2 AÑOS DE LA MALA

HACERME LA CASA, DE BARRO

Traté de dilatarlo, pero sabía que me iba a tocar. Esperé a leerles a mis cumpas de equipo, como para ver cómo se definían en el marco de estos dos años de vida de La Mala. Me cuesta hablar de mí, pero eso no quiere decir que no me guste hacerlo o que no tenga algo para contar. Pero como me cuesta, uso a los proyectos, procesos me gusta decirles ahora, para que hablen por mí.

Texto: Federico Peralta | Fotografía: Luciano Peralta
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Hacerme la casa, de barro. Es poner las manos a la tarea. Es lo que he aprendido desde la infancia en el galpón del abuelo Oscar; en la adolescencia, usándolas para la música, la guitarra, el acordeón, el básquet también, como una manera de ponerlas en juego. Después, la universidad, nada inocentemente estudié kinesiología, profesión que me enamoró, que disfruté muchísimo y añoro como quien recuerda a la primera mascota. Pero el kinesiólogo duró poco, la realidad es que estudié más años de los que ejercí, pero no lo hice para dejar de usar las manos. Ahí llegó el primer contacto con el barro, la construcción con tierra. Después vino la pandemia y todo se reconfiguró, o al menos eso nos hubiera gustado. 

Hacerme la casa de barro. Es ponerme a la tarea de resolver la vivienda. Cansado y frustrado cada principio de mes de los últimos 20 años de mi vida, al pagar el alquiler. Si, son más los años que he vivido alquilando que los que no. Seguramente sea la realidad de la mayoría de mi generación. Resolver la vivienda es uno de los desafíos más importantes y, de igual manera que transito mi vida, lo he hecho, lo hemos hecho, de manera colectiva.No habría posibilidad para un trabajador autogestionado como yo de llegar a lo propio si no fuera colectivamente. Juntamos voluntades y de a poquito todo va tomando forma. Hay una frase, muy usada, a veces banalizada, que dice que “la salida es colectiva” y personalmente la reafirmo en la mayoría de las decisiones que tomo a diario. La vivienda es una de ellas.

Hacerme la casa, de barro. Es tomar el toro por las astas y saber que la acción tiene una potencia que la palabra jamás alcanzará. Nada empieza de la nada, nada sucede desde cero y así es que me reconozco creciendo en una casa fuertemente militante. La discusión política sobre la mesa desde temprana edad. La política como herramienta de transformación, la transformación como algo deseado, buscado. La idea de lo justo dando vueltas permanentemente. Todo eso generó una tensión militante que andaba yendo y viniendo, intentando, no encontrándose, no sabiendo dónde ponerse.

Pasaron los años y los desencuentros personalísimos con la política tradicional, y casi de la nada aparece el cooperativismo como una luz, una posibilidad, un lugar donde explorar, donde crear. Me defino trabajador cooperativo o cooperativista, el cooperativismo me define, me orienta, me ayuda a canalizar mis tensiones militantes, mis búsquedas de lo justo, la inquietud en las manos de tanto para hacer.

Hacerme la casa, de barro. Es resolver colectivamente una necesidad básica. Lo mismo sucede con el trabajo, de ahí la cooperativa, de ahí La Mala. Finalmente llegué a la revista. Me acuerdo cuando Lucho nos sentó para contarnos la idea. Me acuerdo de las distintas personas, las búsquedas de inicio, las ilusiones y, de un tiempo a esta parte, la materialización de tanto trabajo y deseo colectivo dispuesto a la generación de un medio de comunicación. 

“Donde hay una necesidad, en una cooperativa, nace una destreza”

Mi primera misión era contarles porqué estaba bueno que la revista crezca en el marco de la cooperativa. Siempre tratando de llevar información, contando lo que viene haciendo la cooperativa (La Táfila), cómo venimos laburando con otras coopes del país, etcétera.

Un tiempito antes me había puesto a editar audiovisuales. Donde hay una necesidad, en una cooperativa, nace una destreza. Teníamos que terminar un proyecto hermoso que se llamó “Cuento con Luis”, un audiovisual para poner en valor la obra del gran Luis María Luján y generar un material de uso pedagógico para la asignatura de lengua y literatura. Teníamos todo armado y no contábamos con el dinero para el registro y la edición. Por el amor al proyecto, por curiosidad y por necesidad, me bajé el Premiere y a puro tutorial arranqué a editar. Después me pagué un curso y siempre ando buscando alguna cosita por ahí.

Desde esa habilidad en desarrollo es que en La Mala me dediqué y me dedico al registro y edición audiovisual, ¡los videitos! Obviamente, no es lo único que hago y eso es una de las cosas que más valoro de este formato de trabajo: el espacio permanentemente abierto para el desarrollo creativo.

La propuesta siempre es bien recibida y siempre hay una segunda para llevarla a cabo. Entonces, me he mandado a entrevistar, a producir, a generar contenidos, a jugar al periodismo con la espalda hermosa de un equipo profesional y amoroso. Porque también eso pasa en la revista, en la cooperativa toda, pasa que nos tratamos con cariño, parece obvio, pero no siempre es así. 

Hacerme la casa, de barro. Es la mayor síntesis que puedo tener hoy para contar lo que soy en La Mala. No tengo idea lo que seré más adelante, lo que es seguro es que de este equipo no me bajo ni loco.