En un presente asfixiante, porque el país está roto y las mayorías críticamente empobrecidas, algo pasó en Rosario el domingo pasado.
Juan Monteverde fue el candidato más votado en una de las ciudades más importantes del país, imponiéndose a los candidatos del intendente, del gobernador y del presidente.
Las lecturas políticas pueden ser muchas. Se puede decir que el triunfo del electo concejal de Ciudad Futura (en alianza con parte del peronismo y otras fuerzas progresistas) es resultado de un trabajo sostenido y consecuente de más de una década; que la abstención, mayor al 50% del electorado, jugó su propio partido; que no se puede transpolar una lección local al escenario nacional, y muchos etcéteras. También se puede marcar que hace 24 años que en Rosario la oposición no se imponía en las urnas o que eso de “pintar el país de violeta”, lamentablemente para las fuerzas del cielo, no pudo ser en la ciudad de Fito, Fontanarrosa y el Che Guevara.
Pero, más allá del análisis político, que se los dejo a los que realmente son buenos haciendo eso, me interesa el análisis discursivo. Porque en Rosario ganó una fuerza política o, mejor dicho, la alianza de muchas fuerzas políticas, pero, sobre todo, ganó una forma de concebir la política y de trasmitirla discursivamente.
En la Argentina de Milei, que hace de la violencia y el agravio personal su capital político más importante, en este presente tan hartante e insoportable, en el que el poder político se construye rompiendo puentes y detonando la convivencia democrática, aparece un concejal del interior del país que, a contrapelo del status quo de la crueldad y el sálvese quien pueda, viene a hablar de cambiar la cultura política, de unión y de la no violencia.
“Juan Monteverde fue el candidato más votado en una de las ciudades más importantes del país, imponiéndose a los candidatos del intendente, del gobernador y del presidente”
Rosario enciende una llamita de esperanza entre tanta derrota, entre tanta estupidez gobernante. Monteverde se revela ante la cultura del descarte, pero también discute la política de cúpulas, del pejotismo de caciques, de los impostores que hablan de “la felicidad del pueblo” para sostener sus privilegios de clase.
“No nos merecemos vivir así”, dice, tras la victoria del domingo, en una de las entrevistas que hizo en la Ciudad de Buenos Aires, donde, los medios progresistas le dan el aire que los principales medios de Rosario le niegan, por acuerdos con el poder gobernante. Sencillo, humilde, parecido a la gente. Eso que, hace tiempo, la política perdió y que muchas veces se le reclama.
LOS PROBLEMAS DE LA GENTE
“Las cosas pueden ser distintas, no nos tenemos que acostumbrar y no nos merecemos vivir así. Muchas veces la política parece muy compleja, pero es mucho más sencillo. Hay otra forma de organizar la vida, el trabajo, la educación, los alimentos, la salud. La política tiene que volver a hablar de esas cosas”, expresó el líder de Ciudad Futura en una de las entrevistas de la semana.
“Hay una frase que mis compañeros peronistas me enseñaron, que el General Perón decía, eso de que hay que hablar mucho de las ideas, poco de las cosas y nada de las personas. Bueno, la política en los últimos tiempos viene invertida: habla todo el tiempo de las personas, muy poco de las cosas de la vida y nada de las ideas”, expuso, sobre el vaciamiento que sufre la política desde hace años, incapaz de correr los ojos de su ombligo, expulsando más que sumando, rompiendo más que uniendo.

“Si la gente nos escucha hablar de nuestros problemas, de nuestros dolores, de nuestras angustias, pero también de nuestros sueños y de nuestros anhelos, yo te aseguro que inmediatamente va a volver a votar, va a volver a sentirse representada y va a volver a cambiar la historia”, sostuvo el referente del espacio que, hace más de una década, viene demostrando que para construir poder político, para generar conciencia pública e, inclusive, para acceder a alimentos a precios accesibles o a educación de calidad, no es condición ser parte del gobierno o recibir los contratos del Estado por los que la vieja/actual cultura política se arrastra y se desangra.
PARA GANARLE A MILEI NO HAY QUE CONVERTIRSE EN MILEI
“Ganamos una elección en el peor de los contextos. Y demostramos que no tenemos que disfrazarnos de los que no somos para tener un voto más, que no tenemos que conformarnos cada vez con menos. Además, si hay algo que demostramos el domingo fue que para ganarle a Milei no hay que convertirse en Milei, que lo peor que le puede pasar a nuestro campo cuando Milei se vaya, porque se va a ir, porque cuando uno gobierna para pocos se termina el proyecto, es que cuando Milei se vaya, no solamente nos deje una Argentina más desigual, sino que además nos deje una Argentina más violenta y una forma de diálogo político donde no podamos dialogar más. Eso es casi irreversible”, disparó Monteverde.
Y este punto es central. Porque no se trata del energúmeno (definición: Persona que habitualmente se comporta de manera airada o violenta) que tenemos como presidente de la Nación, se trata hacer lo posible por no terminar de romper la convivencia democrática que, a pesar de las deudas incumplidas, es irremplazable para, al menos, pensar un futuro vivible.
La violencia, nunca, puede ser el camino.
“Yo vengo proponiendo hace tiempo no contestarle a la violencia con más violencia, no contestarle al odio y a las divisiones con más odio y con más divisiones, porque creo que en ese ojo por ojo terminamos todos ciegos. Tenemos que ser capaces de construir nuevas armas, no se puede construir una sociedad libre si tus prácticas no son libres, no se puede crear una sociedad en paz si tus prácticas son violentas. Entonces, me parece que esa también es una forma de prefigurar el futuro que tenemos para mañana, ahora, en el presente”, expresó Monteverde, en este sentido.
“No se puede construir una sociedad libre si tus prácticas no son libres, no se puede crear una sociedad en paz si tus prácticas son violentas”
“Hay que cambiar la cultura política, soy un convencido de que si cambiamos la cultura política no hay problema que no tenga solución posible y no hay enemigo, por más grande que parezca, al que nos podamos vencer. ¿Qué es cambiar la cultura política? No asociar a la conducción a una idea de tiranía o de verticalismo en el ejercicio del poder, a no pensar que somos todos iguales”, propuso. Y, en esta línea, mostró lo que vienen construyendo desde su espacio: “realmente nosotros tenemos una forma de práctica cotidiana en la que yo soy un compañero más, pero en el sentido estricto de la palabra. Nosotros, desde que llegamos al Concejo donamos el 50% del salario para vivir como vivíamos antes. Para mí es obsceno que yo gane diez veces más que el compañero que está pegando un afiche en la calle. La sociedad ya es lo suficientemente desigual para que nosotros no reconozcamos esa desigualdad. Esto no significa vivir en una casa de chapas, pero sí que las diferencias no pueden ser tan grandes”, expuso.
Quienes se oponen a su discurso lo tildan de ingenuo. Pero ese argumento terminó de quedar enterrado el domingo pasado: Monteverde fue el candidato más votado de Rosario y, claramente, se encamina a ser el próximo intendente. Pero, para eso falta demasiado, y en política cualquier cosa puede pasar.
La potencia de los resultados de las elecciones rosarinas no se limita meramente a lo distrital. En un presente hegemonizado por discursos abiertamente violentos, discriminatorios y crueles, en el que parece haber pasado de moda hablar de solidaridad, de convocar al que piensa distinto, de construir mayorías, lo que sucedió en Rosario es contrahegemónico y esperanzador, no sólo para un espacio o para los espacios que ganaron las elecciones, sino para quienes seguimos creyendo en que, en la convivencia democrática, se juega buena parte de nuestro futuro.
Aunque hoy no esté de moda hablar de los valores de la democracia, de la solidaridad y de la convivencia, afortunadamente, en Rosario quedó demostrado que sí, que lo viejo todavía funciona.