SOBRE MEDIOS, GANANCIAS Y COMPROMISO CÍVICO

QUÉ PASA CUANDO LO POLÍTICO NO ES RENTABLE

Ángeles Watters se mete de lleno en una alianza que marca el ritmo de la comunicación desde buena parte del siglo pasado, pero actualmente intensificada por la tecnología: la alianza entre las empresas de medios y la política. ¿a quién le importa o, quizá, a quién le sirve la apatía generalizada?

Texto: Ángeles Watters | Ilustración: Diego Abu Arab
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Si bien la participación electoral de los jóvenes se mantiene relativamente alta —en 2023 votó el 68,6% de los jóvenes de 16 y 17 años, el nivel más alto desde la sanción del Voto Joven— más de la mitad de ellos afirman no sentirse representados por los partidos políticos existentes.

No obstante, la participación electoral joven es más baja que el promedio de la participación general. Según un relevamiento de Cippec y Unicef, el 53% declara no encontrar opciones que los interpelen, lo que revela una brecha creciente entre presencia en las urnas y compromiso político real.

Aunque esta distancia no se traduzca en apatía absoluta, sí se convierte en una forma de ignorancia racional, en la que los costos de involucrarse en el debate público parecen mayores que los beneficios. Esta percepción termina teniendo efectos directos sobre el ecosistema mediático.

Durante el año 2000 en Estados Unidos se llevó a cabo un estudio que puso en evidencia un fenómeno que atravesaba a toda la sociedad. La lógica del parasitismo o ignorancia racional sostiene que las personas no se informan antes de votar, o directamente ni siquiera concurren a las urnas, por el hecho de creer que su voto no cambiará el panorama, el cual cabe aclarar, es desalentador.

La ignorancia racional desata una bola de nieve que una vez que comienza a girar, arrasa con todo lo que tiene al frente. Esta lógica del parásito se complementa, a su vez, con la omisión racional por parte de los medios.

“Los sistemas políticos comenzaron a apostar por aliarse con ciertos medios que podían otorgar visibilidad a sus propuestas y, al mismo tiempo, legitimarlas”

A lo largo de la historia, el periodismo atravesó diferentes etapas hasta llegar a consagrarse lo que es hoy. Comenzó como un servicio público, el cual tenía como objetivo mantener informada a la sociedad, ya que existía un entendimiento general en torno a la idea de la información como un bien, también como un derecho. Con el pasar del tiempo y la creación de agencias de publicidad y la difusión del oficio, los sistemas políticos comenzaron a apostar por aliarse con ciertos medios que podían otorgar visibilidad a sus propuestas y, al mismo tiempo, legitimarlas.

Hoy en día, el periodismo como oficio dejó de ser tal. La información ya no se percibe como un derecho, sino como una mercancía. La noticia abandonó el ideal de la objetividad para sumergirse en el sensacionalismo y las fake news, que, aunque se trate de noticias falsas, generan efectos reales.

Los lectores son entendidos como consumidores, mientras que los periodistas pasan a convertirse en el puente entre los anunciantes y el público. Tal como advertía García Márquez, el periodismo como oficio, como vocación, se pierde en la incansable búsqueda por la primicia, en donde la ética y la moralidad del periodista también se diluyen.

No es casualidad que todo esto suceda en la época del periodismo market driven, donde el mercado es quien maneja las riendas, el comercio es el gatekeeper. Se genera una lucha entre lo que la democracia necesita y lo que el mercado exige. Casi siempre, gana este último.

Un productor de noticias optará por cubrir o no un acontecimiento siempre y cuando este sea rentable. Cabe recordar que la definición de acontecimiento es “una construcción mediática y discursiva, presentada como hecho”. Los medios ofrecen una realidad mediada y previamente seleccionada. El proceso de selección, paso esencial en la construcción de la noticia, no es neutral, oculta sesgos y decisiones. La elección de informar o no sobre un acontecimiento puede verse condicionada por cuestiones políticas, técnicas, industriales o, incluso, como suele pasar en la mayoría de las empresas, económicas.

“La lógica del mercado empuja a que las empresas periodísticas opten por los contenidos que generan una mayor rentabilidad económica, lo cual ubica al deber cívico de la información en un segundo plano”

En el mundo de las noticias existen dos tipos: dicho con simpleza, las noticias de contenidos “blandos” y las noticias “duras”. Las primeras se relacionan con las celebrities, el ocio, el entretenimiento, mientras que las segundas tienen un impacto cívico: seguridad, justicia, gobierno, economía son algunos de los tópicos que las conforman.

Actualmente, la lógica del mercado empuja a que las empresas periodísticas opten por los contenidos que generan una mayor rentabilidad económica, lo cual ubica al deber cívico de la información en un segundo plano. El hecho de que haya una menor demanda de información política, hace que haya una menor oferta por parte de los medios. La ignorancia racional crea una omisión racional entre los periodistas.

La rentabilidad no solo reside en poder entablar un vínculo más fácilmente con los anunciantes a causa del aumento en el número de la audiencia, sino también en los costos a la hora de desarrollar una investigación policial, política o económica, versus, cubrir un evento social, o informar sobre la última separación de una pareja de famosos.

Las consecuencias de esta preferencia por parte del público generan efectos negativos en la ciudadanía, como en la democracia en sí. Ejemplos pueden ser la disminución en la calidad informativa global, debido a que la mayoría de los medios se rigen por la “teoría de la agencia”, la cual sostiene que toda empresa busca maximizar sus ganancias, como también se vislumbrará un descenso del número de medios que ofrezcan noticias duras.

Así como muchas empresas entienden que ya no alcanza con una estructura vertical y apuestan por modelos más horizontales que integren las voces de todos sus trabajadores, la política debería avanzar en la misma dirección. Es imprescindible abrir y facilitar los canales de participación para las y los jóvenes, hacerles sentir que su voz no solo importa, sino que es necesaria para construir decisiones más representativas. Solo cuando la ciudadanía se reconoce parte activa del proceso, y no mera espectadora, se vuelve posible revitalizar la vida democrática y fortalecer el compromiso colectivo.