Cada 14 de septiembre en Argentina se celebra el Día del Boxeador. El motivo se remonta a 1923, cuando en Buenos Aires se llevó a cabo una de las veladas más recordadas de nuestra historia deportiva: la pelea entre el argentino Luis Ángel Firpo y el estadounidense Jack Dempsey, campeón mundial de los pesos pesados. Aquella noche en el Polo Grounds de Nueva York quedó grabada como un hito que, pese a la derrota, puso al boxeo argentino en el mapa internacional.
Hoy, a más de cien años de aquel combate, la fecha no sólo recuerda a Firpo, también sirve para reconocer a quienes en distintos rincones del país siguen apostando al boxeo como deporte, disciplina y forma de vida. En nuestra ciudad, varios protagonistas compartieron con La Mala sus historias.
“Empecé en el boxeo después de entrenar kick boxing, ya que me echaron del gimnasio por pelear en la calle. Pasé por varios entrenadores, como Juan Carlos Martínez, quien me motivó muchísimo y me enseñó a boxear; Ángel Dulche, con quien trabajé más la parte física y logramos muchas victorias llegando incluso a pelear por el título argentino. Después agarré la vagancia de salir a boliches y todo viene con ese entorno: alcohol, mujeres, drogas, etcétera”. Las palabras, sin vueltas, son de Jonathan “El Picante” Parada.
Asimismo, quien es uno de los pocos boxeadores profesionales que representa a Gualeguaychú en la escena, destacó lo importante que fue el deporte para salir de esa situación: “Estuve atrapado en las drogas alrededor de un año. Después conocí a una chica que me ayudó de eso (hoy es la mamá de mi hijo), al mismo tiempo que me uní al club Unión del Suburbio, con Gaspar Saucedo. Ahí quise tomar el desafío de ser un boxeador profesional, lo cual llevaría mucho trabajo y dedicación. Acepté el desafío y fue la mejor decisión para mi carrera deportiva”.
El Picante tuvo una exitosa seguidilla de peleas que lo llevaron a recibir un contrato de la promotora del Chino Maidana, lo que le genera un enorme orgullo. “Aprendí muchísimas cosas del boxeo, como el significado de la palabra sacrificio. Con la llegada de mi hijo Vicente se me ha hecho muy difícil seguir entrenando al mismo nivel, pero me construí un gimnasio en casa y puedo transmitirles a los chicos toda mi trayectoria, lo que es algo único, apuesto mucho a mejorar el boxeo entrerriano”, relató Jonathan.

Julieta Gatti practica este deporte hace muchos años. “Llegué al boxeo cuando tenía 12. Siempre me había gustado porque mi papá había sido boxeador de joven. Antes probé otros deportes, pero nada me terminaba de atrapar. Un día, crucé por los Galpones del Puerto, entrené y supe que era mi lugar. Yo era bastante polvorita, tenía una rebeldía inocente: me portaba mal en la escuela, me peleaba mucho. El boxeo me generó un desahogo enorme y me dio un eje diferente. Desde ese momento solo me trajo cosas buenas y me atrapó para siempre”, contó.
“La resiliencia es fundamental: aprender a levantarte, a seguir, aunque cueste, a aceptar injusticias y derrotas”
Practicar boxeo la volvió una persona más tranquila y la ayudó a tener control sobre su personalidad: “Siento que cuando estás en el boxeo, aprendés a ser respetuoso: respetás a tu entrenador, a tus compañeros y hasta a tu rival. Después de pelear, se termina todo con un abrazo, no hay malicia. También me enseñó la importancia de la constancia y la disciplina: los momentos de éxito que logré tener fueron fruto de ser constante y disciplinada, y cuando no lo sos el gimnasio te lo hace notar. Ahí te das cuenta que hay que esforzarse por lo que uno quiere”.
“La resiliencia es fundamental: aprender a levantarte, a seguir, aunque cueste, a aceptar injusticias y derrotas. Todo eso me ayuda, no sólo en el ring, sino que lo traslado a la vida, al trabajo, al estudio y a las cosas de todos los días”, concluyó Julieta.

Nahir Erlin es otra boxeadora que arrancó de muy chica, a los 13 años, y también hubo algo de su personalidad que encajó con el ring: “Empecé boxeo por casualidad, pero creo que llegó en el momento justo. Siempre fui muy deportista y de chica era muy maldita, muy bocona. Hoy siento que este camino me estaba esperando, porque siempre tuve ese espíritu de peleadora, de boxeadora”.

“Cada pelea es un desafío. Siempre es algo nuevo: me enfrento a rivales distintas, que no conozco, y arriba del ring puede pasar cualquier cosa. Con el paso del tiempo, aprendí mucho, no solo de mis errores, sino también de todas las experiencias que me tocó vivir.
“El boxeo ocupa un lugar cada vez más importante entre los chicos, muchos lo están eligiendo, no sólo como deporte de competencia, sino también como una forma de descargar y estar bien físicamente”, expresó. Y cerró con un deseo: “Ojalá puedan encontrar esa disciplina que te da el boxeo y el crecimiento personal del largo plazo, porque no solo es subirse al ring y pelear, conlleva muchos valores para llegar a ese momento y sentirse pleno”.
La enseñanza más grande que me deja cada pelea es que siempre puedo superarme y seguir siendo mejor”, remarcó la boxeadora que está dando sus primeros pasos en el circuito profesional.
“Llegué al boxeo cuando estaba en recuperación de mi adicción a las drogas”, dice Tomás Laclau. “Estaba tratando de recuperarme en mi casa con mi mamá, mi familia, yendo a un grupo y se me dio por empezar boxeo. Ahí fue como empezó todo, en el club La Vencedora con el Oso López, quien me ayudó un montón, me abrió las puertas, me dio la posibilidad de pelear y de entrenar. Eso fue clave para poder salir de las drogas”, agrega.

“A veces, más allá de la preparación, lo que importa son los huevos y el corazón que tiene uno para desenvolverse arriba del ring. Eso es una enseñanza muy grande que me ha dejado el boxeo, porque no solamente aplica para cuando estás peleando, tenés que estar bien preparado para todo”, señala. Y, como el resto de los testimonios, destaca la potencia del boxeo para cambiar hábitos: “Creo que hoy en día los jóvenes ven al deporte como una salida, un escape. Veo que muchos chicos encuentran su lugar en un gimnasio. Me ha pasado con muchos de ellos, a quienes entreno, que eran una persona diferente, el boxeo les enseñó a ser ellos mismos”.

“El Oso” Esteban López es un referente del boxeo local, no sólo como púgil sino como instructor. “El barrio me llevó al boxeo. Cuando pisé el gimnasio por primera vez, me llenó algo por dentro. Era chico, pero ya pensaba en cómo sobrevivir. Tenía miedos que hoy me sorprende haber cargado tan chico. El gimnasio me hacía olvidarlos. Existían, pero sentía que entrenando y peleando los iba a superar”, cuenta el experimentado boxeador.
En diálogo con La Mala, marcó la importancia que tuvieron las palabras de su entrenador cuando era chico, ya que no tenía ejemplos en su casa: “Aprendí a compartir, a entender que no era el único que tenía problemas. Parecía que la miseria y los miedos eran compartidos y lo único que podíamos hacer era entrenar y apoyarnos entre nosotros. Mi entrenador era muy exigente conmigo. Cuando no daba más, cuando me dolía todo, me decía ‘un boxeador tiene que aprender a vivir con sus dolores, ¿qué le vas a decir al otro? ¿que no pudiste entrenar porque no tenías zapatillas o porque llovía?’. De esa manera fui entendiendo que no podía poner excusas”.

“Me lesioné el codo y la cintura, dolores que me acompañaron toda mi carrera. Igual, terminé campeón entrerriano y argentino, usando siempre las mismas tres combinaciones clásicas: recto, recto, cross, recto; gancho, gancho, cross, cross; uno, dos, paso atrás y volvés con derecha’”, explicitó “El Oso”.
Además, remarcó que la experiencia va más allá de las peleas: “Aprendí valores que hoy aplico en todo: disciplina, respeto, constancia y la idea de que no importa cuántas veces caigas, lo importante es levantarte. Hoy estoy 11° en el ranking pro y sigo peleando, pero no tengo esa necesidad, ese hambre. Superé miedos y logré encontrarme conmigo mismo, esa es la mejor parte”.
“En la ciudad veo buenos gurises, con mucho talento. Veo técnicos comprometidos y un grupo de personas que los acompaña. Eso me da esperanza”
Sobre la actualidad del boxeo local, el entrenador fue muy optimista: “Hoy, en la ciudad veo buenos gurises, con mucho talento. Veo técnicos comprometidos y un grupo de personas que los acompaña. Eso me da esperanza. Creo que lo más importante es la contención y el acompañamiento. No alcanza solo con entrenar el cuerpo: el trabajo psicológico es fundamental. Si uno es fuerte mentalmente puede llegar más lejos, tener una carrera más larga y mejores posibilidades. Al final, el tiempo es el que pone a todos en el mismo camino”.
Las voces de estos boxeadores y boxeadoras de Gualeguaychú muestran que detrás de cada golpe hay una historia y muchos desafíos. El Día del Boxeador es, tal vez, una oportunidad para celebrar cómo el deporte puede cambiar muchas vidas. Los ejemplos se cuentan de a miles.
captura de pantalla
por Tati Peralta
Toro Salvaje (Martin Scorsese, 1980)
Robert De Niro como Jake LaMotta, un toro enjaulado en su propia ira. Scorsese filma el boxeo como una metáfora del autosabotaje: los golpes en el ring duelen menos que los celos que devoran a LaMotta fuera de él. La fotografía en blanco y negro captura cada gota de sudor, cada mentón fracturado y cada grito ahogado en el Bronx. No es una película sobre boxeo; es un viaje al infierno de un hombre que gana campeonatos pero pierde todo lo demás.
Monzón (J. Braceras -G. Nicoli, 2019)
Serie de ficción que revive al mito argentino. Jorge Román encarna a Carlos Monzón, el campeón mundial de peso mediano que dominó los años 70. La producción no se enfoca sólo en sus triunfos en el ring, sino en su vida tumultuosa fuera de él: sus amores, sus excesos y la sombra de la tragedia que marcó su caída. Filmada en locaciones reales de Santa Fe y Mar del Plata, con coreografías de boxeo que sudan autenticidad.
Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2004)
Hilary Swank como Maggie Fitzgerald, una camarera de 31 años que quiere ser campeona. Eastwood dirige este drama sobre la familia que elegimos: Frankie (Eastwood) es un entrenador roto por la culpa, y Scrap (Morgan Freeman) el narrador que une sus destrozos. La película evade los clichés del deporte: aquí el ring no es un lugar de gloria, sino de tragedias íntimas. El giro final duele más que un nocaut en el hígado.