VÍNCULOS Y SALUD MENTAL

NADIE PUEDE SOSTENERLE A UN AMIGO LAS GANAS DE VIVIR

“El malestar no se expresa sólo en tristeza, puede mostrarse en conductas maníacas o desbordes, que son difíciles de problematizar y tensionan con profundidad las relaciones”, dice la psicóloga Débora Espinosa, quien abordó el rol de la amistad en las personas con padecimientos mentales.

Texto: Zul Bouchet | Fotografía: Lucas Blasco
Publicidad

Alguien falta a las comidas de los sábados hace varias semanas, nadie pregunta, pero todos notan la ausencia que se extiende. Se escucha una queja: solo tiene cosas tristes para contar. Un reproche: cada vez que lo invito responde que no. En medio piden comprensión, con la suposición de que quizás hay cosas que no se están diciendo. Pero hay un chat que cada vez suena menos y una puerta que no se golpea desde hace demasiado tiempo. 

La RAE define a la amistad como un “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. Para el psicoanálisis, la presencia del otro es indispensable, el psiquismo no se autogestiona. 

En diálogo con La Mala, la psicóloga Débora Espinosa dice que le encantaría poder afirmar que los amigos siempre son necesarios para afrontar un padecimiento, pero sería caer en una suerte de romantización. “Desde Winnicott podemos pensar que un entorno suficientemente bueno, no es curativo, aunque sí contiene. Me encantaría decir que ese otro puede complementar el espacio terapéutico, pero no en todos los casos funciona así”, comenta. 

“Siempre tenemos que ver qué lugar ocupa para la persona ese amigo. Porque puede pasar que refuercen las conductas inhibitorias, los actings, los posicionamientos de víctimas. No de manera consciente, vale aclarar, uno muchas veces no sabe cómo está conduciendo el tren en un vínculo”, explica la profesional. 

La amistad inevitablemente implica tensiones y equilibrios frágiles, cuando irrumpe el dolor todo se profundiza. De repente se pierde la facilidad de hacer preguntas, los sentimientos son difíciles de tramitar y acompañarse se vuelve un desafío. Indica Debora que “cuando uno siente que no puede más en una relación o que no sabe qué hacer, es fundamental reconocerlo y hacerse cargo, ponerle palabras. Porque no toda distancia representa un despido o un abandono, que es lo más doloroso. Y nadie puede obligarte a ocupar un lugar que no puede o que no le pertenece, es una forma legítima de cuidarse y cuidar al otro”. 

“La culpa del sobreviviente es ineludible en cualquier tipo de muerte, porque se relaciona más con el hecho de seguir con vida que con la pérdida del ser querido”

Pero nada es sencillo y en medio juega la culpa, que en exceso -en palabras de Espinosa- paraliza o somete. “Es importante ser consciente que decir me siento culpable porque hace dos días no pasé a buscar a alguien para salir a caminar es un montón. Hacerse esa pregunta es muy valioso, porque no podemos con todo. Puede pasar que se suicide un amigo y tengo que poder comprender que eso no tiene que ver necesariamente con un: no hice, no pude, no vi. La culpa del sobreviviente es ineludible en cualquier tipo de muerte, porque se relaciona más con el hecho de seguir con vida que con la pérdida del ser querido”.

La culpa, entonces, puede distorsionar nuestra percepción de lo que realmente está en nuestras manos. Y en ese punto, el reconocimiento de nuestros límites personales se vuelve indispensable.

“No hay fórmulas para acompañar -advierte Débora-, se trata de animarse a poner en palabras lo que pasa, aun corriendo el riesgo del enojo. Por ejemplo, decirle: venís de fiestita sin dormir hace cuatro días, durante varios fines de semana, ¿podemos preguntarnos por qué? Para entender, no para juzgar. Corriendo el riesgo de que nos echen. En un ideal: alguien quiere ayudar y alguien está dispuesto a recibir dicha ayuda, pero no es así en general. Porque el malestar no se expresa sólo en tristeza, puede mostrarse en conductas maníacas o desbordes, que son difíciles de problematizar y tensionan con profundidad las relaciones. Muchas veces se dice ‘se quedó solo porque se peleó con todos’, y la realidad es más compleja, no siempre quien tiene un malestar sabe cómo gestionarlo”.

EL RIESGO DE CONFUNDIR AMISTAD CON TERAPIA

Al hablar de amistades en contextos de ansiedad o depresión, el mayor desafío está en aprender a escuchar, pero también a poner límites. “Aunque la palabra límite no nos guste, acá tiene que ver con que el amigo es un amigo, no es padre, hermano, ni terapeuta. Si se quiere, se recomienda no interpretar, poder escuchar antes que hablar y eso no implica que uno tenga que sobreadaptarse al amigo que está mal. Si un vínculo se sostiene en la culpa de: tengo que estar, entender, perdonar, pierde vitalidad. Cuidarme es cuidar al otro, por eso se necesita poner límites”.

En el mismo sentido, se hace presente la sensación de manipulación, del eterno lugar de víctima que puede estar ocupando el otro. La especialista consultada señala que no siempre es algo intencional, pero “si hay alguien que goza de la posición quejosa, no está bien, amerita alguna ayuda que puede venir de un corte a ese caudal de queja. Porque el amigo que padece puede perder de vista que al otro también le pasan cosas y necesita ser escuchado. Poder decir ‘hasta acá’ o ‘esto es mejor que lo hables con un profesional’ es fundamental para que el otro no te atrape en esa dinámica del dolor. Frenar una catarsis que se repite sin fin puede habilitar, en ciertos casos, que el otro se vea en su propia escena, con preguntas tan simples como: ¿y qué tenés que ver vos con toda esta situación?”.

“El malestar no se expresa sólo en tristeza, puede mostrarse en conductas maníacas o desbordes, que son difíciles de problematizar y tensionan con profundidad las relaciones”

Esta dinámica también puede reflejar una repetición de patrones pasados, en la que las heridas no resueltas se vuelven a proyectar en las relaciones actuales. A veces, sin ser conscientes de ello, podemos responder a situaciones desde lugares que ya no nos corresponden, actuando a partir de viejas reacciones o expectativas no gestionadas.

Hablar de Salud Mental aún nos hace hablar de prejuicios. En un vínculo amistoso en el que alguien padece, es válido asustarse o no saber de qué se trata. Lo importante es aprender a estar sin invadir, ya que encontrar cosas que nos preocupan no es tan complicado: si al amigo que le encanta ir a recitales de repente ninguno lo motiva, puede estar pasando algo.

Lo mencionado se enlaza también con la transferencia, un concepto psicoanalítico que no es exclusivo del consultorio. En la amistad también pueden aparecer escenas que repiten heridas o reacciones viejas y de raíces profundas. A veces alguien puede captar eso sin ser analista e introducir una pregunta (para bien o para mal). 

“Es muy complejo -reconoce Débora-, porque los amigos a veces dan recomendaciones tremendas. Aquel que escucha sin juzgar habilita un lugar muy potente, y a diferencia del analista, no se abstiene: dice algo sin pensar que eso puede despertar bronca o rabia. Hay ahí una pequeña línea entre ser una escucha quieta o animarse a tener un gesto simple pero intenso, como mandarle un mensaje a un amigo diciendo ‘levántate y bañate’, conociendo que lleva una semana en la cama. Puede ser revitalizante para quien lo recibe, pero también genera riesgos de dependencia, de instalar un desequilibrio en el vínculo en el que uno quedará ultra demandado y otro en posición de objeto a cuidar. Por eso es importante no creer que podemos sostener la pulsión de vida de otro”.

QUEDATE CERCA CUANDO EL MUNDO SE HACE PEDAZOS

Frente a un padecimiento psíquico es fundamental no cargar en soledad con el cuidado de un amigo, ya que esa persona puede no estar tan conectada con cuál es el círculo que lo rodea. La amistad encuentra fuerza al construir redes para acompañar y comprender. Débora subraya que “hay vínculos que existen y pueden hacerse presentes sin invadir, desde la preocupación genuina y el respeto. Puedo contarle a esa vecina que sé que lo quiere mucho, que me preocupa la situación, eso no viola la intimidad de mi amigo, sino que busca protegerlo, encontrar la forma de darle una mano en conjunto”.

“No se trata de negar aquellos gestos revitalizantes, como una llamada, una salida, el compartir una tarde de mate, sino de asumir que la vida propia ya implica un esfuerzo complejo como para además querer cargar por completo con otra”

El respeto implica comprender los límites de uno y del otro: nadie puede sostener otra vida. La idea de “salvar” genera frustración, refuerza los discursos contemporáneos de autoayuda y los mandatos de “si querés, podés”, ese pensamiento mágico nos puede hacer pensar que el otro no quiere estar bien. Nuestra entrevistada recuerda que no se trata de negar aquellos gestos revitalizantes, como una llamada, una salida, el compartir una tarde de mate, sino de asumir que la vida propia ya implica un esfuerzo complejo como para además querer cargar por completo con otra. 

La amistad tiene fuerza aun cuando se marcan los límites, como señaló Borges: es la forma del amor que no necesita frecuencias. Hacen falta unos pocos encuentros de calidad para que se mantenga y hoy las tecnologías, entre tantas malas, traen una buena: poder reinventar la cercanía. “Siempre es importante tener coraje para poner en palabras las obviedades que en ciertos momentos no son tan obvias: un ¿cómo estás?; te extraño; me hacés falta, estoy acá aunque no diga nada”, remarca Débora.  

Aunque el silencio también es un tema complejo: a veces lo mejor que se puede hacer por un amigo es respetar su tiempo, aceptar que no quiera hablar de lo que le duele y que prefiere hablar del clima o de un partido de fútbol. La compañía no implica ignorar lo que sucede, sino estar presente en los procesos del otro. “Y a veces basta con un ‘no sé qué decirte’. Eso alcanza. La amistad puede ser simplemente ese abrazo que, sin explicaciones, evita que el otro quede en soledad”.