanto desastre, habría tal vez continuado en su camino de horrores, a no producirse una escena que nos impresionó de veras.
La “Bella Angelita”, elegante goleta, naufragó a la entrada del Río de la Plata, ahogándose el capitán y tripulantes. No se salvó ni uno para remedio. Y por aquello de que alguna vez se ha de acertar, Álvarez acertó una vez más con el nombre de la embarcación, y lo que fue peor, con el nombre del capitán. En la Prefectura Marítima nada sabían y la viejita, madre del capitán de la “Bella Angelita”, llorando como una Magdalena, se presentó en la Casa Rosada en busca del noticiero Álvarez.
Aquella risita socarrona desapareció como por encanto. ¿Habrá naufragado de veras? Y asombrado de su clarividencia, se lamentó, no obstante, el haber sido el que anunciara tal desgracia, porque Álvarez pensó en el primer momento que en la Prefectura habrían confirmado la noticia y le mandaban a la viejita para que le diera mayores datos. Pero pronto se aclaró: la Prefectura nada sabía. Volvióle el alma al cuerpo. Tranquilizó a la anciana, asegurándole que al día siguiente el diario diría que la “Bella Angelita” no había naufragado y que su hijo llegaría sano y feliz y podría darle el abrazo de bienvenida. Y como lo dijo lo hizo, de manera que la “Bella Angelita” continuó figurando entre las embarcaciones anotadas por la prefectura Marítima. Álvarez recordaba siempre que nunca describió mejor un desastre marítimo que cuando contó el naufragio de la “Bella Angelita”.
El día de la llegada de los restos de don Félix Frías el cajón que los conducía hubo de caer al agua. Z….. que, ahora es juez o fiscal en su provincia, le pidió antecedentes para la noticia que debía enviar a un diario alemán o inglés. Di, le dijo, que al efectuarse el desembarco estalló el temporal, que cayó un rayo y que a los marineros se les escapó el cajón que trae los restos mortales del malogrado don Félix Frías, que hubo de caer al agua. Y ese día, ni temporal, ni marejada siquiera, pero Z….. no hesitó. Lo decía Álvarez y basta.
Un día lo dejó la “La Patria Argentina”. Un suelto demasiado inventado no agradó al doctor Ricardo Gutiérrez, y como se le hicieran algunas observaciones, se despidió a la francesa. Dos horas después lo presenté á Bartolito y Álvarez entraba en “La Nación” Aquí ya tuvo que andar con más cautela, pero la cabra tira siempre para el monte. Un día le tocó concurrir a una manifestación política y proclamación de la candidatura del doctor D’Amico en un pueblo de Buenos Aires. Oyó lo discursos, pero al llegar al telégrafo se encontró que en sus apuntes una frase venía algo borrada. Detenerse a descifrarla absorbía tiempo. Sin hesitar transmite a “La Nación” que D’Amico había asegurado contar con 20 o 40.000 brazos para contener al presidente Roca, sindicado como enemigo de la provincia. La frase hizo ruido. D’Amico la desmintió y muchos editoriales se escribieron alrededor de esos miles de brazos o puños que airados se levantarían a una vez de D’ Amico; Álvarez, claro, insistió y entre lo que dijo “La Nación” y lo que dijo D’Amico, la opinión pública, contraria al presidente y al sucesor de Roca estuvo por lo que dijo “La Nación”.
José Varas, en revista Caras y Caretas, 29 de agosto de 1903
Nota de edición: En Salero Criollo, Álvarez nombró a este compañero Varas, que le dedicaría luego de su llorado deceso esta maravillosa nota de homenaje. Sin dudas, Álvarez y Varas compartieron muchos momentos de trabajo y de luchas y se profesaron mutuo afecto.
(…) debe haber sido allá por 1890 cuando comenzamos con Miño y Varas aquella lucha del Centro de Cronistas contra la situación precaria en que se hallaba el gremio.
Debe destacarse que Horacio Quiroga y Fray Mocho trabajaron por la profesionalización de los periodistas y por aquel “salario estético” que reclamaba Rubén Darío. Caras y Caretas fue un colmenar que proveyó una fuente de trabajo estable y
aseguró colaboraciones pagas a tantos trabajadores de la industria cultural que, hasta entonces, solo habían conocido estados pecuniarios azarosos. Como lo indicó Varas en la crónica precedente, Álvarez protegió con especial deferencia a sus comprovincianos, por ejemplo, a Juan José de Soiza Reilly:
(…) Fue su comprovinciano José S. Álvarez, el popular ‘Fray Mocho’, al que siempre consideró su maestro, quien “me sacó de la prensa chica de los barrios pobres y me llevó del brazo a las luces del centro”.
Testimonio de Soiza Reilly citado por Antonio Requeni en Boletín de la Academia Nacional de Periodismo Año 6 – Nº 15, Buenos Aires, 2004