31 AÑOS DEL ATENTADO, LA PALABRA DE UN BOMBERO

AMIA, A 17 CUADRAS Y DE GUARDIA

“En mis 44 años como bombero, AMIA fue el trabajo más duro que me tocó”, dice César Gómez. Lo que sigue son sus palabras, sus recuerdos, su memoria sobre el atentado del que, este viernes 18 de julio, se cumplieron 31 años.

Publicidad

No imaginábamos que esa detonación lejana se trataría de un nuevo atentado terrorista.

Pasadas las 9.53, fuimos movilizados todo un tren de socorro a Pasteur al 600. 

Aquel 18 de julio había entrado de guardia en la Brigada de Explosivos con asiento en el Cuartel Central de Bomberos, ubicado en Avenida Belgrano 1547, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

Nos costó llegar al lugar, las últimas cuadras estaban repletas de gente que deambulaba, que gritaba que había muchas personas atrapadas. Varios metros antes de llegar tuvimos que caminar, era imposible avanzar debido a la gran masa de personas. 

Cuando llegamos era todo muy complicado: una inmensa masa de gente trataba de ayudar, hacía lo que podía. Obviamente, debajo de esa montaña de escombros había muchas personas y, sí o sí, había que llegar hasta abajo.

Comenzamos retirando heridos de todo tipo. Luego, fuimos una parte más de una interminable cadena humana de pasamanos con valdes cargados de escombros: había que abrir acceso para llegar a las personas sepultadas.

“Obviamente, debajo de esa montaña de escombros había muchas personas y, sí o sí, había que llegar hasta abajo”

Pasaban las horas, pero yo no me daba cuenta del tiempo que llevábamos allí, haciendo lo que podíamos y se nos ordenaba. Debíamos trabajar sobre hierros, escombros, paredes derrumbadas, dando cada paso con mucho cuidado, tratando de no mover mucho. Un movimiento indeseado y podía caerse todo encima (mirabas hacia arriba y veías la estructura totalmente colapsada).

Pasaban las horas, llegaba la noche. Se activaron los equipos de iluminación, los generadores eléctricos que nos permitieron continuar trabajando. Cada tanto, el jefe del comando de bomberos daba una señal y, de inmediato, un silencio sepulcral. 

Generadores, equipos neumáticos, todo se detenía con el fin de poder oír ruidos o pedidos de auxilio. Había gente atrapada en un subsuelo, bajo escombros, y se estaban ahogando por la rotura de una cisterna de 5.000 litros. Todo era muy complicado.

Allí trabajó incansablemente Grupo Especial de Rescate (GER). Fue una durísima jornada. Ese día, me retiré del lugar a media noche, para regresar cuatro días después. El escenario era otro, claro. Fui hasta el subsuelo, allí recogimos partes que, posteriormente, contribuyeron en la causa. 

 “Había gente atrapada en un subsuelo, bajo escombros, y se estaban ahogando por la rotura de una cisterna de 5.000 litros”

Dos años antes, concretamente el 17 de marzo de 1992, me había tocado trabajar, también, en el atentado a la Embajada de Israel, en Suipacha y Arroyo. Fue duro, pero AMIA fue más complicado, al menos para mí. Quizá, porque el día del primer atentado no me encontraba de guardia y acudí unas 3 o 4 horas después de la explosión, en cambio, a la AMIA llegamos muy rápido. Estábamos a 17 cuadras y de guardia. 

Llevo 44 años de bombero, en los cuales me tocó intervenir en incendios, accidentes ferroviarios, automovilísticos, salvamentos de personas de todo tipo, pero AMIA fue el trabajo más duro de todos. Sin dudas. Hay quienes, de los que estuvieron allí, que sólo recuerdan partes de lo ocurrido, yo tengo grabada, y para siempre, cada situación.