LA POMADA QUE CURÓ A GENERACIONES

DE LA GUERRA AL PRESENTE: LA HISTORIA DE LA FAMOSA “CREMA DE LA TURCA”

Varias generaciones han curado sus quemadoras con ese ungüento “mágico” que María Haddad trajo desde Siria, cuando llegó a tierras entrerrianas huyendo de la guerra. Su sobrina política, Rosa Villemur, continuó su legado. “Me llevó mucho trabajo, mucho estudio, mucho esfuerzo económico. Llegar a lo que llegué me emociona”, expresó en una entrevista con La Mala.

Texto: Luciano Peralta | Cámara y edición de video: Federico Peralta
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Hace 100 años, exactamente en 1925, Maria Haddad ingresaba a la Argentina junto a su marido Miguel Suaid huyendo de la guerra en su país de origen. “La tía vino con el esposo disparando de la guerra, ellos estuvieron invadido muchos años por los otomanos, que fueron sumamente crueles. Ella era enfermera y curaba con su pomada”, relata su sobrina política, Rosa Villemur de Haddad en una de las Salas de Curaciones del Centro Integral de Salud María Haddad, que funciona desde 2018, rindiendo homenaje tras su legado e inspiración, año en que se obtuvo  el registro de su famosa crema.

Primero paran en el puerto de Montevideo, no bajan allí, sino en el puerto de Buenos Aires, porque ella tenía un hermano en esta localidad de Gualeguaychú, donde había venido en el año 1890 aproximadamente y luego vino otro hermano más, ellos eran vendedores ambulantes, como casi todos los árabes de aquel entonces. Recordemos que eran árabes, no turcos como les decía; eran de Yabrud, Siria. María llega a estas tierras con su pomada y con un bagaje de conocimiento, ella ya la empleaba por propia iniciativa para curar a los soldados en la guerra, según relata Rosa en diálogo con La Mala.

“Ella sabía leer y escribir muy bien el árabe, y les escribía las cartas a los paisanos que ya estaban instalados acá, porque muchos no sabían ni leer ni escribir. Recuerdo que, acá donde estamos ahora, venía Monseñor Chalup (primer obispo de la Diócesis Gualeguaychú), ella le leía las cartas y él le dictaba para responderle a los parientes de allá”, recuerda quien fue la encargada de continuar el legado de su tía.

“María llega ya con la pomada y con un gran bagaje de conocimiento, porque ella curaba en la guerra a los soldados”

Rosa y su familia vivieron con la tía María, en la misma casa, durante muchos años. “Mis hijos se criaron junto a ella”, recuerda nuestra entrevistada, quien fue aprendiendo los secretos del arte de curar que su tía política había traído de tan lejos.

“María era una persona muy servicial y solidaria. Curaba sin cobrar. Muchísima gente venía a casa para que la cure, la venían a buscar. Me acuerdo un caso, que la vinieron a buscar y la llevaron en tren hasta Almada, después la traían”, agrega.

Pero, si bien ese arte de curar era mayormente respetado por la comunidad médica, no era reconocido desde los cánones científicos. Así lo explica su sobrina: “Había un pediatra que siempre la recomendaba, ahora no recuerdo el apellido. Pero, como los hubo buenos, también hubo no tan buenos, digamos. A ella la denunciaron por un fallecimiento. Pero el chico no había muerto de la quemadura, el chico había muerto de una neumonía. Porque, cuando alguien tiene neumonía siempre se aconseja no estar de espaldas, estar de costado. Pero cuando lo internan en el hospital lo acuestan de espalda: el chico termina falleciendo y a ella la denuncian un médico pediatra, y la ponen presa durante 48 horas”.

Las anécdotas son muchas, tantas como la cantidad de personas que durante más de 48 años atendió Rosa, muchísimas de esas veces de forma gratuita, ya que se trataba de familias de muy bajos recursos económicos. El cálculo familiar estima que, en esas casi cinco décadas, la pomada fue aplicada a cerca de 400 personas por año.

“La crema es 100% natural y muy económica, es accesible a todos los estratos sociales. Eso fue parte del compromiso y del legado de la tía”

“La crema no es mágica, no hay magia. Es una crema que regenera tejidos, y hay que saberla aplicar”, dice Rosa, quien, a diferencia de su tía, que le debía su saber al empirismo, se formó en enfermería e, ininterrumpidamente, concurrió a congresos de la especialidad desde 1983 hasta el año pasado, cuando se hizo en Córdoba.

En la actualidad la crema está patentada y reconocida por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat), experimenta una etapa de industrialización y la expansión ha llevado a sacar al mercado una nueva crema para ulceras y escaras, una para hematomas y hasta un protector solar.

“La crema es 100% natural y muy económica, es accesible a todos los estratos sociales. Eso fue parte del compromiso y del legado de la tía”, remarca Rosa. Y cierra: “Me da una satisfacción muy grande llegar hasta donde hemos llegado. Mi meta era patentar la pomada, algo que María no pudo. Me llevó mucho trabajo, mucho estudio, mucho esfuerzo económico. Llegar a lo que llegué me emociona, porque es un legado para los hijos y para los nietos”, dice Rosa, mientras seca una lágrima sobre su mejilla izquierda.