A Revólver de Palo no se lo ve más por el barrio. Los amigos mantienen los rituales, preguntan si alguno lo vio por ahí o comentan qué será de su vida. En la familia es lo mismo, tampoco saben de él, sólo que siguen llamándolo Fabián, como siempre. Ni la madre ni los amigos lo dicen con todas las letras, pero en el fondo saben que volver no está en sus planes.
No fue el mismo tipo desde el día que fueron a esperarlo a la salida del penal. Se abrazaron como siempre. El primo Varela más chico le pasó un cigarrillo encendido. Tono le hizo notar que lo devolvieron más gordo y más blanco. Fabián –porque hasta ese momento seguía siendo Fabián– bromeó con que también lo devolvieron con menos pelo y mostró el nido de gorrión que se le estaba formando en la coronilla. Todos miraron, fueron piadosos y no dijeron que es la misma pelada de obispo que se venía insinuando desde hacía tiempo.
Se subieron al Gacel, Tomi agarró el volante. Fabián se sentó al lado y atrás los dos primos Varela y el Tono. Fabián tuvo menos de un año de encierro, pero miraba todo como si recién llegara después de ocho años en la Legión Extranjera. Antes de ir a esperarlo habían acordado no preguntarle mucho y escuchar con atención todo lo que el amigo quisiera contar. Tono reprimía su ansiedad por saber si era verdad todo lo que se cuenta sobre la vida en prisión. Ya habría tiempo para que vaya soltando de a poco.
Atravesaron toda la Saavedra y después agarraron Ameghino. Tomi lo miraba esperando de él alguna señal, una indicación para saber por qué camino prefería volver al barrio, si debía evitar pasar frente a lo de Guada, pero Fabián se dejaba llevar en silencio. Apenas si nombraba algún negocio que reconocía al pasar. Lo nombró al Flaco Gaitán cuando lo vio cruzando la calle. Dijo algo sobre los pozos en el asfalto. Tomi paró frente a La Brasa Eterna, alternó dos marcha atrás con otras dos movidas en primera para dejar el Gacel pegadito al cordón. “Pará Chumacher”, festejó Varela más chico.
Bajo el alero de la vereda sobre Ameghino habían juntado tres mesas y ahí estaban cuatro más de la caterva. Son los amigos de siempre de Fabián, los que él más quería, pero Guada los llamaba la caterva. “¿Otra vez tenés salida con la caterva?” y Fabián aguantaba pero elegía la caterva. ¡Qué muchacho tarado! Mirá qué hermoso negocio, dejarla sola a la Guada para ir a tomar cerveza y hablar pavadas con los mismos muchachos de todas las semanas.
Algo de bueno debían tener los muchachos y se pararon apenas vieron abrir las puertas del auto. Levantaron los vasos y brindaron por el regreso. Se ve que pusieron empeño en esperarlo con conducta, la cerveza lucía tibia y lánguida de reposar en los vasos. El mozo arrimó dos platitos de maní y otro de palitos, los dejó cerca de Fabián y abrió otra cerveza.
Fabián tendría ganas de llegar cuanto antes a la casa, abrazar a la vieja y tirarse en su cama, pero no dijo nada. Se mostró atento a la charla. Todo fue muy distendido, mucha amabilidad. Como había ocurrido dentro del Gacel, fueron prudentes, nadie preguntó nada incómodo. Volvió el mozo, dijo que La Brasa Eterna celebra el regreso del amigo y acomodó en la mesa el braserito con tiras corte banderita, achuras y morcillas. Destapó dos cervezas más y se hizo el silencio para no andar hablando con la boca llena. El olorcito a carne asada activó la saliva del Fabián. Cuando Tomi se levantó para pedir el pomo de chimichurri pasaban los tres de la rotisería, pararon a saludar, el Paraguayo abrazó a Fabián y le dijo “Revolver de Palo querido”. Fabián respondió al saludo, prometieron volver a verse y hacer algo juntos algún viernes y siguieron su camino. No aceptaron ni un trago de cerveza porque al otro día debían seguir trabajando.
La charla siguió como si nada. A Fabián se le secó el vaso y se puso de pie. Tomi también, negociaron un poco entre que te llevo y que dejá nomás que estoy cerca. Al final aceptó, Tomi le ofreció las llaves pero las rechazó, doblaron en Venezuela y se perdieron. El Tono repitió “Revólver de Palo” y amagó reír, los demás lo miraron serios, Varela grande puso cara de reproche. Tono bajó la mirada hasta que Varela chico largó una carcajada y también dijo “Revólver de Palo” con la voz medio masticada por la risa.
No volvieron a verlo en los días que siguieron. El Tomi fue a buscarlo, doña Adela lo hizo pasar y charlaron un rato en la pieza de Fabián. No recordaron nada de la noche de la parrilla. Fabián dijo que estaba viendo. Y cuando doña Adela lo acompañó hasta la puerta le preguntó si había ocurrido algo con los de la rotisería, que habían pasado a buscarlo dos veces y Fabián no los recibió.
Los de la caterva lo tomaron jocosamente cuando Tomi relató lo que contó la vieja de Fabián. De ahí en más se extendió por todos lados lo de Revólver de Palo.
***
Fabián fue en cana por el asalto a un mecánico. Alguien comentó sobre un tal Lovariño, que era muy bueno en motores diesel y que parecía que manejaba mucho más fondos que los que dejaba la reparación de autos. El Tono dijo que lo conocía y que no sería difícil darle un buen golpe. A Fabián no lo convencía la idea, decía que andá a saber en qué andaba el Lovariño ese, capaz que en algo muy jevi. No insistieron, pero el Tono empezó a curiosear por la cuadra del taller de Lovariño. Después el Tomi recordó que una vez que andaba ahorcado por las deudas, el cuñado le recomendó hablar con un mecánico que hacía extras como prestamista. Que no escuchó bien el apellido, pero que debía ser ese Lovariño.
El Gacel es naftero pero igual lo llevaron a hacer revisar por el especialista en diesel. Fueron Varela chico y el Tomi. Lovariño dijo de entrada que no hay que comprar esas porquerías. Tomi le dijo que el motor no regulaba bien y el tipo respondió que hay que usar diesel, que eso jamás iba a regular bien. De todas formas hizo levantar el capó y escuchó ronronear un rato al motor. Miró el reloj de la temperatura y midió el aceite. No encontró nada raro y les dijo que vayan tranquilos, que no tenía sentido perder tiempo en conectar la computadora y que cómo le iba a cobrar si no tuvo que arreglar nada.
Volvieron comentando que el tipo no parecía gran cosa y opinaban que el atraco podía ser mucho más fácil de lo que pensaban. Fabián comenzó a considerarlo más factible. Tono trajo nueva información, dijo que dos veces a la semana el mecánico llevaba dinero a depositar después de cerrar el taller. Que iba caminando hasta el Banelco de la entrada del súper.
No tenían ningún arma, Fabián se comprometió a conseguir una pistola o un revólver. Pensaban en algo rápido y sin riesgos. Lo esperarían a la vuelta de la esquina, fuera del alcance de las cámaras de vigilancia. Tomi debía esperar con la moto en marcha. Fabián respondió varias veces que ya tenía todo preparado y que se quedaran tranquilos cuando le pedían ver el arma que consiguió. Ensayó mucho los movimientos de sacar el arma y apuntar al pecho del usurero. Le resultaba más cómodo nombrarlo así o como “el prestamista” y no como “mecánico”, hasta trató de olvidar el apellido del tipo.
Un miércoles consideraron que ya no había más detalles a atender y que al atardecer del día siguiente lo emboscarían a pocos metros de Ameghino. Así hicieron. Tomi condujo dos cuadras más después de pasar frente a La Brasa Eterna, dobló a la derecha y paró junto al cordón. Fabián saltó a la vereda y sin quitarse el casco se puso a esperar con el revólver apenas tapado por la campera, listo para salir apuntando. Lovariño se demoraba y Tomi desde la moto hacía seña de no esperar más y rajarse. Fabián hacía como que ni veía las señas. Tomi se relajó y apagó la moto.
Lovariño apareció en la esquina, caminó unos pasos y se corrió un poco para no atropellar al tipo que estaba parado en medio de la vereda con un casco de moto. Fabián calculó la distancia, sacó el revólver y apuntó al pecho. Tomi se dio cuenta y se puso como loco a dar arranque a la moto. La pateaba, la volvía a patear y nada de arrancar. Parece que Lovariño no se asustó, porque manoteó de un zarpazo el arma que lo apuntaba. Fabián vio el enojo en la cara del tipo y escuchó gritarle que lo ofendía si pensaba asaltarle con esa porquería. El prestamista partió con las manos el revólver inútil, que hizo un chasquido de madera astillada.