DÍA INTERNACIONAL DEL COOPERATIVISMO
CONSTRUIR FUTURO: UNA MIRADA CASI IMPENSADA
“El cooperativismo no representa solo una alternativa económica viable, sino también un faro de esperanza en un mundo que busca formas más inclusivas y participativas de organización social y económica”, escriben desde la cooperativa La Táfila, de Gualeguaychú. Religión, mercado y la necesidad de construir la esperanza.
Charlando, buscando respuestas, queriendo saber, nos vamos cruzando con discursos y visiones de una realidad cada vez más compleja. Vivimos en un mundo en el que la derrota parece inevitable. Formamos parte de una porción minúscula de la sociedad que pudo, no sin sudor ni lágrimas, acceder a la educación. Aun así, sabiendo que venimos de núcleos sociales llenos de carencias, de faltantes y de un tejido familiar que muchas veces dio contención ante esas ausencias, aun así, construir futuro se hace cuesta arriba.
CULPA Y FRUSTRACIÓN: RELIGIÓN Y MERCADO
La culpa ha sido la materia instrumental de la religión católica para guiar a sus fieles al cumplimiento de su perspectiva sobre cómo vivir en comunidad. No abrimos los ojos y ya nos están queriendo salvar de esa culpa mediante el bautismo. De ahí un sinnúmero de mojones históricos recorren nuestras infancias para sacralizar la culpa. Luego vino el psicoanálisis para dar respuestas a las múltiples crisis que se construyeron alrededor de estas estructuras. Ya no es Dios, ahora sos vos.
Llego entonces él, sí, él: el mercado. Ese ente que es nada y todo a la vez, no lo vemos, pero está. Se repite la lógica de la omnipresencia de algo que existe y todo lo puede. El mercado ha tomado una parte fundamental de la religión católica, la instrumentación de un recurso general y político, que tracciona a las mayorías, no sólo a validar su existencia, sino a creerla necesaria y a generar el sentimiento de malestar a quienes está afuera. Ya no es la culpa, sino el consumo: “me compro esto porque puedo”.
En la propuesta de mercado de una vida llena de privilegios económicos crecientes, cambiantes y fundamentalmente inalcanzables existe la intención concreta de generar frustración: “nunca voy a ser ni a tener lo que podría”. Y acá entra en juego la perversión del mercado: “¿por qué nunca podría?”. Por dos motivos: por un lado, porque “el ser” y “el tener” es consecuencia de una construcción cultural, que parte de una serie de necesidades generadas por nuestro proceso de socialización. Esas necesidades cambian y hoy lo hacen cada vez más rápido. Una pequeña porción de la gente es la que puede estar atenta a las necesidades generadas por el mercado, las mayorías solo consumen lo que necesitan.
Entonces, si eso que quiero ser y tener me es definido desde afuera, desde el mercado, va a ser complejo de alcanzar.
“En la propuesta de mercado de una vida llena de privilegios económicos crecientes, cambiantes y fundamentalmente inalcanzables, existe la intención concreta de generar frustración: “nunca voy a ser ni a tener lo que podría”
En este escenario de las cosas, la frustración cae de madura. Si no puedo identificar subjetivamente mis necesidades y en ello acepto pasivamente las que me impone el mercado, y si permanentemente todo avanza para que ese norte siga siendo inalcanzable, es esperable que vivamos en un estado de frustración permanente. Y, naturalmente, ese estado se traduce en bronca, en furia.
En este escenario: ¿cómo construimos futuro? Porque para que la oscuridad exista necesitamos algo de luz. La necesidad del contraste nos tensiona a ver que no todo es igual, no todo es lo mismo. Desde el extremo de la individualidad, un puñado de personas nos amontonamos. ¿Cómo podemos pensar y materializar una propuesta de un mundo que rompa con estas lógicas? ¿Qué de lo que hay nos puede orientar en ese camino?
EL COOPERATIVISMO COMO UNA SALIDA ECONÓMICA Y DEMOCRÁTICA
Hoy, 6 de julio, se conmemora el Día Internacional del Cooperativismo. Es real que sabemos muy poco de esto, de hecho, el cooperativismo no existe en casi ninguna currícula formativa de cualquier nivel educativo. ¿Esto es casual? No. Nuestro sistema educativo está pensado para construir empleados, para estructurar desde la dependencia. No sólo nuestro sistema económico está pensado desde la dependencia, por eso hablar de soberanía es anacrónico, también el sistema educativo está materializado desde allí. Más que un trabajo en grupo, que en general es más costoso que hacerlo en forma individual, no tenemos otra experiencia asociativa en nuestros primeros años.
¿Porque educaríamos para la autonomía si lo que necesita el mercado son personas que pasivamente acepten sus condiciones, produzcan y consuman?
Entonces, quienes nos cruzamos con el cooperativismo como forma de organizar el trabajo y la vida toda, lo hicimos desde el desconocimiento. Dicen que la cooperación es parte innata de nuestra especie. Dicen que cooperando fue como llegamos a construirnos como la especie “dominante” de este mundo. ¿Será que el mercado tiene la capacidad de anular nuestras cuestiones innatas?
¿Por qué sí el cooperativismo? El modelo cooperativo no es la panacea, ni mucho menos. Tiene serias dificultades para desarrollarse y consolidarse, sabiendo que hay experiencias más que exitosas a lo largo y ancho del mundo. Hay dos características que son fundamentales al momento de pensar el cooperativismo como un camino posible: la economía local y la democracia.
Desde una perspectiva económica, tenemos que decir que, las cooperativas de trabajo (parte fundamental del amplio mundo del cooperativismo) estamos conformadas por diversos estratos sociales y económicos. La transversalidad en la cuestión económica se da en que las personas cooperativizadas, en su amplia mayoría, no tenemos capacidad de ahorro. Lo que cobramos lo gastamos. Esto, que parece ser malo a priori, en términos de las economías locales es muy virtuoso. Ese dinero que recibe una cooperativa de trabajo por un producto o servicio, es distribuido entre las personas asociadas, quienes lo van a gastar en el mismo ámbito de desarrollo, la economía local. Es decir, ese dinero continúa circulando regionalmente, lo que genera más puestos de trabajo e inclusive hace que los gobiernos recauden impositivamente más. Sin embargo, si ese dinero es gastado en las grandes empresas de capital, el mayor volumen no sólo no va a circular en la economía local, sino que, en la mayoría de los casos, se irá del país. De ahí viene también la necesidad del mercado de que no seamos conscientes de los consumos.
“Nuestra democracia se ha sacralizado desde su perfil representativo y no participativo. Es por ello que seguimos esperando al mesías que nos venga a salvar de todo esto”
Por último, desde una perspectiva democrática, vale decir que el ejercicio que propone el sistema cooperativo no lo vivimos (ni vemos) en ninguna de las instituciones que construimos como sociedad. En las cooperativas estamos permanentemente hablando y construyendo consensos, el ejercicio democrático es permanente, tenemos todo por definir. Sin embargo, desde temprana edad el sistema educativo no nos pregunta nuestros deseos o lo que disfrutamos. En contrapartida, nos homóloga y empareja.
Arrancando así a socializarnos fuera de casa, el camino no toma ningún rumbo diferente y la democracia se reduce a la participación electoral. Nuestra democracia se ha sacralizado desde su perfil representativo y no participativo. Es por ello que seguimos esperando al mesías que nos venga a salvar de todo esto. Seguimos esperando, votando, sí, pero esperando mientras todo está cada vez más feo.
Entonces, el cooperativismo no representa solo una alternativa económica viable, sino también un faro de esperanza en un mundo que busca formas más inclusivas y participativas de organización social y económica. En este día, celebramos los logros de las cooperativas alrededor del mundo y renovamos nuestro compromiso con los principios de solidaridad, equidad y justicia que sustentan este movimiento global.