CUENTO
A SU AMADA
Una historia de amor, una flor y el agua de lluvia que hace cuesta arriba los caminos de la vida. Un cuento más de Isidro Alazard.
Cortó un girasol para dárselo a su amada. Su memoria lo convenció que en su vida nunca tuvo ese fuego, ese humedecerse las manos como cuando la veía a ella. Pero estaba decidido.
Salió en una mañana lluviosa y con un viento que empujaba como diciendo “quedate donde estás, mirá que puedo pegar más fuerte”, pero no le importó. Incluso eso lo envalentonó aun más.
Era el día. Ni sus hijos, ni su ex esposa, ni sus 68 años iban a impedírselo. Caminar tres kilómetros iba a ser su odisea, su redención. ¿El paraguas? Se rompió en las primeras tres cuadras. Pero ese era el día, no era otro.
La noche anterior la había visto en un sueño: ella lo esperaba en la playa donde fueron felices cincuenta años atrás, lejos de sus padres, lejos de sus obligaciones, lejos de sus parejas. La mitad del trayecto estuvo pensando en ese recuerdo: la fuerza se hacía mayor porque su corazón latía con ganas de tocar la piel que debía estar arrugada, pero que en su mente era de una princesa, de una marca de cremas.
La otra mitad del camino fue dura: la lluvia ya se había metido en sus zapatos, en sus calzones y en su alma. El corazón vacilaba: “tal vez ni me recuerde”. Sin embargo, chapoteando también se camina. La ruta se la sabía de memoria, tantas veces su familia había ido a cenar cuando eran nenes que jugaban con juguetes y pelotas, pero sin el corazón de por medio.
Se repetía la frase que ella le había dicho cuando se tuvo que casar por conveniencia con el abogado de su familia: “Tal vez en otra vida, mi amor. Cuando mires el sol, pensá que yo también lo voy a mirar pensando en vos”. Esa fue la última vez que le había dirigido la palabra, ya que su marido era muy controlador y no dejó que ella fuera libre nunca más.
¿Qué le diría cuando la viera? Después de pensar largo rato, se dio por vencido: cada ocurrencia le parecía tonta y absurda, pero cuando llegó, tocó timbre y la vio, sacó a relucir el girasol y dijo la frase más cursi que pudo pasar por su lengua:
-Tal vez en esta vida sí. Cada vez que miré el sol te extrañé un poco más.
-Si cortás las flores, se mueren. Ese girasol nunca más va a mirar al sol, viejo estúpido.
Taller de Escritura Tiempo de Palabra, de Susana Lizzi