LA EDUCACIÓN PÚBLICA SE DEFIENDE
UN HOGAR ESTÁ EN PELIGRO
Este texto pretende poner voz en primera persona del plural a cómo los estudiantes estamos viviendo y sintiendo la avanzada en contra de las instituciones científicas nacionales que desde el año pasado impulsa el Gobierno Nacional. Queremos corrernos de ese lugar especializado que es la producción de la revista, para hablar desde el rol de quienes transitamos diariamente la facultad, siendo objetivo y blanco del ataque sistemático contra las casas de estudio que nos contienen.
El discurso institucional del oficialismo nos representa como inexistentes, pero al mismo tiempo como usuarios ilegítimos, que pasan por la universidad pública cual usurpadores aprovechados de lo que no les corresponde. Pero quienes efectivamente ejercemos la vida universitaria sabemos muy bien que no “pasamos” por la universidad pública, sino que la habitamos. En cada pasillo, en cada aula. Lo hacemos cuando estamos atendiendo a una clase y une docente pronuncia esa frase que nos abre los ojos a una nueva realidad antes inexistente para nosotros; esas palabras que anotamos en nuestros cuadernos para releer después. Lo hacemos en cada examen, en cada charla, en cada idea. En los intercambios con compañeres que vienen de distintos lugares, de distintos ambientes, pero con quienes nos encontramos en un espacio común. La universidad pública no sólo nos forma: nos transforma, se hace carne en nosotres, deviene una parte de nuestra identidad y modela nuestro modo de ver el mundo. Por tal motivo, el contexto que nos atraviesa actualmente nos enfrenta a una acuciante pregunta: ¿Qué hacer cuando se pone en peligro el lugar que consideramos un hogar?
Italo Calvino (1974) afirma que, cuando un país destruye la educación pública no lo hace nunca por falta de dinero, sino porque está gobernado por aquellos que sólo tienen algo que perder con la difusión del saber. En una situación así, en la que por nuestros roles de estudiantes y docentes somos tratados como una amenaza, no nos queda más remedio que aceptar nuestra “peligrosidad”, y entenderla no como un defecto sino, por el contrario, como nuestra mayor virtud. Siendo este un momento en el que proliferan las emociones, en el que sentimos miedo y preocupación por el futuro de nuestras universidades y el nuestro propio, decidimos aferrarnos a un sentimiento, que es justamente el que le da nombre a nuestro proyecto: la rabia. Esta nos lleva a no dejarnos inmovilizar por la melancolía y, por el contrario, resistir. Resistir desde la palabra, desde la voz colectiva que sigue encontrando lugares para resonar y hacerse escuchar.
Por supuesto, no es la primera vez—y lamentablemente seguro no sea la última— que la institución universitaria y, por extensión, quienes formamos parte de ella, nos volvemos el blanco de ataque del discurso economicista que desdeña la educación en tanto no “facturamos” en los términos que a este modelo le interesa: nos transformamos así en “los malos” que curramos a costa del “laburante en serio”, que “gastamos” recursos y tiempo valioso en la facultad sin generar ningún rédito. Sin embargo, quienes mínimamente pisamos la facultad, charlamos unos minutos con profesores o estudiantes, podemos dar cuenta de la inconmensurable cantidad de actividades, investigaciones, adscripciones, voluntariados, extensión, instancias de construcción y divulgación de saber que nacen en la universidad y, en numerosas ocasiones, se expanden más allá e impactan directamente en la comunidad. También atestiguamos la cantidad de compañeres que en los últimos meses han debido dejar sus carreras porque no les alcanza la plata para trasladarse todos los días a cursar o, de repente, necesitan dedicarse exclusivamente a trabajar ya que no llegan a fin de mes. También sabemos de aquellos a quienes, por ejemplo, les han recortado las Becas de Estímulo a la Vocación Científica (EVC-CIN) a pesar de todo el esfuerzo puesto en ellas; y, por supuesto, somos en extremo conscientes de que, por falta de presupuesto, se busca achicar la factura de la luz clausurando los ascensores de la facultad y les docentes pagan con sus sueldos las fotocopias de exámenes que nos toman.
“Por falta de presupuesto, se busca achicar la factura de la luz clausurando los ascensores de la facultad y les docentes pagan con sus sueldos las fotocopias de exámenes que nos toman”
Más allá del recorte y el veto a la ley del presupuesto como hitos específicos, el sistemático desprestigio que llevó desde un inicio a cabo el gobierno actual respecto de la ciencia, la técnica y la cultura producida, analizada y democratizada por nuestra universidad fue una enorme avanzada en contra de todo lo que, quienes habitamos la universidad, creemos valioso.
La universidad no es solo un espacio de pasaje para nosotros, es una parte constitutiva de nuestra identidad como ciudadanes argentines. Por supuesto que el ataque a las universidades no comenzó ahora, como así tampoco nuestra lucha. Creemos aún que la universidad es un medio para cumplir sueños, un propulsor de iniciativas y proyectos que impactan en la comunidad completa en que la universidad se inserta, un espacio de trinchera frente a una sociedad fragmentada y agobiada en que, si no construir otro mundo posible, al menos encontrar esas nanointervenciones (un término de nuestra querida profesora Analía Gerbaudo) que habiliten sentirnos partícipes de una transformación.
No está de más recordar que, más allá de un colectivo que se une para luchar por lo que creemos, somos personas, que aún angustiadas por la situación que nos atraviesa nos proponemos juntar esta rabia que nos convoca y transformarla en otra cosa, en un impulso que nos permita dejar nuestra huella en el contexto que nos toca vivir.
“Nos cuesta también pensar que tal vez deberíamos dedicarnos a otra cosa para poder sobrevivir”
Sí, nos cuesta dormir de noche, nos cuesta sentarnos a estudiar cuando no sabemos si va a seguir existiendo la universidad mañana o si en un futuro nuestras carreras “no productivas” van a traducirse en algún puesto de trabajo que al menos nos alcance para comer —no sólo Letras, sino las humanidades y las ciencias sociales en general como propuestas difíciles de subsumir a la lógica de mercado si las hay—, pero, igualmente, seguimos convencides de que resistir sirve si es entre todes, por un ideal compartido que nos mueve. Nos cuesta también pensar que tal vez deberíamos dedicarnos a otra cosa para poder sobrevivir en una sociedad como esta, en que quienes se salen de la norma son excluidos del panorama, pero no vamos a soltar tan fácil nuestro sueño de formarnos, de educar e investigar desde una perspectiva crítica (y hasta, tal vez, incómoda para quienes quieren que nos callemos y agachemos la cabeza), y de abrir espacios de circulación y construcción colectiva de saberes como pretende La Rabiosa.
Ante esta situación resistimos desde la rabia que nos moviliza a escribir. Rabiamos desde siempre como una manera de disputarnos un lugar en los espacios preponderantes y hegemónicos de la cultura, donde muchas veces estudiantes como nosotros no tenemos lugar. En estos tiempos arremolinados que nos interpelan, además, vemos y sentimos necesario también ejercer la rabia como una manera de resistir e insistir contra un gobierno nacional que viene por todo, pero para el que no se nos van a agotar ni las palabras ni las energías para combatir.
Los y las autoras del texto son Leticia Chillemi, César Juárez, Wendy Vega, Alejandro Kosak, Sofía Fianaca, Malena Rivero, Mara Lucero, Ulises Ojeda y Jazmín Larreteguy. Son parte de la Revista Rabiosa, recientemente graduadxs de las carreras de Licenciatura y el Profesorado de Letras de la Universidad Nacional del Litoral.