AMÉRICA LATINA: NOTAS PARA REACTUALIZAR LA LECTURA Y CALIBRAR LOS DESAFÍOS

DE PEQUEÑOS ALIENTOS Y ESFUEROS COLECTIVOS

AMÉRICA LATINA: NOTAS PARA REACTUALIZAR LA LECTURA Y CALIBRAR LOS DESAFÍOS

La crisis en Venezuela vuelve a encender algunas viejas alarmas. A la vez, exige no seguir mirando la región con los lentes de la nostalgia. El fuego siempre crece desde abajo.

Texto: Pablo Solanas

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Ilustración: Diego Abu Arab

La tarea no está fácil. ¿Cómo descifrar los horizontes de la política continental en medio de tanta fragmentación? Para más, quienes parecen llevar la iniciativa son los ultraderechistas, que ya gobiernan algunos países y se proponen disputar la presidencia en otros. En la vereda opuesta, durante las últimas semanas, Lula (Brasil), Petro (Colombia) y López Obrador(México) mostraron una posición común ante la crisis venezolana, lo que permitió a más de un analista rescatar la categoría ‘gobiernos progresistas’. El término remite a un ciclo geopolítico que tuvo su momento de mayor esplendor hace bastante tiempo(1), del que solo perviven algunas aristas desflecadas.

El concepto “progresista” requiere una mayor precisión (sobre todo en Argentina, donde la política local lo resignifica en clave de las propias disputas internas), aunque en estas líneas asumiremos su sentido más latinoamericano: como sinónimo de gobiernos alternativos al modelo ultraliberal, que intentaron algún grado de avance a favor de los pueblos. Es cierto que en la actualidad cuesta identificar experiencias políticas que despierten grandes pasiones, pero hace no tanto –década y media, lo que en términos históricos es casi nada– pasaron cosas que sí permitieron algunas dignas esperanzas. Volver brevemente a aquello permite analizar la situación actual con un punto de referencia que nos ayude a no chapucear en el vacío.

DE AQUELLOS POLVOS…

Una escena del año 2005 sintetizó lo más radiante de aquel ‘ciclo progresista’. Lula, Kirchner y Chávez (¡y Maradona!) hicieron causa común durante la realización de la Cumbre de las Américas de Mar del Plata para derrotar al ALCA, la Alianza de Libre Comercio para las Américas promovida por los EEUU. Los presidentes de Venezuela, Brasil y Argentina actuaron en consonancia con la Revolución Cubana (Fidel en persona monitoreó la movida) y con los movimientos pujantes que alcanzarían el gobierno en Bolivia (Evo estuvo en la Cumbre, apoyando desde abajo), en Paraguay (en 2008 ganó la presidencia el curita Fernando Lugo), en Honduras (el liberal Manuel Zelaya se alineó con el chavismo) y en Ecuador (donde poco después Rafael Correa impulsó su “Revolución Ciudadana”). Parecía tomar fuerza una perspectiva emancipatoria para los pueblos de Nuestra América, con capacidad de disputar el rumbo estratégico de la región.

“La dispersión y debilidad que muestra el panorama latinoamericano que repasamos en estas líneas se explica por una crisis que va más allá de lo económico o lo político”

Frente a ese bloque rebelde había otro conjunto de mandatarios alineados con la política injerencista de los EEUU. Pero al interior de la alianza contra el ALCA existía una subdivisión clara: mientras algunos gobiernos se mostraban moderados y aferrados a un neodesarrollismo extractivista (Uruguay, Argentina, Brasil), otros optaban por una política de mayor confrontación (Venezuela, Bolivia, Cuba).

La referencia es válida porque esas categorías sentaron un precedente. Ahora hay quienes pretenden explicar la realidad continental en términos comparables con los de aquella coyuntura, aunque la situación es bien otra.

ESTOS LODOS

Podríamos comenzar el paneo actual describiendo el mayor peligro: distintas variantes que van desde la derecha silvestre hasta la ultraderecha histriónica gobiernan Argentina, Perú, Ecuador, Paraguay, Uruguay, Panamá, Costa Rica y El Salvador; en otros países conforman bloques políticos de peso, como en Brasil, Colombia o Chile, mientras fuerzas reaccionarias de menor envergadura –pero similar efecto amenazante–fluctúan emulando a sus referentes continentales en Bolivia, Guatemala y Honduras. En Venezuela cuesta ponderar el arraigo real de una derecha sobredimensionada por operadores de una guerra dirigida desde afuera, pero ahí están, a la espera de la ocasión para acertar un nuevo golpe.

Más allá de las figuras y los resultados, el clima de época parece favorecerles, no sólo en Nuestra América: sus ideas convencen a considerables masas populares en diversos rincones del mundo. Es cierto que son fuerzas reaccionarias promovidas por los mayores capitalistas del planeta, pero eso no es nuevo; lo novedoso es que, en este contexto de crisis, encontraron formas efectivas de librar –e ir ganando, en muchos casos– la “batalla cultural”.

En oposición a ese crecimiento por derecha, hay otros proyectos políticos que se las rebuscan para salir adelante (podemos usar el término ‘gobiernos progresistas’ en tanto tengamos en cuenta la salvedad enunciada en el punto anterior). El ejemplo más prolijo seguramente sea el de México, porque acaba de revalidar una gestión de 6 años con una adhesión mayoritaria en las urnas. Brasil y Colombia se inscriben en esa corriente. Aunque todavía falta para que Lula y Petro cumplan sus mandatos y las elecciones den un parámetro de cuánto apoyo popular lograron construir, no es casualidad que sean estos tres gobiernos los que unificaron una postura saludable en torno a las elecciones en Venezuela: reclamaron transparencia, pero a la vez rechazaron la violencia y la política injerencista de las derechas que acechan.

Con menos peso geopolítico y menos pruritos se manifestaron en defensa del gobierno de Maduro los mandatarios de Bolivia, Cuba, Nicaragua y Honduras. ¿Se podría asemejar esta realidad a la caracterización del período anterior? ¿Es pensable, en este caso, como sucedió entonces, un complemento virtuoso de los progresismos moderados con los proyectos nacional-radicales en un bloque continental común?

Sin el boom extractivista de los commodities de principios de siglo, hoy los gobiernos de Brasil, México y Colombia apenas pueden mantener algunas políticas redistributivas elementales, mientras hacen concesiones a la dinámica que dispone el neoliberalismo puro y duro en la región (vale decir que Petro se diferencia por su posición histórica en defensa de un ambientalismo antiextractivista, que viene sosteniendo en buena medida desde que ocupa la presidencia). Para más complejidad, gobiernos que fueron electos en nombre de banderas progresistas, como el de Boric en Chile y el de Arévalo en Guatemala, a poco andar se demostraron sumisos a las imposiciones de los EEUU y distantes de las agendas populares que implicaran algún grado de audacia en la gestión.

Pero la mayor diferencia con aquel momento, en el que Chávez y Fidel trazaban un camino posible de confrontación antiimperialista y esperanzas para el continente, reside en el sub-bloque de los gobiernos “radicales”. Venezuela no pudo sostener la pujanza económica (por las sanciones económicas impuestas por los EEUU, la variación de los precios internacionales del petróleo y otros etcéteras endógenos) ni la impronta política arrasadora (la crisis interna desgastó el proceso a tal punto que el gobierno de Maduro no puede certificar de manera transparente el reciente triunfo electoral).Más grave aún es la debacle en la Nicaragua sandinista, que alguna vez supo ser tierra de revolución. El analista Claudio Katz, portador de una mirada de izquierda lúcida y exigente, da cuenta en su último libro(2) de las serias y sólidas denuncias que pesan sobre el régimen orteguista. Menciona que la represión oficial contra manifestantes desarmados dejó alrededor de 200 muertos, describe la falta de libertades democráticas, califica como “inadmisible” la persecución contra “reconocidos héroes y partidarios de la Revolución Sandinista” y concluye que el contexto en el que se encuentra el país es “semejante al que imperó con Sadam Husein en Irak o con Bashar al Asad en Siria”, en referencia a la combinación de un enfrentamiento con los Estados Unidos y “una inocultable violencia contra importantes sectores de su propio pueblo”.

Cuba, en cambio, merece un análisis distinto. Tomemos nuevamente a Katz, que describe en su trabajo las adversidades económicas exacerbadas por el asedio estadounidense, la dura coyuntura generada por el fracaso de la unificación monetaria y la “falta de un curso de recomposición del horizonte socialista”. Aun así, valora que “la revolución nunca convalidó la resignación frente a las dificultades” y apuesta a que “esa tradición pueda enriquecerse con aportes a las alternativas que desenvuelve Cuba en el convulsivo escenario de América Latina”.

La compleja deriva de este sub-bloque de gobiernos radicales se completa con la difícil situación en Bolivia: “El proyecto con mayor apoyo popular, estabilidad económica y solidez política que ha dado el denominado ‘ciclo progresista’ en América Latina va camino a su autodestrucción”, señala Gerardo Szalkowicz, responsable de la sección Internacional del diario Tiempo Argentino, en referencia a la disputa fratricida entre Evo, el líder histórico, y Arce, el presidente actual. (3)

“El protagonismo de los pueblos no constituye en sí un proyecto de poder, pero no habrá proyecto de poder sin la potencia de la lucha popular”

Sin la potencia de esos vectores que, en su momento, se propusieron proyectar un horizonte post-capitalista, los progresismos actuales de Colombia, Brasil y México tienen sabor a poco, aun cuando resulten útiles como barreras provisorias para contener el avance delos sectores reaccionarios más violentos. La moderación los deja expuestos al riesgo de naufragar en las aguas de la tibieza, en un contexto global donde las reglas del juego parecen estar definidas por dinámicas confrontativas más que por consensos entre las partes que definen el antagonismo principal. Lo que hoy es valorado como un freno a las derechas, en el mediano plazo puede revelarse como una impotencia que a esas mismas derechas les resulte funcional.

CUANDO EL FUEGO CREZCA

Cada ciclo político “por arriba” fue antecedido por grandes movilizaciones y rebeliones protagonizadas por los pueblos, antes que por líderes o fuerzas políticas tradicionales. El Caracazo en 1989, los levantamientos indígenas en Ecuador, las “guerras del agua y del gas” en Bolivia, el 2001 argentino, fueron condición necesaria para la emergencia de Chávez, Evo, Correa o incluso Kirchner. Más cerca en el tiempo, los gobiernos de Petro y Boric, aún con sus distintas derivas, tienen en común las rebeliones populares fundantes que los precedieron.

La dispersión y debilidad que muestra el panorama latinoamericano que repasamos en estas líneas se explica por una crisis que va más allá de lo económico o lo político: hay sobrados ejemplos de descalabros éticos, claudicaciones ideológicas y genuflexiones estratégicas detrás de cada debacle particular.

Ya en el año 2017, uno de los referentes de aquel momento continental de mayores esperanzas, el ex vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, decía en una entrevista: “La peor derrota de un revolucionario es la derrota moral. Puedes perder elecciones, puedes perder militarmente, puedes perder la vida, pero sigue en pie tu principio y tu credibilidad. Cuando pierdes la moral, ya no te levantas, va a ser otra generación la que va a poder levantarse”.

Los horizontes emancipatorios deberán reinventarse para reempalmar con el sentir de las mayorías, combustible fundamental de cualquier nuevo proyecto transformador. Al juzgar por la dimensión de la crisis y siguiendo a García Linera, seguramente sea tarea de nuevas generaciones. Esa certeza, mínima pero determinante, bien podría ser el punto de partida para las izquierdas y los proyectos populares que buscan, con honestidad y constancia, retomar la senda tras haber perdido el rumbo. El protagonismo de los pueblos no constituye en sí un proyecto de poder, pero no habrá proyecto de poder sin la potencia de la lucha popular.

Las brasas aún están encendidas. Será cuestión de alimentar los fuegos que calienten nuevas almas e iluminen el futuro. Para ello será imprescindible volver a los pequeños alientos, a los esfuerzos colectivos. Con paciente impaciencia. Por abajo, una vez más.


Referencias:

(1) Szalkowicz, Gerardo y Solana, Pablo. América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista https://pablosolana.blogspot.com/2017/05/libro-america-latina-huellas-y-retos.html

(2) Katz, Claudio. América Latina en la encrucijada global. https://batalladeideas.ar/producto/america-latina-en-la-encrucijada-global/

(3) Szalkowicz, Gerardo. Bolivia: la guerra fratricida que está autodestruyendo el proceso de cambio https://www.elsaltodiario.com/bolivia/bolivia-guerra-fratricida-autodestruyendo-proceso-cambio