EL AGOTAMIENTO COMO FORMA DE VIDA

BYUNG-CHUL HAN Y EL CANSANCIO QUE NO SABÍAMOS QUE TENÍAMOS

Un ensayo breve, punzante y lleno de verdades incómodas en el que el filósofo surcoreano disecciona el malestar contemporáneo con palabras certeras y frases precisas. “La sociedad del cansancio” no busca entretener, sino incomodar. Y, con suerte, despertarnos.

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Hay libros que no se leen por placer, ni siquiera por curiosidad. Se leen porque algo en ellos —a veces una palabra, a veces un silencio— nos llama desde un lugar difícil de nombrar. No nos cobijan: nos interpelan. Nos encuentran justo cuando creemos estar bien. Como un espejo que no sabíamos que necesitábamos.

Uno de ellos, sin duda, es La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han. Escrito hace 15 años, no pierde vigencia; al contrario. No llega a las cien páginas, pero eso no lo hace liviano: cada frase pesa, cada párrafo entra como un corte limpio, sin vueltas, sin anestesia. Es un texto breve, directo, sin pomposidades innecesarias, pero te deja pensando durante días porque lo que dice —y cómo lo dice— no pasa desapercibido: raspa, duele, pero también revela.

Y es que hay un tipo de cansancio del que casi no hablamos. Un agotamiento que no se soluciona con dormir un poco más, ni con un retiro espiritual de fin de semana. Es un desgaste más profundo, más invisible. Como si lleváramos dentro una carrera que no se detiene nunca. Como si estuviéramos intentando llegar a una versión mejorada de nosotros que nadie pidió.

“Ya no vivimos en una sociedad que prohíbe, como las que describía George Orwell o Michel Foucault, sino en otra, más insidiosa: la del rendimiento”

Han, filósofo surcoreano radicado en Alemania, lo plantea con crudeza: ya no vivimos en una sociedad que prohíbe, como las que describía George Orwell o Michel Foucault, sino en otra, más insidiosa: la del rendimiento. Y eso suena bien, suena moderno, suena libre… pero es una trampa. Porque en vez de tener un poder externo que nos vigila, lo hemos internalizado. Ahora somos nosotros mismos quienes nos exigimos, nos juzgamos, nos exprimimos. Ya no hace falta que nadie nos diga qué hacer: lo hacemos solos, convencidos de que, si no nos exigimos hasta el límite, estamos fallando. Y ahí está el núcleo del problema. Porque el discurso del “vos podés” —tan omnipresente como seductor— tiene un lado oscuro: vos podés, pero si no triunfás, si no rendís, si no crecés, si no te reinventás, entonces el fracaso te pertenece.

Pensalo un segundo. Hoy podés emprender, hacer cursos online que prometen cambiarte la vida, subir stories motivacionales mientras tomás mates con yerba orgánica, salir a correr como prueba de que estás en control, ordenar tu casa según TikTok, diseñar tu logo en Canva, vender por Instagram, facturar por Mercado Pago y, de paso, meditar todos los días. Podés, claro que podés, pero ¿tenés opción de no hacerlo? ¿O sentís que si no llenás todos esos casilleros, te estás perdiendo algo? Ese es el punto que La sociedad del cansancio deja en evidencia.

Con un estilo sobrio, limpio, a veces casi minimalista, Han escribe con frases cortas que parecen aforismos. Nada sobra. Todo impacta. Es como si te estuviera hablando al oído, con una voz serena, pero implacable. Y no, no es un libro frío. Hay calor, aunque no sea emocional en el sentido tradicional. Es del tipo que quema lento, que te atraviesa cuando empezás a notar que esa hiperactividad que llevamos con orgullo es, en realidad, una forma moderna de dominación. Que el multitasking no es una habilidad, sino una sobrecarga. Que estar siempre disponibles no es sinónimo de libertad, sino una forma de esclavitud voluntaria.

“Pero no todo es gris. En medio del diagnóstico, aparece una idea que se siente como una bocanada de aire fresco: el derecho al cansancio bueno”

Y entonces llegan los síntomas. El burnout (estar “quemado”), la ansiedad, el insomnio, la sensación de estar corriendo sin llegar nunca a nada. La mente agitada. El cuerpo tenso. El alma muda. Y la pregunta de fondo: ¿qué sentido tiene todo esto?

Han no se detiene en lo obvio. No habla desde la queja, ni desde la nostalgia por tiempos pasados. Lo suyo es más filosófico, más sutil. Nos muestra cómo el discurso del bienestar, del desarrollo personal y del “optimismo permanente” funciona como un nuevo mecanismo de control. Uno que no necesita castigos: le basta con nuestra propia voluntad de rendir.

Pero no todo es gris. En medio del diagnóstico, aparece una idea que se siente como una bocanada de aire fresco: el derecho al cansancio bueno.

Ese cansancio que no viene del agotamiento, sino de la plenitud. El del que trabajó en algo con sentido. El del que creó sin preocuparse por ser visible. El del que descansó sin culpa.

El autor no lo dice en estos términos, pero sugiere una idea potente: descansar puede ser un acto de rebeldía. Detenerse, aburrirse, desconectar… No como una renuncia, sino como resistencia, como una manera de recuperar algo que estamos perdiendo a pasos acelerados: el derecho a estar simplemente vivos, sin rendirle cuentas a nadie.

Por eso este libro no es sólo para filósofos, ni para académicos, ni para quienes ya saben quién es Byung-Chul Han: es para cualquiera que alguna vez se haya sentido exhausto sin saber por qué, para quienes miran su día a día y sienten vértigo, para quienes tienen la sensación de estar produciendo mucho, pero viviendo poco.

La sociedad del cansancio no viene con recetas ni promesas de bienestar exprés. No vas a encontrar una guía de “10 pasos para vivir mejor” ni consejos para equilibrar la diaria. Pero lo que sí hace en sus páginas —y lo hace muy bien— es correrte del lugar cómodo. Te obliga a frenar y preguntarte, sin vueltas: ¿este ritmo que estoy llevando es realmente mío, o me lo impusieron sin que me diera cuenta? ¿Estoy eligiendo o simplemente estoy siendo arrastrado por la corriente? A veces, darse cuenta de eso es un montón, es el primer paso para volver a elegir.