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ALGUIEN ELIGIÓ NO ESTAR MÁS: HABLEMOS DE SUICIDIO

ENTRE RÍOS, ENTRE LAS CINCO PROVINCIAS CON MAYOR CANTIDAD DE SUICIDOS

ALGUIEN ELIGIÓ NO ESTAR MÁS: HABLEMOS DE SUICIDIO

“No se puede luchar contra lo que se invisibiliza”, sostiene Zul Bouchet. Y recorre los lugares comunes, los pozos en que el problema del suicidio suele caer. Hablar es la primera puerta que debemos abrir para combatir estadísticas más que preocupantes. Son vidas las que están en juego.

Texto: Zul Bouchet

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Ilusitración: Diego Abu Arab

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El día está cálido, el sol brilla radiante y calienta los cuerpos que caminan apurados. Minutos antes de la hora pico, alguien se arroja a las vías del tren. El servicio se frena y se pueden oír, mayoritariamente, quejas: llego tarde, me demora, me arruina los planes, que ganas de molestar. Otro, pregunta: ¿no tenía otro día? Plena semana laboral.

Como si la muerte, en medio de la desesperación, pudiera sentarse a velar por la comodidad de quienes no la comprenden.

Hay decisiones profundas, pero, sobre todo, personales, que no pueden darse el lujo de explicarle a la opinión ajena por qué suceden. Aunque bastaría hablar un poco más, poner esa palabra que tan poco les gusta en la mesa todos los días, para entender, para encontrar las respuestas o herramientas de ayuda, para dejar de ser robots que se enojan en la orilla de un andén sin siquiera pensar que el cuerpo que yace podría ser de alguien que quieren un montón.

Suicidio proviene del latín suicidium, sui refiere a sí mismo y cidium a matar, matarse a sí mismo, si se invierten las palabras. Es el acto deliberado de quitarse la vida, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Una de las mayores causas de muerte en el mundo: se efectúa un suicidio cada 40 segundos. Así lo indicaron durante el 2021, estudios de la OMS en colaboración con la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Realizándose uno cada tres horas.

En el plano nacional, los informes y las estadísticas son alarmantes. Durante el 2021 se apuntaban 3.648 suicidios en Argentina, aumentando en 2022 a 3.959. Recientemente, el Sistema Nacional de Información Criminal (SNIC) dio a conocer, a través de la Dirección Nacional de Estadística Criminal, un informe con los datos correspondientes al 2023, ampliando la cifra a 4.195. Sucedería, ahora, uno cada dos horas, siendo la cifra más alta de los últimos diez años. Claramente, las pérdidas crecen constantemente, siendo mayores a las tasas de muertes por accidentes de tránsito, homicidios dolosos y homicidios culposos.

El mismo informe permite observar los números provinciales: Entre Ríos es una de las cinco provincias con la tasa más alta de suicidios, superando en 2023 la media nacional. Desde 2001 a 2017, los suicidios entrerrianos se incrementaron un 52%. Llegando en 2020 a tener la tasa más alta del país, con un 15,5% del total. Traducido en números: fueron 198 en un año.

“Desde 2001 a 2017, los suicidios entrerrianos se incrementaron un 52%. Llegando en 2020 a tener la tasa más alta del país, con un 15,5% del total”

Si bien se han tomado medidas y se han implementado herramientas de prevención, Entre Ríos sigue conservando un lugar en el podio. La diferencia con los Juegos Olímpicos de hace un par de semanas es que ocupar los primeros lugares de estas estadísticas no tiene nada de alegre. Es una muerte silenciosa, que no habla, que no se asimila, que deja estigmas y conjeturas, es una cifra que camina tan cerca como nuestra sombra. Sin embargo, ¿cuánto se habla? ¿Cuántas veces nombramos al suicidio? ¿Cuánto intentamos acercarnos a su realidad?  

Si bien la decisión es personal, sería necio admitir la idea generalmente extendida de que el suicidio es un acto meramente individual. Ese enfoque simplificador, esconde el carácter social de las causas y los efectos. Aunque conforma una problemática perteneciente a la Salud Pública, el suicidio no siempre presenta un problema de Salud Mental, no pueden traducirse todos los casos a entidades psicopatológicas ni a padecimientos mentales. Lejos de eso, debería interpretarse como un fenómeno complejo y multicausal, en el que inciden factores del orden propio y privado principalmente, pero también elementos sociales, comunitarios, económicos, políticos y culturales.

De todos los intentos que se realizan, solo un 30% logra consumar el acto suicida en el primero de ellos. Un 60%, en el segundo, y por lo general un 90% del tercero en adelante. Es decir que, a partir de vislumbrar un acercamiento inicial a la muerte se podrían desplegar estrategias colectivas y efectivas para reducir los números. ¿Por qué no se realizan? O, mejor dicho, ¿por qué las medidas actuales son ineficientes?

Seguramente las respuestas sean amplias y variadas, pero me atrevería a decir, teniendo en cuenta que las cifras indican mayoría de casos entre jóvenes (16 a 29 años) y adultos mayores que se sienten una carga para sus responsables, que la primera falla se encuentra en la indiferencia e incomprensión del dolor ajeno.

El suicidio está rodeado de estigma desde sus orígenes, deambula en los pasillos del tabú y el silencio, porque no nos hemos permitido hablar libremente sobre la muerte y el sufrimiento. Todavía resulta difícil aceptar que quien se quita la vida no quiere dejar de vivir, sino al contrario, querría vivir. Lo que no puede es seguir aguantando el dolor. Encontrando en la muerte de sí mismo, la tranquilidad deseada. Si se invirtiera el tiempo usado para negar o prejuzgar estas conductas en aprender y acompañar, el padecimiento y las preguntas serían menos.

“Todavía resulta difícil aceptar que quien se quita la vida no quiere dejar de vivir, sino al contrario, querría vivir. Lo que no puede es seguir aguantando el dolor”

Por otra parte, se le asigna la tarea a las instituciones que no corresponde, si bien pueden ayudar, el mote de obligación es hasta perverso. ¿Por qué se le pide a un docente que esté atento a las señales que no podemos (o no queremos) ver en el hogar? 

El sistema de salud, en tanto, no garantiza la atención psicológica y psiquiátrica inmediata, ni aseguran los tiempos de tratamiento que deben tener los pacientes. Los instrumentos desplegados, como las líneas de atención, suelen ser desconocidos para una parte amplia de la población. Y los costos en privados son inaccesibles para la mayoría.

Vuelvo a preguntar: ¿Por qué las medidas actuales son ineficientes? ¿No tendrá la ineficiencia un vínculo directo con la falta de responsabilidad social ante la temática?

Una familia no debería sentir vergüenza por alguien que perdió, como si ese dolor no fuera ya suficiente. Quien tuvo comportamientos suicidas no debería cambiar de vida para no sentir las miradas clavadas en la nuca. El mensaje para pedir ayuda no debería chocarse con el ninguneo. El hijo tendría que decirles a los padres lo que le pasa sin pensar en que se puedan enojar. El amigo no debería alejarse del grupo para que no vean su malestar.

Hablar del suicidio es una herramienta fundamental para la prevención, intervención y posvención. No se puede luchar contra lo que se invisibiliza.