AUTOEMPLEO EN ENTRE RÍOS: “QUE SE PONGAN LAS PILAS LOS DE ACÁ”

HISTORIAS QUE LAS ESTADÍSTICAS NO REGISTRAN

AUTOEMPLEO EN ENTRE RÍOS: “QUE SE PONGAN LAS PILAS LOS DE ACÁ”

Se trata de una masa de trabajadores y trabajadoras que se inventaron sus propios trabajos y que ha ido creciendo paulatinamente en nuestro país. En esta nota -la segunda de cuatro entregas-, un diálogo con un joven de 21 años que vive en Concepción del Uruguay: perspectiva, cosmovisión y sintonía con el discurso oficial.

Texto: Laboroscopio

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Ilustración: Diego Abu Arab

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“Ser joven y trabajar en Entre Ríos” fue el título de la primera de las cuatro entregas que conforman este trabajo. La historia de Víctor, un docente de 30 años que vive en Colón, ilustró la realidad que deben sortear miles de trabajadores de la educación en nuestra provincia, con sueldos históricamente deprimidos y sensiblemente afectados de diciembre a esta parte. En esta segunda entrega es el turno de conocer a Vladimir, un joven de 21 años que vive en Concepción del Uruguay, sin experiencia en el mercado formal de trabajo y con una cosmovisión que tiene a la meritocracia como centralidad.

EL AUTOEMPLEO

El autoempleo se ha vuelto una herramienta que ha permitido encontrar estrategias de generación de ingresos, para la supervivencia propia y familiar, a quienes se vieron expulsados del mundo del trabajo asalariado. El quiebre del modelo de acumulación, basado en la industrialización del país (1976), el ingreso de Argentina a la lógica del libre comercio, a través de la firma del Consenso de Washington (1992), y el estallido social del 2001 son hitos que han contribuido a acrecentar esta masa de trabajadores y trabajadoras que se inventaron sus propios trabajos y que ha ido creciendo paulatinamente.

Muchos emprendimientos surgen de forma genuina, impulsados por la vocación de quienes los llevan adelante, pero muchos otros comienzan como respuesta a un proceso de continua des-asalarización del trabajo, que vive nuestro país. Un proceso que, sin dudas, seguirá creciendo tras la última modificación a la legislación laboral, con la Ley Bases.

Según el último informe de INDEC sobre los indicadores socioeconómicos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), el trabajo por cuenta propia en el segundo trimestre de 2024 fue del 23%. En comparación con el trimestre anterior, creció 1,1 pp (en aquel trimestre el trabajo por cuenta propia representaba el 21,9%). Mientras que en el segundo trimestre de 2023 los/las cuentapropistas representaron el 22,3% de la población económicamente activa. Un 0,7% menos que en la última medición.

“SIEMPRE FUI YO SOLO CON TODO”

Con Vladimir nos encontramos un miércoles por la mañana, a tres días del comienzo de la primavera, que ya se hacía sentir. Nuestro entrevistado tiene 21 años, es oriundo de Buenos Aires, pero desde los once vive en Concepción del Uruguay, en una casa que alquila junto a su mamá. Actualmente estudia Administración de Empresas en la Facultad de Ciencias de la Gestión de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER).

Es una persona muy desenvuelta, que se muestra segura de sí misma, por eso la charla arranca sin mucho preámbulo y nos metemos de lleno en nuestro tema. Nos cuenta que no tiene ni está buscando trabajo -aunque si aparece alguno, está disponible-. Por el momento, tiene su “proyecto de budines”: un emprendimiento que inició este año y que confiesa que le deja más beneficios que lo que ganaría en uno de los trabajos que le ofrecieron.

El trabajo al que hace mención forma parte de las políticas de inserción laboral de la Secretaría de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación, cuyo objetivo es que la persona realice un entrenamiento en una empresa o comercio, cuatro horas por día, percibiendo en consecuencia $45.000 por mes. Como Vladimir está seguro que con el trabajo por cuenta propia puede obtener mayores ganancias, decidió apostar por su emprendimiento, y a pesar de que hace poco que arrancó ya está pensando en comprar un horno industrial que le permita ampliar la producción.

Nuestro entrevistado muestra mucha confianza en sí mismo, cree en lo que hace y su manera de desenvolverse confirmar esa clásica frase de los 20 años: este joven parece llevarse el mundo por delante. En su hablar fluido y veloz -acorde a su generación y a la rapidez con la que corre el tiempo últimamente- asoma su acento porteño, que “la tierra del amor” no ha logrado cambiar.

Vladimir solo tuvo la oportunidad de realizar otros dos entrenamientos previamente (esas experiencias a las que accedió gracias a las políticas públicas de fomento al empleo) y no ha tenido trabajos en relación de dependencia, ya sea de manera formal o informal, por lo que su mirada sobre el mundo del trabajo se fue formando por lo que pudo vivenciar en aquellas prácticas, por la información que puede llegarle a través de las redes sociales o por los relatos de personas cercanas.

“En Vladimir parecería haber una nueva forma de asumirse frente al trabajo/empleo, viéndose simplemente como ‘una persona que trabaja’, despojada de historicidad”

Por la falta de experiencias, no tiene definido si le gusta más trabajar en relación de dependencia o de manera independiente. “Depende del laburo”, dice. Y se imagina que “laburar en un banco debería estar piola; a mí me contaron como es y me gusta. Además, se relaciona con lo que yo estudio”, dice. Y, enseguida, vuelve a la realidad para comparar el rédito económico de trabajar por su cuenta con sus experiencias previas. Confía que le puede “sacar más beneficios si me pongo bien las pilas”.

Para él es importante no solo la parte económica de su trabajo, sino que las tareas que desarrolle lo satisfagan y le aporten a su desarrollo personal. En este sentido, trae a la charla las experiencias que ha tenido, en la que sentía que las tareas que realizaba no lo iban a llevar “a ningún lado personalmente”, es por eso, también, que desestimó la última oferta de entrenamiento, en la que tenía la posibilidad de trabajar en un kiosco.

Porque, si bien, al momento de elegir un trabajo, se inclina por “el que más dinero me dé”, agrega: “en tanto también me guste”. “No voy a estar sufriendo ocho horas, que alguien me esté respirando en la nuca, cuando puedo estar haciéndolo yo y capaz no saco tanto, pero subsisto y estoy bien”.

CAMBIO DE ÉPOCA

La postura de Vladimir, que implica poner en valor el tiempo invertido en el trabajo y el rédito económico que representa, se escucha repetidamente en muchos/as jóvenes (claro está, en las capas sociales que todavía pueden hacerlo) y representa una característica de una generación que no está dispuesta a cambiar su forma de vida por un trabajo que no les devuelve lo que esperan.

Pero en la forma en que este uruguayense por adopción relata sus experiencias laborales no hay resentimiento ni bronca hacia sus empleadores. Tampoco tiene una mirada crítica sobre el mundo del trabajo, ni aparecen comentarios sobre el deseo de que sea diferente, es como una aceptación mansa de lo que es.

Cuenta su paso por un comercio donde hizo tareas de sastrería y por otro local, donde estuvo a cargo del control de stock. En su narración no aparecen los roles de jefe y empleado, como si se tratara de un intercambio donde el que cada parte ofrece lo que tiene para dar en un terreno en aparente igualdad de condiciones.

En Vladimir parecería haber una nueva forma de asumirse frente al trabajo/empleo, viéndose simplemente como “una persona que trabaja”, despojada de historicidad; un sujeto delineado por la fase actual del capitalismo: al extremo individualista -no como denuncia de una actitud sino como advertencia sobre la construcción de una identidad que se percibe autosuficiente- y que, montado sobre la errónea interpretación del mérito, considera que el esfuerzo personal es la única variable a controlar para un futuro promisorio.

En correlato con ese mensaje de autosuficiencia, el emprendimiento que lleva adelante no se encuentra aún registrado en el sector formal de la economía ni tiene un encuadre jurídico. Quizás porque está en ciernes o porque es parte de una situación pasajera, pero la respuesta de Vladimir es tan simpática como inocente: “Es independiente totalmente de todo”, dice, y agrega: “fuera de todo lo que es legal o gubernamental”.

A Vladimir no le sienta bien pensar que depende de otros para progresar. Por eso, cuenta que cuando su mamá le prestó dinero para invertir se lo devolvió en cuanto pudo; en otra oportunidad su papá le ofreció ayuda y la rechazó. Lo mismo piensa sobre los programas de los diferentes Estados (nacionales, provinciales, municipales) que ayudan a emprendedores. Él no quiere solicitar esas herramientas. “Yo siempre fui yo solo con todo”, dice, y acto seguido cuenta que siempre está aprovechando los reintegros de los bancos y los diferentes beneficios que las entidades privadas ofrecen.

¿Por qué los beneficios de los bancos sí y las herramientas del Estado no? ¿Hay algo en la cosmovisión de la juventud sobre la bondad de lo privado sobre lo público? ¿Hay vergüenza en reconocer que el Estado acompaña en el desarrollo económico personal?

“¿Será entonces que para esta nueva juventud ya no urge irse de casa a un espacio propio?¿Es la situación económica la que moldea los deseos y las necesidades de la juventud actual, que ya no ansía vivir sola?”

Nuestro entrevistado menciona que con sus ingresos puede pagarse el gimnasio, sus actividades recreativas y ayudar en la casa a llegar a fin de mes. Pero no identifica, o no son parte de su universo de pensamiento, la alimentación y la vivienda como parte de sus necesidades básicas. ¿Será entonces que para esta nueva juventud ya no urge irse de casa a un espacio propio? ¿Cuánto cambió la necesidad de rebelarse, de poner reglas propias, de una generación a otra? ¿Es la situación económica la que moldea los deseos y las necesidades de la juventud actual, que ya no ansía vivir sola? 

El joven de 21 años no tiene idea de lo que es un sindicato, pero vincula el derecho a huelga con lo político. “Está bien que se quieran manifestar, pero…¿porqué no lo hicieron antes también?”. Para él, quienes se manifiestan tienen que “bancársela un poquito”, ya que “todos estamos pasando por lo mismo”. Menciona que “el presidente es muy repudiado por lo que es la casta, que estuvo por 20 años en el poder”. A pesar de estas afirmaciones, Vladimir considera que la política es esencial para sostener un país, pero hay cosas que no lo convencen, como la burocracia, el tamaño del Estado y los altos salarios de la clase dirigente.

EL ESTADO, ¿PARA QUÉ?

Envalentonado por el buen comienzo, Vladimir ve una veta para hacer crecer su negocio. Tiene pensado ajustar el precio de venta e identificó nuevos canales de distribución para los fines de semana. Respecto a un horizonte más lejano, no tiene proyecciones, sin embargo, no se lo ve preocupado al respecto. Respaldado en el mensaje de bio decodificación -oficio que realiza su mamá-, confía en el cambio, que produce “poner las energías en movimiento”.

Está convencido que al haber puesto en funcionamiento “la plata” (su emprendimiento), todo se destraba. Definitivamente, no cree que su suerte personal esté atada al contexto macroeconómico del país y si bien dice no querer explayarse sobre cómo cree que será su futuro en seis meses, se visualiza “siempre un poco mejor que ahora”.

El cambio de paradigma económico que operó luego de las últimas elecciones le devolvió a Vladimir el optimismo sobre el posible progreso personal, a pesar de no contar aún con un ingreso periódico y encontrarse a la expectativa de que surja una oferta laboral que lo atraiga. Y, con fe ciega en su capacidad para generar estrategias de supervivencia, dice: “Puedo estar al borde, pero nunca voy a pasar al otro lado”.

De esta manera, interpretamos que cree fuertemente en la meritocracia, incluso lo trae a la conversación y menciona como ejemplo a su papá, quién terminó el secundario de grande, después de haber sido padre. También cuenta cómo se las rebusca con su mamá, cómo aprovechan los descuentos y recuerda cómo pelearon el precio del alquiler de la casa que querían. Siente un verdadero orgullo de poder sobrevivir ganando al sistema estas pequeñas batallas.

Para Vladimir, como para el resto de las personas que entrevistamos, su situación personal y laboral influyeron a la hora de decidir el voto en las últimas elecciones presidenciales. En aquel momento consideró que no podía volver a votar a quién estaba conduciendo los rumbos del país en ese momento y “cómo le fue en los dos últimos meses” (de gestión), así es que optó por la opción del cambio.

Consecuente con aquella elección, cuando conversamos sobre qué piensa respecto al rol del Estado en la generación de políticas que fomenten el empleo para la juventud, si bien en un primer momento considera que debe hacerlo, también cree que debe dejar espacio para que las empresas y los trabajadores acuerden. Y trae a colación la política de apertura de fronteras para facilitar la importación de productos, decisión con la que está de acuerdo, ya que de esta forma -piensa- se fomenta la competencia.

En sus propias palabras, “la competencia no es nada malo porque le da la oportunidad a los que tienen acá alguna empresa para competir y mostrar su valía, incluso sacar beneficios o tener mejores condiciones de trabajo”. Y remata este diálogo con un mensaje que parece venir de otras latitudes: “Que se pongan las pilas los de acá”.