POESÍA

DISCÚLPEME LA HORA DE ESCRIBIR

De vez en cuando Isidro Alazard deja de lado su costado periodístico para dejar de entrevistar, para dejar de preguntar y volcar, desde su más profunda intimidad, las respuestas que le arrima la poesía, la noche y el desvelo.

Texto: Isidro Alazard | Ilustración: María Eugenia Trillo
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Hola,

discúlpeme la hora de escribir.


Me apura el murmullo del amor

y el sueño de quien ya no sueña.


Afuera todo está tan quieto

que no se nota la ausencia más indispensable.

Más ineludible.


Si me disculpo por cada error

temo cometer el peor acto del amor:

el aburrimiento.


Pero discúlpeme

por la hora de escribir.


Las calles hierven con el sol

y las veredas contienen la tristeza

de no vernos caminando de la mano.


El apuro de los días nos hizo olvidar

de reír, de llorar.

De seguir.


Escribo en lápiz estas palabras

(que salen impiadosas y urgentes)

así las puedo borrar.


Así las podré encontrar

diez años después en un cajón

y no sabré si habré escrito un mí o un ti.


Pero la memoria olvida algunas cosas.

También deja acalambradas otras en la piel

y en las piedritas de la vereda.


A la siesta la nostalgia arde

sin un viento que pueda llevarse tu aroma

ni los restos de la goma que acabo de tirar al suelo.


Discúlpeme la hora de escribir

esta carta condenada a morir.

Olvidada, abollada o incluso,

Quemada.


Pero el dolor no se va

y la urgencia me ataca por momentos,

que no elijo.


Si fuera cuestión de decidir

no existirían los corazones rotos,

ni se gastarían tantos lápices.


No existiría la poesía.


Quizá peque de ingenuidad

cuando piense que alguien la está amando

como yo nunca pude hacerlo.


¿Podré consolar, con unas cuantas líneas

de poemas desordenados que nadie enseñó a crear,

al insomnio que araña desde hace días?


Cuando miro por la ventana de esta casa

lamento cada latido en desuso,

cada papel, cada grafito

que no gasté con usted.